21.11.06

Alberto Aguilera (Calle de)

Alberto Aguilera y Velasco (1842-1913)
Entre la glorieta de Ruiz Jiménez y la calle de la Princesa. Distritos 1 (Centro) y 7 (Chamberí). Barrios de la Univer­si­dad, Gaztambide y Arapiles.

Esta calle forma parte de un grupo a las que todos los madrile­ños conocemos por los Buleva­res, aunque muchos no hemos llegado a ver el centro de las mismas con su paseo lleno de árboles. La belleza también es buena carnaza para el gran destructor, el automó­vil, y sólo el nombre popular queda hoy en día de lo que fueron los Bulevares.

Pero remontémonos a épocas pretéritas y recordemos que en el siglo XVII éste era uno de los extremos de la villa, y se conocía como camino de los Areneros o de los Harineros, que no hay acuerdo en ello, aunque quizá el segundo topónimo tenga más posibilidades de ser el auténtico, ya que en el plano de Texeira aparece muy cercano un camino del Molino Quemado, posibilidad ésta ya puesta sobre la mesa por Peñasco y Cambronero, a pesar de que el posible emplazamiento del molino sea totalmente desconocido. La cerca de Felipe IV discurría un poco más al sur de la actual alineación de la calle, y al derribarse la misma, en 1868, se convirtió en parte del gran paseo que daba la vuelta a la villa, recibiendo los nombres de ronda de Fuencarral, ya que conducía a la puerta de igual nombre, y cuesta de Are­neros, que así se denominaba cuando Peñasco y Cambronero publica­ron su impres­cindi­ble trabajo sobre las calles de nuestra Villa. El 6 de noviembre de 1903 pasó a llamarse de Alberto Aguilera.

Junto a la glorieta de Ruiz Jiménez, donde hoy encontramos unas casi vegetales viviendas, estuvo el hospital de la Princesa, así llamado por­que se estableció para conmemorar el nacimiento de Isabel Francisca, primo­génita de Isabel II que ostentó el título de princesa de Asturias hasta el nacimiento del futuro Alfonso XII. En 1852 se inició la obra, y el hospital se inauguró en 1857. Fue el primero de los que hubo en Madrid que se constituyó en pabellones separados, y se dedi­có a enfermedades agudas. En 1875 se hubo de restaurar dado su estado ruinoso, debido principalmente a la mala calidad de los mate­riales empleados en su construcción. En la década de los cincuenta del presente siglo fue derribado.

El edificio del ICADE
(Foto CC BY-SA Luis García)

Un punto obligado de referencia en la calle de Alberto Aguilera es el edificio de ladrillo visto del Instituto Católico de Artes e Industrias. No sólo por su valor arquitectónico, sino por el prestigio de la institución de enseñanza que alberga, regentada por los jesuitas, y recientemente convertida en universidad privada. Primitivamente el edificio se proyectó como escuela y patronato de obreros, con unos talleres anexos. Fueron sus arquitectos Enrique Fort, que levantó el Instituto, y Antonio Palacios, que se ocupó de los talleres. Las obras del Instituto se llevaron a cabo en tres fases, y dura­ron de 1903 a 1908, mientras que los talleres se construyeron entre 1908 y 1910.

La gasolinera Porto Pi, reedificada
(Foto CC BY Triplecaña)

Y en la calle de Alberto Aguilera estuvo una de las muchas y buenas obras de la arquitectura racionalista que tanta huella dejó en Madrid en los últimos años veinte y los primeros treinta. Era la gaso­linera de Porto Pi, después GESA, construida en 1927 según proyecto de Casto Fer­nández Shaw e inex­plicable­mente derribada en 1977, poco antes de que apareciese el primer catálogo municipal de edificios protegidos en el que sin duda se habría incluido. Por suerte, este magnífico ejemplo del racionalismo madrileño resucitó entre enero y junio de 1996; sus dueños la reconstruye­ron siguien­do el proyecto original, a cambio de la licencia del Ayuntamiento para levan­tar un hotel en un terreno conti­guo.

Alberto Aguilera nació en Valencia en 1842. Licenciado en Derecho, magistrado, tras desem­peñar los cargos de gobernador civil en varias provin­cias, de subsecretario de Hacienda y de ministro de la Gobernación, fue alcalde de Madrid en tres ocasiones (1901-02, 1906-07 y 1909-10), siempre en períodos muy cortos de tiempo, pero en los que sin embargo llevó a la práctica numerosos e importantes proyectos que pretendían hacer Madrid algo más habitable. Así, hizo construir los bulevares a los que me he referi­do algo más arriba, urbanizó numerosas calles del ensanche en las zonas de Argüelles y Arapiles, asfaltó otras tantas del centro de la villa, colocó las estatuas de Que­vedo, Lope de Vega, Bravo Murillo, Eloy Gonzalo y del Marqués de Salamanca, repobló el Retiro, y, sobre todo, creó el parque del Oeste en los terrenos que ocupaba un antiguo vertedero de basuras. Murió en 1913 y fue enterrado en la capilla del asilo de Santa Cristina, fun­dado por iniciativa suya en los altos de San Bernardi­no, junto a la Ciudad Universita­ria y que desapareció durante la guerra civil.

2 comentarios:

  1. Una vez más doy gracias a Dios por ser tan vieja como para haber podido conocer esta calle, los Bulevares, con el "boulevard" o andén central que le daba nombre. El paseo central arbolado subía por Marqués de Urquijo y llegaba hasta la plaza de Colón por Alberto Aguilera (que para mí fue siempre "Areneros", nunca "Harineros"), Sagasta, Carranza y Génova.
    Y creo que lo de paseo de Areneros se debía a que por esa calle subían los carros cargados de arena "de miga" procedente de los arenales del Manzanares y que se utilizaba en la construcción de los barrios de Argüelles y Salamanca, en plena expansión en el siglo XIX. Por lo menos esa es la explicación que me dió mi madre, que como ya he contado en otras ocasiones, le encantaba llamar a las calles por su nombre antiguo.
    También en la esquina de Alberto Aguilera con la de la Princesa, en el solar ahora ocupado por el Corte Inglés, es donde estaba el antiguo barrio de Pozas, que ese si que recuerdo como en sueños. Creo que nunca llegué a andar por sus calles, pero recuerdo la lucha de los vecinos que no querían abandonar sus casas, dirigidos por la resistencia a ultranza del escritor Lauro Olmo, que se hizo fuerte en su vivienda hasta que no pudo mas contra este Ayuntamiento, que para qué vamos a hablar de él, si siempre ha sido como ha sido.
    Espero que le dediques un párrafo a ese barrio desaparecido, del cual no se casi nada.
    Sigue ilustrándonos, que es un placer leerte.

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  2. En la calle de Serrano Jover hablo algo del barrio de Pozas. ¡Paciencia! ¡Ah! Y el placer es tener lectoras como usted, señora Cigarra.

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