Billete de mil pesetas con la efigie de José Echegaray
Entre la Carrera de San Jerónimo y la calle de las Huertas. Distrito 1 (Centro). Barrio de las Cortes.
El nombre tradicional de esta vía era el de calle del
Lobo y va ligado a una de esas leyendas madrileñas tan piadosas. Se cuenta que cuando esto eran las afueras de la pequeña villa había por aquí una casa de un cazador que hacía ostentación de su oficio con numerosos trofeos, uno de ellos una piel de lobo rellena de paja. Cierto día un niño que vivía cerca rompió la piel de modo que quedó fláccida y toda su paja por el suelo. El cazador, que debía de ser más bestia que aquellas a las que perseguía, no tuvo mejor idea que dar una cuchillada al muchacho, al que dejó por muerto. Su madre –a la que Répide convierte en una menesterosa que se ocupaba en buscar leña mientras ocurrían los hechos– tomó a su hijo en sus brazos y lo llevó a una casa cercana, donde residía un escultor que tenía una imagen de la virgen conocida como de las Maravillas (véase la calle de
Arlabán). Por supuesto, se obró el prodigio, el chico sanó milagrosamente y la imagen fue trasladada al convento de las Carmelitas, donde hubo otro hecho sobrenatural, la aparición de una paloma que dio su apelativo final a la imagen, que no es otra que la de la Virgen de la Paloma.
El 18 de enero de 1888 el Ayuntamiento decidió dedicársela a José Echegaray y Eizaguirre, ilustre hijo de nuestra villa, en la que nació el 19 de abril de 1832. Hombre polifacético, fue matemático, ingeniero, economista, político y escritor. Los que peinamos unas cuantas canas sin duda recordaremos su efigie en cierta serie de billetes de mil pesetas, lo cual no ha de extrañar a nadie, ya que don José fue el creador del Banco de España. Fue profesor universitario y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas; se le puede considerar como el introductor del cálculo diferencial en España. También intervino en política y fue ministro de Fomento y de Hacienda; en el segundo de estos cargos estableció el monopolio del Banco de España en la emisión de dinero.
Su vocación literaria fue tardía. Fue sobre todo dramaturgo; la primera de sus obras que se estrenó fue El libro talonario, en 1874. De sus otras 66 piezas quizá la que más pueda sonarnos sea El gran galeoto (1881), pero su teatro, hijo de su tiempo, está en gran parte olvidado hoy en día. Sin embargo, sus contemporáneos lo consideraron uno de los primeros escritores de España, lo cual llevó a que se le concediese el premio Nobel de literatura en 1904, compartido con Frédéric Mistral. Este hecho provocó una oleada de protestas entre los literatos más jóvenes, que hoy en día parece más que justificada. Murió, también en Madrid, el 14 de septiembre de 1916.
No es que la vieja calle del Lobo contenga edificios dignos de mención, pero no me resisto a citar una anécdota que cuenta Répide sobre don Benito Pérez Galdós, relacionada con el Teatro Español. Sus accesorias traseras daban a esta calle y el propio Répide se presenta como testigo para decirnos que Galdós, cuando era director de ese teatro, gustaba de salir por allí mientras decía a sus acompañantes “vamos a bajar por la escalera de Moratín”.
Según nos indican Peñasco y Cambronero, esta calle fue una de las primeras donde se instaló, a título de experimento, el alumbrado de gas en el año 1847.
Y un apunte más, recogido asimismo por Peñasco y Cambronero como confidencia del gran músico Francisco Asenjo Barbieri. En la esquina con la calle de las Huertas hubo una taberna perteneciente a un tal Juan Lepre que es citada por Francisco de Quevedo en su jácara titulada Desafío de dos jaques. Así empieza:
A la orilla de un pellejo,
en la taberna de Lepre,
sobre si bebe un poquito
y sobre si sobrebebe,
Mascaraque el de Sevilla,
Zamborondón el de Yepes
se dijeron mesurados
lo de sendos remoquetes.