7.6.19

Emilio Castelar (Glorieta de)


Monumento a Emilio Castelar, en la glorieta de su nombre
(Foto: Luis García)

Entre los paseos de la Castellana y del general Martínez Campos y la calle del general Oráa. Distritos 4 (Salamanca) y 7 (Chamberí). Barrios de Castellana y Almagro. 

Hallábase por estos pagos la Fuente Castellana que dio nombre primero a un arroyo y luego a la calle más elegante de nuestra villa. Con la formación del paseo, se creó aquí una glorieta en cuyo centro se colocó un obelisco como coronación de una fuente monumental, todo para conmemorar el nacimiento de quien se acabaría convirtiendo en Isabel II. Corría el año 1833 y fue su autor Francisco Javier de Mariategui, el mismo al que se deben las “pirámides” de la glorieta de ese nombre. De ese modo, el nombre primitivo de este cruce de caminos fue el de Glorieta del Obelisco. Allí permaneció nuestra fuente monumental hasta que en julio de 1908 fue inaugurada en su sustitución una estatua dedicada a Emilio Castelar, obra de Mariano Benlliure y que aún preside la glorieta. El obelisco fue trasladado primero a la plaza de Manuel Becerra y luego al parque de la Arganzuela, donde aún sigue.

Curiosamente, no se impuso su nombre actual a la glorieta hasta el 13 de diciembre de 1940, cuando pasó a llamarse de Emilio Castelar, para honrar al homenajeado en el monumento sito en su centro. Emilio Castelar y Ripoll, nacido en Cádiz el 7 de septiembre de 1832, periodista y político, fue, a decir de los testigos, uno de los más prodigiosos oradores que dio la tribuna española. Siempre opuesto a la monarquía isabelina, lo cual le supuso una condena a muerte y un exilio, también se situó frente al gobierno revolucionario surgido de la Gloriosa y a la nueva monarquía, la de Amadeo I. Llegada la República en febrero de 1873, fue ministro de Estado y presidente del Congreso antes de hacerse con el mando del Poder Ejecutivo el 7 de septiembre de ese año. Fue el último que lo hizo. Republicano unitario, se opuso a la mayoría federal de la cámara, que le presentó una moción de censura. En el transcurso de las votaciones se produjo la célebre entrada de Pavía en la cámara que acabó con la República propiamente dicha el 3 de enero de 1874 (lo de Serrano, que vino después, sería otra cosa). Tras la Restauración alfonsina se volvió a exiliar, pero no tardó en regresar y continuó participando en la política, ahora en las filas del Partido Demócrata, que dirigió. En 1893 se retiró de la política; murió en San Pedro del Pinatar el 25 de mayo de 1899. Su cuerpo fue trasladado a Madrid, donde tuvo un sepelio multitudinario.

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