Entre las calles Mayor y de Bailén. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.
Una muy pequeña calle tiene dedicada la patrona de nuestra villa. Muy pequeña, pero inmejorablemente situada, puesto que aquí estuvo durante casi mil años un templo dedicado a Santa María de la Almudena. Nuestra callecita ha sido conocida de muchas formas: calle de la Almudena Chica, ya que el primer tramo de la calle Mayor también se llamó calle Real de la Almudena; y calle del Camarín de la Virgen o del Camarín de Santa María, porque aquí daba la capillita que, tras el altar de la vieja iglesia, contenía la venerada imagen.
La historia de la imagen de la Virgen de la Almudena constituye una de las más conocidas leyendas madrileñas. Se cuenta que cuando los árabes conquistaron la Península, los habitantes de la pequeña aldea que era entonces Madrid escondieron en un cubo de la muralla la imagen de la Virgen, escoltada por dos grandes cirios encendidos. Llegaron los moros, y durante los más de trescientos años que Madrid fue musulmana, la imagen permaneció oculta, pero su recuerdo no se desvaneció entre las familias cristianas que aquí vivían, en una tradición oral que pasaba de generación a generación.
Y cuando Alfonso VI conquistó Madrid, y su mezquita fue convertida en iglesia cristiana, se planteó la recuperación de la imagen, incluso derribando toda la muralla si era necesario. Sin embargo, el 9 de noviembre de 1083 (o de 1085) se cayó sola una parte de la defensa y allí apareció la imagen, con los cirios aún encendidos. Se supone que ese lienzo de la muralla estaba donde hoy una hornacina recuerda el prodigio. Allí, bajo la imagen de la Virgen, una leyenda reza:
YMAGEN DE MARÍA SANTÍSIMA
DE LA ALMUDENA
OCULTADA EN ESTE SITIO EL AÑO 712
Y DESCUBIERTA MILAGROSAMENTE EN EL DE 1085
No es demasiado errónea la localización, pues como bien se sabe, justo debajo del pretil de la cuesta de la Vega donde se halla esta hornacina, aparecieron en 1953 los 118 metros de la muralla árabe que hoy presiden el parque del Emir Mohammed I.
La imagen de la Virgen fue descubierta, al parecer, junto a un almacén de grano, que los árabes llamaban almud, y de ahí le vino el nombre a la patrona de la villa. La leyenda es tan bella y está tan hondamente enraizada en el alma de los madrileños que me voy a abstener de intentar dar una alternativa racional.
El caso es que la imagen de la Virgen fue colocada en la mezquita reconvertida y desde entonces dura el culto mariano en Madrid. Acompañaba a la imagen un cuadro que representaba asimismo a la Virgen, llamada de la Flor de Lis, puesto que llevaba una en sus manos, y que la tradición indica que fue mandado hacer por la esposa de Alfonso VII, doña Constanza, hija del rey Enrique I de Francia. Este cuadro apareció, pintado en un muro, con motivo de unas obras que se realizaron en 1624 en la iglesia de Santa María, detrás del altar mayor. Desde entonces se conoció como la Virgen de la Flor de Lis y fue de mucha devoción para los madrileños, empezando por la familia real.
Se ha supuesto la presencia de la iglesia de Santa María antes de la conquista musulmana, hipótesis apoyada por una lápida que apareció en ella durante una reforma efectuada en 1618 y que corresponde a un clérigo muerto probablemente en el reinado del rey visigodo Egica (687-702). La lápida ya no existe, pero es descrita con bastante detalle por diversos cronistas contemporáneos como Quintana, Dávila o Vera Tassis, y autores tan prestigiosos como Manuel Montero Vallejo no dudan de su autenticidad. Esta probable iglesia visigoda fue posteriormente transformada en mezquita mayor por los musulmanes, y tras la reconquista de Madrid volvió a ser iglesia cristiana, convirtiéndose en la primera parroquia de la villa, la más antigua, pues databa de los siglos XI o XII. Répide, citando a López de Hoyos, insinúa que pudo llegar a hacer de catedral, con su canonjía, y ello a pesar de la oposición que siempre plantearon los arzobispos de Toledo al establecimiento de una sede episcopal en la Corte. Lo cierto es que los intentos que se llevaron a cabo en los siglos XVI y XVII fracasaron. Por lo tanto, ya en el reinado de Felipe IV, habiéndose desistido de la construcción de un templo mucho más suntuoso, se procedió a una reforma de la iglesia de Santa María, que fue culminada en 1649. Fue una iglesia muy querida por los monarcas católicos, que en ella hacían su primera entrada en la Corte. Y el Concejo hacía salir de ella sus más solemnes procesiones. Muchas veces las reliquias de San Isidro y de Santa María de la Cabeza se pusieron a los pies de la Virgen de la Almudena en momentos de necesidad.
En 1777 amenazaba ruina, y la restauración la llevó a efecto Ventura Rodríguez. Tantas reformas hicieron que no quedase apenas nada de la primitiva y medieval parroquia. Y a pesar de su antigüedad y significación, fue derribada en octubre de 1868, para ensanchar la calle Mayor y alinear la de Bailén. Las imágenes de la Virgen fueron trasladadas a la iglesia del convento de monjas bernardas de la calle del Sacramento. En 1907 se inauguró la cripta de la nueva catedral, y allí se llevó primero la antigua parroquia y, en 1911, las imágenes. Al estallar la guerra civil volvieron al convento del Sacramento, y en 1954 pasaron a la catedral de San Isidro. En 1993, tras ser por fin consagrada la nueva catedral de la Almudena allí tomó definitivo asiento la venerada efigie de la Virgen. Muy cerca de nuestra calle, en los jardines que bordea ya cerca de la calle de Bailén, tuvo su palacio la famosa princesa de Éboli, amante de Antonio Pérez. Y en nuestra calle fue donde asesinaron a Juan de Escobedo, el 31 de marzo de 1578, crimen que desencadenó la triste historia de la fuga de Antonio Pérez, la ejecución del Justicia Mayor de Aragón Lanuza y todo lo que posteriormente vino.
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