25.4.11

Bretón de los Herreros (Calle de)

Entre la calle de Santa Engracia y el paseo de la Castellana. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Ríos Rosas.

Nos encontramos en un sector del Ensanche que Carlos María de Castro proyectó como residencia de la nobleza y de la alta burguesía. Y efectivamente es hoy en día una de las mejores y más caras zonas de Madrid, aunque se eche de menos alguna que otra zona verde. La calle que tratamos está dedicada al dramaturgo Manuel Bretón de los Herreros, que nació en el pueblo riojano de Quel, junto a Arnedo, el 19 de diciembre de 1796. Fue soldado, pero muy joven dejó la milicia y su mala situación económica le llevó a dedicarse al teatro. Está visto que en el primer tercio del siglo XIX debía de ser una buena salida profesional. En un principio sus comedias reciben un importante influjo del autor español más importante de la época, Leandro Fernández de Moratín; destaca su primera obra, A la vejez viruelas, escrita en 1824. Poco después se vio inmerso en la vorágine romántica y durante una época se dedicó al melodrama (Elena, 1835), pero donde realmente encontró un campo importante para dar rienda suelta a su talento, fue en la comedia costumbrista, escrita al estilo neoclásico: Marcela o ¿cuál de las tres? (1831), Todo se pasa en este mundo (1835), La redacción de un periódico (1836) o Escuela del matrimonio (1852). En 1836 fue nombrado director de la recién creada Biblioteca Nacional y en 1840 ingresó en la Real Academia Española. Murió en Madrid el 8 de noviembre de 1873.

12.4.11

Bravo Murillo (Calle de)


Entre la Glorieta de Quevedo y la Plaza de Castilla. Distritos 6 (Tetuán) y 7 (Chamberí). Barrios de Arapiles, Trafalgar, Ríos Rosas, Vallehermoso, Bellas Vistas, Cuatro Caminos, Castillejos, Almenara, Valdeacederas y Berruguete.

Primitivamente el nombre de esta calle era el de Carretera Mala de Francia o de la Mala de Francia. Cuando por primera vez leí esto, pensé lo mismo que usted: Eso es que había una carretera buena de Francia, pero la realidad es que mala se refiere a correo, y por esa carretera salía el correo que iba a Francia. En definitiva, la actual calle de Bravo Murillo fue durante mucho tiempo la carretera de Francia.

Y durante mucho tiempo no cruzaba sino descampados y tierras de labor, a las que se unieron a principios del siglo XIX varios cementerios, por lo que no fue un lugar muy deseado para vivir, a pesar de ser uno de los ejes del Plan de Ensanche de Carlos María de Castro. Castro ideó para esta zona unos barrios fabriles y residenciales para obreros, pero también cárceles, cuarteles, hospitales, y, en medio de todo, los depósitos de agua del Canal de Isabel II. La calle de Bravo Murillo deja a sus lados dos de los primeros depósitos de agua que el Canal tuvo en Madrid, uno de los cuales aún se utiliza, habiéndose convertido los terrenos del otro en parque y piscinas. Antes se hallaba aquí el llamado Campo de Guardias, cuyo nombre proviene de los guardias que cuidaban de un polvorín que desapareció en uno de los numerosos pronunciamientos del siglo XIX, y que tuvo el triste honor de suceder a la Plaza de la Cebada y las afueras de la Puerta de Toledo como lugar de las ejecuciones. Allí fue fusilado el cura Merino, que atentó contra Isabel II.

Pasados de largo los terrenos del Canal, las cocheras del Metro y la glorieta de Cuatro Caminos, nuestra calle se estrecha algo y cruza uno de los barrios más populosos y populares de Madrid, Tetuán; diríase una ciudad dentro de la ciudad, y Bravo Murillo representa el papel de calle mayor a la perfección. Tiene el típico aspecto de calle que antes fue carretera, como ocurre con la calle Alcalá desde Ventas, la avenida de la Albufera o la calle General Ricardos. Las construcciones más modernas alternan con viejas casas decimonónicas de ladrillo muy sucias y desgastadas por el tráfico y esperando el día que deberán desaparecer víctimas de la especulación. Es una zona muy comercial siempre abarrotada de gente que entra y sale de sus numerosas tiendas o se dirige al mercado de Maravillas, obra de Pedro Muguruza situada sobre el convento del mismo nombre que desapareció a causa de los disturbios de 1931.

Ya dentro de lo que era término de Chamartín de la Rosa nos encontramos con la moderna plaza de la Remonta, una especie de Plaza Mayor contemporánea, con sus soportales y todo. Fue construida en los años ochenta del siglo pasado en el solar del cuartel de caballería que nos recordaba que allí acamparon los ejércitos que vencieron en la guerra de Marruecos. Por eso se llamó (y se sigue llamando) este paraje Tetuán de las Victorias y O’Donnell el tramo de la calle Bravo Murillo que pertenecía a Chamartín de la Rosa.



(La antigua plaza de toros de Tetuán de las Victorias)

Tuvo Tetuán de las Victorias una plaza de toros, a la altura del número 297 de nuestra calle, en la esquina con la del Marqués de Viana, que fue muy famosa en la edad de oro de la tauromaquia como segunda plaza de Madrid, aquella a la que iban los diestros que aún no se habían consagrado y luchaban contra los morlacos que las figuras del momento rechazaban torear por su dificultad. Fue levantada por iniciativa de Ramón González, secretario del Ayuntamiento de Chamartín de la Rosa el año 1870. Fue una plaza en la que se dieron fundamentalmente novilladas, aunque en los últimos años de su existencia también torearon en ella grandes figuras de la época como Domingo Ortega o Manolo Bienvenida. Especialmente glorioso fue el año 1934, cuando un pleito de los ganaderos más importantes con la empresa de la plaza de Madrid llevó las mejores reses a este redondel. Al iniciarse la guerra civil el coso fue utilizado como parque de artillería. Una explosión la destruyó casi por completo en el transcurso del conflicto. Los posteriores intentos de reconstrucción nunca tuvieron éxito.

La Junta Municipal de Tetuán está en el número 357 de la calle de Bravo Murillo. En su fachada aún puede leerse el rótulo de “Casa Consistorial”, pues antes fue la sede del Ayuntamiento de Chamartín de la Rosa, que en 1880 se trasladó a nuestra calle desde la antigua plaza mayor del pueblo de Chamartín (hoy plaza del Duque de Pastrana) cuyo caserío era minúsculo en comparación con su boyante y populoso barrio de Tetuán.

Desde 1875 lleva esta calle el nombre de Juan Bravo Murillo, nacido en Fregenal de la Sierra (Badajoz) en 1803 y muerto en Madrid en 1873, diputado, ministro de Hacienda entre 1849 y 1852 y presidente del Gobierno de 1851 a 1852. Precisamente durante su época como ministro fue cuando impulsó decididamente el proyecto de traída de aguas a Madrid desde el río Lozoya, proyecto con el que muchas veces se había soñado. Por fin se eligió el de Francisco Barra, de 1829, corregido por Juan Rufo y Juan de Rivera en 1848. Tres años más tarde se dio inicio a las obras. Paralizadas en 1854, se volvió al trabajo en 1855 bajo la dirección de Lucio del Valle, y el 24 de junio de 1858 brotó en una fuente instalada para la ocasión en la calle de San Bernardo, frente a la iglesia de Montserrat, el agua del Lozoya. Por cierto, la fuente usada fue de inmediato trasladada a la Puerta del Sol, de allí a la Glorieta de Cuatro Caminos y por último hoy se puede ver en la puerta principal de la Casa de Campo, junto al Puente del Rey. Cuando se habla de este día tan importante para nuestra villa, todos los cronistas y estudiosos de Madrid narran dos hechos curiosos. La fuente tenía un surtidor que elevaba el agua hasta 31 metros de altura, y cuando por primera vez surgió, el comentario del ministro de la Gobernación José Posada Herrera a la reina Isabel II fue: "Señora, hemos tenido la suerte de ver un río ponerse en pie", frase atribuida también al escritor festivo Manuel Fernández y González, aunque con una pequeña variante: "¡Oh Maravilla de la Civilización! ¡Poner los ríos en pie!"

El segundo hecho destacable es que al acto de inauguración, que adquirió la consideración de fiesta popular, asistió el todo Madrid de entonces, pero el propio Bravo Murillo acudió, embozado en su capa, entre la multitud como un madrileño más. No había sido invitado oficialmente al acto. Para algunos esto fue una muestra de ingratitud hacia Bravo Murillo por un lado, y de humildad de éste por otro, pero si se analiza el hecho de que se le obligó a dimitir el 13 de diciembre de 1852 a causa de su política ultraconservadora que hizo temblar a la propia reina, que no era sospechosa de progresismo, se puede deducir que había caído en desgracia y se hallaba bastante apartado de la vida pública, a la que volvió más adelante, pero con algo más de timidez.