Fuente de Cibeles
Foto: CC-BY-SA Carlos Delgado
¿Plaza de Cibeles o plaza de la Cibeles? ¿Lo correcto o lo castizo? En Madrid, Cibeles es la Cibeles, y por eso he tenido tentaciones de encabezar este artículo con un flamante Cibeles (Plaza de la). Hace ya unos cuantos años, fue portada de un diario un cartel que se instaló a su entrada y en el que se leía Plaza de la Cibeles, motivo para una crítica no exenta de sarcasmo al Ayuntamiento, cuyo signo político no coincidía con el del prestigioso diario.
Yendo al grano, la plaza que nos ocupa era una parte del camino de Alcalá de Henares y el caserío de Madrid no lo alcanzó hasta el siglo XVI. No había nada aquí, éste era el extremo del Prado Viejo y el inicio del Prado de Recoletos. Pero en la época de Carlos III se instaló la fuente que representa a la diosa Cibeles en un carro tirado por dos leones, obra de Ventura Rodríguez que en principio estaba destinada para los jardines de La Granja. Su primitivo emplazamiento estaba en una esquina de la actual plaza, junto a la verja del jardín del Palacio de Buenavista; la diosa miraba entonces hacia Atocha, cruzando la vista con su vecino Neptuno.
Y una encrucijada de cuatro calles era el paraje hasta que en 1895 se reforma, se hace más o menos circular, y se coloca la estatua donde hoy en día está. Como la plaza formada no tenía nombre, se designó como Plaza de Madrid y, posteriormente, Plaza de Castelar, aunque al final su nombre terminó siendo el que todos los madrileños le daban, Cibeles.
Cuatro esquinas ocupadas por edificios públicos. En una, el Palacio de Cibeles, hasta 2011 Palacio de Telecomunicaciones, obra de Antonio Palacios que ocupa el hueco de los Jardines del Buen Retiro, lugar de recreo preferido de los madrileños hasta su desaparición en 1905; es la actual sede del Ayuntamiento de Madrid. Se construyó entre 1905 y 1917 y se inauguró oficialmente el 14 de marzo de 1919; el pueblo de Madrid, siempre dado a lo chocarrero, de inmediato empezó a llamarlo, por su aspecto catedralicio, “Nuestra Señora de las Comunicaciones”.
Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid
Foto: CC-BY-SA Carlos Delgado.
Durante casi cien años fue el centro neurálgico del servicio postal en Madrid. Muy característicos son los buzones postales que aún aparecen en la fachada que da al Paseo del Prado. Y muy características eran también las colas que los aficionados a la filatelia hacían el día que salía una nueva emisión de sellos para conseguirlos y si era posible sacarlos con el matasellos del primer día de circulación, aún mejor.
Pero como sabemos el correo postal ha ido decayendo imparablemente desplazado por la tecnología. Por tanto, un edificio tan grande ya no tenía mucho sentido para acoger un servicio que, por desgracia, se iba haciendo residual. Ya desde 2003 empezaron a trasladarse algunas dependencias municipales al Palacio de Telecomunicaciones, que en 2011 se convirtió definitivamente en sede de la Alcaldía y del pleno del Ayuntamiento. El traslado no estuvo exento de polémica por su elevado coste, pero eso es otra historia a la que no quiero dar cabida aquí.
En otra esquina, el Palacio de Murga o de Linares, actual sede de la Casa de América y de azarosa existencia. Proyectado hacia 1863, probablemente se trate de un diseño de origen francés que llevó a la práctica Carlos Colubí, entonces arquitecto municipal. Las obras comenzaron en 1873 y no acabaron hasta 1900, aunque sus dueños, los marqueses de Linares, lo ocuparon desde 1884.
El Palacio de Linares
Foto: J. L. de Diego
Con el tiempo pasó a ser propiedad y sede de la Compañía Transmediterránea y de la Confederación de Cajas de Ahorros; estuvo largo tiempo abandonado y solo la declaración como monumento histórico-artístico en 1976 lo libró del derribo. Finalmente, fue comprado por el Estado para el fin con el que actualmente se utiliza.
Al tiempo de tal adquisición se hizo famoso por sus supuestos moradores de ultratumba, no se sabe si reales o creados por determinada señora que quería vender muchos libros sobre la pobre Raimunda (que así se llamaba una de las almas en pena).
La siguiente esquina la ocupan los jardines del Palacio de Buenavista, que por estar su entrada por la calle de Prim, allí se hablará de él. En la cuarta y última nos encontramos con el edificio del Banco de España.
Sede del Banco de España
Foto CC-BY-SA Luis García
Cuando en 1880 se decidió que fuese el Banco de España el único que emitiese billetes en todo el país, se tuvo claro que había que cambiar su sede, que en aquel momento se encontraba en la Casa de los Cinco Gremios, en la calle de Atocha. Por tanto, el Estado compró una serie de solares y edificios con el fin de situar el Banco en el corazón de la villa. Desaparecieron, pues, el palacio de Alcañices, la antigua iglesia de San Fermín de los Navarros, además de algunos trozos de jardín, para dar paso a la majestuosa sede, obra de Eduardo Adaro y Severino Sáinz de la Lastra. Comenzaron las obras en 1882 y se inauguró el 3 de marzo de 1891.
Desde entonces ha sufrido varias ampliaciones a costa de los inmuebles contiguos: primero a lo largo de la calle de Alcalá, en 1927-30 y después por las del marqués de Cubas y los Madrazo, entre 1969 y 1975. Si bien la primera ampliación, firmada por José Yarnoz Larrosa, se hizo de modo que fuese indistinguible lo antiguo de lo moderno, no fue así con la segunda, obra de Javier Yarnoz Orcoyen –hijo del anterior-, que guarda poca relación con el resto del edificio.
En los últimos tiempos es Cibeles un lugar de celebración de victorias futbolísticas, baño incluido, pero durante el Mundial de fútbol de Estados Unidos, en 1994, la celebración consistió en amputar la mano izquierda de la diosa y hacer desaparecer dicha extremidad, que luego dos cívicos ciudadanos devolvieron en comisaría, aunque no entera. Desde entonces, cada vez que el Real Madrid o la selección española ganan un partido importante u obtienen títulos, la pobre diosa necesita protección policial. Lo que no pasó en la guerra civil gracias a su búnker, sucedió en una noche de fútbol.
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