Entre la plaza de Colón y el nudo de Manoteras. Distritos 4 (Salamanca), 5 (Chamartín), 6 (Tetuán) 7 (Chamberí) y 9 (Fuencarral-El Pardo). Barrios de Recoletos, Castellana, El Viso, Hispanoamérica, Nueva España, Castilla, Cuatro Caminos, Castillejos, Almenara, Almagro, Ríos Rosas y La Paz.
El Paseo de la Castellana… La más amplia y hermosa avenida de Madrid, símbolo de la clase alta, de la representación, la calle donde todas las grandes empresas querrían tener su sede, donde antaño la nobleza y la alta burguesía se construyeron sus palacetes…
Y sin embargo, con el consenso de varios cronistas, en el primer tercio del siglo XIX estos parajes no eran sino un inmundo arroyo, inmundo porque la gente ya tenía la fea costumbre de arrojar los desperdicios donde no se debe. Por el cauce del arroyo corrían las aguas que venían de una fuente situada aproximadamente donde hoy está la plaza de Emilio Castelar; era la
Fuente Castellana y de ahí vino el nombre al paseo, si bien ha ostentado otros, como los de
Delicias de la Princesa, en honor de la hija de Fernando VII, que luego subió al trono como Isabel II y también dio su nombre a la calle durante un tiempo. Sin embargo, fue la denominación de Paseo de la Castellana la que prevaleció, aunque hay que decir que durante bastantes años, a comienzos del siglo XX, se consideró –sin perder su nombre- parte de una “Gran Avenida de la Libertad” que empezaba en Atocha y acababa en el Hipódromo que durante varios lustros constituyó el final y tapón de nuestro paseo.
Pero antes se hubo de encauzar el arroyo mediante una alcantarilla, algo de lo que se ocupó Domingo María de Barrafón en su época de corregidor de la villa (1830-34). Posteriormente se igualó el paseo y empezó la construcción de casas. La primera de ellas fue la conocida como Casa de Bruguera, que se irguió hacia 1844 en la esquina de nuestro paseo con la calle de Goya. Esta casa, propiedad del banquero Narciso Bruguera, tenía la peculiaridad de que en su fachada se habían aprovechado unas columnas que pertenecieron a la derribada iglesia del Buen Suceso, sita en la Puerta del Sol antes de la gran reforma de mediados del siglo XIX. Perduró hasta el último cuarto del siglo XX, cuando dejó paso al edificio de un banco que no ocupó en absoluto toda la manzana, que quedó extrañamente despejada. Este espacio, que durante muchos años no tuvo nombre, está, desde el 14 de septiembre de 2014, dedicado a Margaret Thatcher, primera ministra que fue del Reino Unido, en un homenaje no exento de polémica, en primer lugar por las connotaciones políticas del personaje, que aquí no vamos a tratar, y en segundo porque fue una decisión municipal no unánime –solo apoyada por el partido del gobierno, el PP-, tomada en abril de 2013, en el mismo mes que falleció la señora Thatcher. La excusa de los grupos de oposición fue el nulo vínculo de la política británica con Madrid, algo que sin duda es cierto, pero es difícil que fuese el único motivo real.
Empezar desde este punto un paseo por la Castellana era, en tiempos pasados, recorrer un catálogo de palacios y palacetes del que da cumplida cuenta Répide en su obra sobre las calles de Madrid que, recordemos, data de los años 20 del siglo pasado. Hoy en día se pueden contar con los dedos de una mano (y nos sobrarán) los que subsisten. De los palacios de Arión, de Anglada –que tenía un patio interior réplica del de los Leones de la Alhambra-, de San Bernardo, de Indo, de Aliaga, ya solo queda el recuerdo y algunas fotos antiguas…
El palacio de Indo, derribado en 1904
Mas no nos hemos de ir muy lejos para ver uno de estos pocos especímenes. No hay sino que cambiar de acera para encontrarnos con el antiguo Palacio de Villamejor, levantado entre 1887 y 1890 para los marqueses de tal título. Fue vendido al Estado en 1914 para que se instalase en él la Presidencia del Gobierno. Fue su sede hasta que en 1976 Adolfo Suárez, en uno de sus primeros actos como presidente, la trasladó al Palacio de la Moncloa. Actualmente está ocupado por la Secretaría General de Coordinación Autonómica y Local, dependiente del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas.
En esta misma acera de los impares hay otros dos supervivientes de aquella primera época. Uno se sitúa en el número 29 y es un palacete levantado a principios del siglo XX por el arquitecto Lorenzo Álvarez Capra, que -¡cosa rara!- fue respetado por el banco que allí edificó su sede entre 1973 y 1976. Algo más allá, en el número 45, se halla el que fue magnífico palacete de don Eduardo Adcoch, levantado entre 1905 y 1906 según proyecto de José López Sallaberry, hoy sede de la Fundación Rafael del Pino.
Palacete de Eduardo Adcoch. Foto: Luis García (Zaqarbal)
Y poco más queda. Pero antes de ir más allá, en esta primera porción del paseo se encuentran una serie de edificios y monumentos públicos que también hay que mencionar. Algunos, como el de Emilio Castelar o el del Marqués del Duero, serán tratados en las plazas que presiden. Otros sí que se han de citar aquí, como el de Isabel la Católica, que en su día se hallaba frente a la puerta principal del Hipódromo, en una plaza, situada a la altura de la actual de San Juan de la Cruz, que se llamaba precisamente de
Isabel la Católica. Hoy lo podemos ver al pie del talud que ocupan los jardinillos delanteros del antiguo Palacio Nacional de las Artes y la Industria, del que hablaremos dentro de poco. El grupo escultórico, que presenta a la reina escoltada por el cardenal Mendoza y el Gran Capitán, es obra del artista barcelonés Manuel Ons y Canet y fue inaugurado por Alfonso XII el 30 de noviembre de 1883. Compartiendo el mismo jardín está desde 1979 el monumento a la Constitución de 1978, de geométrico aspecto, tanto que no es sino la sombra tridimensional de un cubo de cuatro dimensiones, ocurrencia del arquitecto Miguel Ángel Ruiz-Larrea que tal vez tenga que ver con la complejidad de la elaboración de ese texto tan cuestionado hoy en día.
Monumento a Isabel la Católica. Foto: Luis García (Zaqarbal)
Enfrente, en la acera de los impares, hay un gran edificio rojiblanco con una historia un tanto trompicada. Se proyectó inicialmente en 1881 según unos planos de Carlos Velasco como centro universitario femenino de la Institución Libre de Enseñanza. Sin embargo, hubo problemas con el Ayuntamiento, ya que el proyecto unía dos manzanas y suprimía un trozo de la calle de Espronceda. Se paralizaron, por tanto, las obras, que habían empezado en 1882. Seis años después se volvió a trabajar sobre el terreno, esta vez con la idea de levantar una Escuela Nacional de Sordomudos y Ciegos, con un proyecto de Ricardo Velázquez Bosco que aprovechó los cimientos del anterior. Ahora el problema estuvo en que se empezó a construir sin licencia, con lo cual las obras se pararon de inmediato. No se reanudaron hasta 1895 y por fin hubo edificio en 1898. Hoy en día está ocupado por el CESEDEN, el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional.
Acabamos de mencionar el antiguo Palacio Nacional de las Artes y la Industria, que se construyó entre 1881 y 1887 según un proyecto de Fernando de la Torriente; al morir este arquitecto en 1886 se hizo cargo de las obras Emilio Boix Merino. La idea era que fuese un palacio de exposiciones y, de hecho, fue con una de pintura con la que se inauguró el 21 de mayo de 1887. Algunas más hubo, pero con el tiempo se dejó de usar como tal y se aprovechó para otros menesteres, como cuartel de la Guardia Civil, por ejemplo, hasta que allí se instalaron el Museo de Ciencias Naturales y la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid. A decir de la Guía de Madrid del Colegio de Arquitectos, esto “mutiló torpemente su arquitectura”, tanto en su exterior como en su interior y así se estropeó lo que en esa Guía se considera uno de los mejores ejemplos de la arquitectura de exposiciones madrileña.
Aquí acabó durante muchos años el Paseo de la Castellana. El Hipódromo era su punto final pero se sabía que esa circunstancia sería temporal, ya que lo natural era la expansión hacia el norte de la ciudad y de su eje principal. Desde principios del siglo XX ya hubo propuestas de ordenación urbanística relacionadas con nuestro paseo, pero el primer proyecto serio no se materializó hasta 1925, diez años después del que el Ayuntamiento aprobase oficialmente la prolongación del paseo de la Castellana hasta que confluyese con la Carretera de Francia en lo que hoy es la Plaza de Castilla. Cuatro años después se convocó un concurso internacional para un Plan General de la villa; quedó desierto, pero hubo un proyecto que recibió una mención especial: fue el presentado por el arquitecto bilbaíno Secundino Zuazo y por el alemán Hermann Jansen. En él se plantea una prolongación de la Castellana que fue, en esencia, la que en las décadas posteriores se llevó a cabo.
Lo primero fue, como ya hemos visto anteriormente, la desaparición del Hipódromo (véase la calle de
Agustín de Bethancourt). En gran parte de su solar se empezaron a edificar los Nuevos Ministerios, precisamente según un proyecto de Zuazo, impulsado por su amigo Indalecio Prieto, ministro de Obras Públicas; Zuazo se ocupó de él hasta que el estallido de la guerra civil le llevó al exilio. Aunque volvió a España, fue depurado políticamente y no volvió a ser el que era. Las obras de esta mole escurialense fueron concluidas en 1942.
La primera idea fue que la prolongación de la Castellana se llamase
Avenida de Europa, ya que sería la puerta de entrada a la capital de la “nueva España” y, por lo tanto, tendría un carácter representativo. Sin embargo, según un decreto de febrero de 1947, el gobierno decidió que la vía, desde el cruce con el antiguo Paseo de Ronda, se llamase
Avenida del Generalísimo. Y así fue hasta que con la llegada de los primeros ayuntamientos democráticos, en 1980, toda esta porción pasó a ser también paseo de la Castellana.
A partir de aquí todo lo que nos encontramos son, pues, edificios modernos, que fueron sustituyendo a las huertas, alfares y fincas de recreo que anteriormente ocupaban estos parajes.
La primera gran manzana que hay en el lado de la izquierda es la del complejo Azca, que se empezó a levantar a finales de los años 60 del siglo pasado según un plan de Antonio Perpiñá aprobado en 1964 pero que se había presentado diez años antes. Cabe citar dos curiosidades: la primera, el nombre. Azca es un acrónimo que significa “Asociación Zona Comercial A”. La segunda, que en el proyecto original estaba previsto que en el centro no hubiese una plaza, sino un teatro de ópera, del que Madrid estaba huérfana desde el cierre y abandono del Real en los años 20.
De sus edificios cabe destacar el último que se construyó, la Torre Picasso, que durante mucho tiempo fue, con sus 156,4 metros, el edificio más alto de la capital –si exceptuamos el “Pirulí”, que en realidad es una antena… Asimismo fue, hasta 2002, el más alto de España. El arquitecto fue el japonés Minoru Yamasaki, el mismo que proyectó las malhadadas Torres Gemelas de Nueva York, y se concluyó en 1989.
Desde 1950 tiene en la Castellana su estadio el Real Madrid, el Santiago Bernabéu, antes conocido como estadio de Chamartín. Se empezó a construir en 1944 y ha sufrido diversas reformas para ampliarlo y modernizarlo. La última, que está por llegar, es polémica y está en los tribunales aunque, como se sabe, siempre que hay ladrillo por medio se salen con la suya los mismos.
Justo enfrente del estadio (incluso durante unos meses, en el año 1982, estuvieron unidos por una pasarela mientras se celebró el mundial de fútbol) está el Palacio de Congresos y Exposiciones que se levantó entre 1964 y 1970 y que sobre todo destaca por el mural de Joan Miró que desde 1980 adorna su fachada.
Seguimos hacia el norte y nos topamos con la amplia y espaciosa plaza de Castilla, donde nuestro paseo se encontraba con la antigua carretera de Francia –la calle de Bravo Murillo- en un paraje que fue conocido como el Hotel del Negro. Destacan en esta plaza las dos torres inclinadas que en conjunto se denominan “Puerta de Europa”, lo cual cuadra perfectamente con la primitiva denominación que iba a tener esta parte de la vía. Las torres, polémicas en su origen por oscuros tejemanejes financieros, fueron promovidas por la empresa Kuwait Investments Office, de ahí que durante mucho tiempo fuesen conocidas como “Torres KIO”. Tienen 116 metros de altura y fueron inauguradas en 1996. Fueron los autores de su proyecto los arquitectos estadounidenses John Burgee y Philip Johnson.
Como ya se está haciendo un poco largo este paseo, va siendo hora de concluir. Y lo haremos con cuatro edificios muy recientes pero que ya han dejado una impronta muy importante en Madrid y se han hecho parte de su silueta. Se trata de las torres que se han levantado ya al final de nuestra calle, en los terrenos que fueron durante mucho tiempo la ciudad deportiva del Real Madrid, y que se pueden contemplar desde muchos kilómetros a la redonda de la villa. La primera se conoce como Torre Foster –por su arquitecto, el británico Norman Foster- tras haber ostentado otras denominaciones como “Torre Caja Madrid” o “Torre Repsol”; es el edificio más alto de Madrid y de España con sus 45 pisos y 250 metros; se inauguró en 2009. La segunda es la Torre PwC, antes conocida como Sacyr-Vallehermoso, de 52 plantas y 236 metros de alta, construida entre 2004 y 2008 según proyecto de Carlos Rubio Carvajal y Enrique Álvarez-Sala Walther. La tercera es la Torre de Cristal, que sigue de cerca a la Foster en altura con 249 metros distribuidos en 52 plantas; se levantó entre 2004 y 2009 y fue su arquitecto el argentino César Pelli. Por último, tenemos la Torre Espacio, la más “pequeñita” con sus 230 metros y 57 plantas; fue la primera que se terminó, en marzo de 2007; desde noviembre de 2006 se había convertido en el edificio más alto de España, superando al Hotel Bali de Benidorm –que, a su vez, había desbancado cuatro años antes a la Torre Picasso-, pero el título le duró poco; unos días después de su inauguración fue rebasada por su vecina la Torre de Cristal. Fue su diseñador el estadounidense Henry N. Cobb.