5.7.19

Encarnación (Plaza de la)

El Real Monasterio de la Encarnación
(Foto CC BY-SA 3.0 Luis García)

Entre las calles de la Encarnación, de la Bola, de Arrieta y de San Quintín. Distrito 1 (Centro). Barrio de Palacio. 

Como está dicho en el artículo anterior, el nombre de nuestra plaza se debe al convento de la Encarnación, uno de los más bellos e importantes de la villa de Madrid, cuya fachada se abre a ella. Según Répide, la ocasión que propició la fundación del convento fue la expulsión de los moriscos por Felipe III; su esposa, la reina Margarita de Austria fue quien ideó la creación del monasterio para conmemorar tal hecho. Se puso su primera piedra en 1611 y tardó cinco años en terminarse. No hay certeza absoluta, pero se supone que su traza, herreriana, se debe a Juan Gómez de Mora, aunque es probable que su ejecutor fuese fray Alberto de la Madre de Dios. El rey no reparó en gastos para adornar la fundación de su esposa, que murió al poco de iniciadas las obras, y fueron grandes los fastos en el momento de su inauguración, el 2 de julio de 1616; lo ocuparon monjas agustinas descalzas, que aún hoy son sus moradoras. Entre 1755 y 1767 la iglesia sufrió una reforma a cuyo cargo estuvo Ventura Rodríguez.

Cúpula de la iglesia del Monasterio, con los frescos de Bayeu
(Foto CC BY-SA 3.0  Håkan Svensson)

Fue el de la Encarnación uno de los conventos afectados por la desamortización de Mendizábal en 1836. Desocupado por las monjas, se empezó a demoler, pero en 1844 se decidió que no desapareciera; el mismo arquitecto que se estaba encargando de su derribo, Narciso Pascual y Colomer, fue quien proyectó su recuperación. Se reedificó la parte destruida y en 1847 regresaron las religiosas. Entre 1984 y 1986 sufrió una nueva restauración. 

Quizá este convento no sea tan conocido como debiera (lo cual no sé si es tara o virtud en estos tiempos de sobreexplotación turística), pero es una de las visitas obligadas para cualquiera que venga a Madrid, ya que alberga un espléndido museo que fue abierto al público en 1965. Incluye pinturas y esculturas de Lucas Jordán, Pedro de Mena o Gregorio Hernández. Destaca en especial su impresionante relicario, entre cuyas piezas se halla la sangre de San Pantaleón, que se licua todos los años cada 27 de julio. También los frescos de la iglesia, firmados por Bayeu.