El fusilamiento de Torrijos (Gisbert)
Museo del Prado, Madrid.
Nuestra amplia avenida, una de las principales del Ensanche en el barrio de Salamanca, tiene una historia un tanto azarosa. Su primer nombre fue calle de Torrijos, en conmemoración del general liberal cuyo fusilamiento, en 1831, fue inmortalizado en un célebre cuadro por Antonio Gisbert. En 1941 se le dio el nombre del conde de Peñalver, al cual se desterró de su anterior y más lógica ubicación, en el primer tramo de la Gran Vía, ya que aquella otra calle se iba a dedicar a uno de los “mártires de la causa” de los vencedores de la guerra civil. Pocos años antes, al empezar la guerra, el edificio que hoy ocupa el número 53, es decir, la Fundación Fausta Elorz, una residencia de ancianos regida desde 1914 por las hermanas de la Caridad, había sido incautado para servir de prisión para hombres, la tristemente célebre “cárcel de Torrijos” donde, por ejemplo, estuvo preso y condenado a muerte entre 1939 y 1941 el poeta Miguel Hernández.
Fundación Fausta Elorz
Foto CC Luis García
Pero no nos detengamos solo en hechos luctuosos. Algunos otros edificios interesantes tiene y tuvo nuestra calle en sus aceras. Empezando por donde se debe, es decir, desde la calle de Alcalá, el primero que nos encontramos es, en el número 8, uno en el que actualmente hay una tienda de una cadena de ropa, pero que en su día fue el cine Salamanca, una obra del año 1935 cuyo autor fue Francisco Alonso Martos y es una buena muestra del racionalismo madrileño, en la estela del cine Barceló, uno de sus paradigmas.
El antiguo cine Salamanca
Foto CC Luis García
Si seguimos andando por la misma acera, en el número 40 nos encontraremos con la ultramoderna fachada de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Filipinas, levantada entre 1967 y 1970 por Cecilio Sánchez-Robles Tarín, que incluye el convento del Rosario. Fue este fundado por los padres dominicos en 1623 y primero se ubicó en la calle de la Luna; en 1643 se trasladó a la calle Ancha de San Bernardo y posteriormente pasó a estar aquí, en un edificio de estilo neogótico obra de Carlos de Luque López (autor de la fachada del oratorio del Caballero de Gracia que da a la Gran Vía) y que desapareció para dar paso a lo que hoy podemos ver. Junto a la iglesia y el convento, en la esquina con la calle de don Ramón de la Cruz, estuvo el palacete de los marqueses de Monasterio, herederos de quienes en el siglo XVII propiciaron la instalación del convento en San Bernardo, como antes se ha dicho, en una casa que habían preparado para albergar a monjas capuchinas y que estas nunca llegaron a habitar.
Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Filipinas
Foto: Zarateman
En la acera contraria, en la manzana siguiente a la que ocupa la residencia de ancianos de la Fundación Fausta Elorz, estuvo el convento de carmelitas descalzas de Santa Ana, que había sido fundado en 1586 por San Juan de la Cruz en el terreno de la plaza que hoy se llama precisamente así, de Santa Ana, y que José Bonaparte mandó derribar en 1810. Las monjas primero se trasladaron al convento de Santa Teresa y luego vinieron aquí, en una época en la que estos parajes todavía eran los últimos confines de la villa. El convento fue saqueado y destruido durante la guerra civil, a cuyo final volvieron a él las religiosas y lo intentaron reconstruir, pero, rodeadas ya del bullicio de la ciudad, decidieron abandonarlo y trasladarse a la más tranquila calle del General Aranaz, en el año 1959, donde aún sigue.
Nicolás de Peñalver y Zamora nació en La Habana (Cuba) el 4 de diciembre de 1853, en el seno de una familia noble establecida en las Américas desde el siglo XVII. Miembro del Partido Conservador, varias veces diputado y senador, tres veces alcalde de Madrid (en 1892, 1895-96 y 1907-09), fue uno de los principales impulsores del proyecto de la Gran Vía, por lo cual se otorgó su nombre al primer tramo, el que va desde la calle de Alcalá hasta la Red de San Luis –de ahí que al principio de este artículo se haya dicho que esta ubicación era más “lógica”. A tal efecto se colocó una placa, que aún se conserva, en el edificio de la Gran Peña, en la cual, donde ponía “Avenida del Conde de Peñalver” pone ahora “A la memoria del Conde de Peñalver”. Ya hemos contado la historia del cambio de nombre y volveremos sobre ello cuando lleguemos a la Gran Vía.
Foto CC Tamorlan
El más célebre de los condes de Peñalver, al que además del empujón al proyecto de la Gran Vía se debe, entre otras cosas, la creación de la Banda Municipal, murió en nuestra villa el 5 de febrero de 1916.