19.2.10

Batalla del Salado (Calle de la)


Entre el paseo de Santa María de la Cabeza y la calle de Embajadores. Distrito 2 (Arganzuela). Barrios de Palos de Moguer y de las Delicias.

Esta calle del Ensanche Sur es una importante vía que es recorrida por numerosas líneas de autobuses, ya que constituye un atajo si desde la glorieta del Emperador Carlos V se pretende ir hasta la plaza de Legazpi. Recuerda una importante batalla librada durante la Reconquista. Fue Alfonso XI quien el 30 de octubre de 1340 derrotó a los benimerines cerca del río Salado, en la provincia de Cádiz. Esta victoria cristiana acabó por fin con las invasiones musulmanas que desde tres siglos antes, de vez en cuando llegaban de África.

Batalla de Otumba (Calle de la)

Entre las calles de Don Álvaro de Bazán y del Marqués del Vasto. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Ríos Rosas.

Paralela a la anterior e igual de pequeña es esta calle, aunque recuerda un hecho muy grande en la historia de la conquista de América. Hernán Cortés huía de la capital del imperio azteca, Tenochtitlán, después de la Noche Triste. El 7 de julio de 1520 fue sorprendido por un ejército de aztecas y tlaxcaltecas muy superior en número, pero que no contaba con las dotes de estratega del extremeño, y la batalla acabó con una gran victoria de las tropas españolas. La batalla de Otumba fue decisiva para la definitiva conquista del imperio azteca.

Batalla de Mühlberg (Calle de la)

Carlos V en la batalla de Mühlberg (Tiziano)
Entre las calles de Don Álvaro de Bazán y del Marqués del Vasto. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Ríos Rosas.

Esta minúscula calle lleva el nombre de la batalla librada el 24 de abril de 1547 por las tropas imperiales al mando de Carlos V y los protestantes encabezados por Juan Federico de Sajonia. Junto al emperador y sus ejércitos, manadados por el duque de Alba, pelearon las fuerzas de Fernando de Habsburgo, hermano de Carlos, Mauricio de Sajonia y Juan de Brandenburgo. Reunidos en la localidad de Eger, hicieron retroceder a los protestantes hasta Mühlberg; el propio Juan Federico de Sajonia cayó prisionero. Esta batalla supuso el definitivo predominio de Carlos V en Alemania. Un famoso cuadro de Tiziano representa al Emperador en esta batalla, a caballo y con la lanza en ristre, con semblante firme y prematuramente envejecido a los cuarenta y siete años.

18.1.10

Batalla de Belchite (Calle de la)

Entre las calles de Tomás Bretón y de Alicante. Distrito 2 (Arganzuela). Barrio de las Delicias.

Un muy reciente hecho de armas de una dolorosa contienda es recordado, que no conmemorado, en esta calle. En agosto de 1937 las tropas de la República, mandadas por el general Pozas, iniciaron una ofensiva en Aragón cuyo objetivo era disminuir la presión del enemigo en el frente de Asturias. Las operaciones se centraron en el pueblo zaragozano de Belchite, que al final de la batalla quedó totalmente destruido. Sus ruinas se conservan aún hoy, como un monumento a la estupidez humana, una de cuyas manifestaciones más importantes es la guerra, sea del tipo que sea, pero aún más estúpida si es entre compatriotas.

(Actualización de 2018: desde el 29 de mayo de este año, la calle recuerda a la política madrileña Juana Doña [1918-2003])

Bastero (Calle del)


Entre las calles de Toledo y del Carnero. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.

Da nombre a esta calle el apodo que se dio a un hombre en virtud de su oficio. Se llamaba Jaime, tenía aquí su casa y su taller, y era bastero. Un bastero es alguien que se dedica a la fabricación de bastas, esto es, albardas de carga para las caballerías. Pero Capmany quiso rizar el rizo, y comentó con su habitual dosis de fantasía, que la real ocupación del tal Jaime era realmente el dibujo de bastos en la baraja de naipes. ¿Es que no dibujaba los otros tres palos?

El caso es que nuestro Jaime, amén de fabricar excelentes bastas para las caballerías, fue un individuo altruísta que ayudó al establecimiento del albergue de San Lorenzo, junto a la actual Puerta de Toledo, ya que cedió los terrenos en los que se asentó la piadosa obra.

9.12.09

La Gatera de la villa

Interrumpo la secuencia alfabética de las calles para recomendaros una nueva iniciativa de un grupo de "locos por Madrid": La Gatera de la villa, que nace en el seno de FotoMadrid y que incluirá tanto una bitácora como una publicación trimestral en forma de revista. Que lo disfrutéis.

2.11.09

Barquillo (Calle del)


Entre las calles de Alcalá y de Fernando VI. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.

Mesonero Romanos recoge en su Antiguo Madrid los versos de Nicolás Fernández de Moratín referidos a esta calle, y que sitúan sus terrenos en la antigua jurisdicción de Vicálvaro:

Y del Barquillo, término que pasa
De Vicálvaro al tuyo, que algún día,
¡Oh patria humilde! en tierra fuiste escasa.

Es fácil que cuando estas tierras pertenecían aún a Vicálvaro, su configuración -algo semejante a lo que ocurría con la calle comentada previamente- recordase a un barco. Al parecer ya se citaba el paraje como “las tierras que dicen del Barquillo” -Répide dixit- en el siglo XVI, cuando la villa todavía no se había extendido por aquí. Fuera de lugar está, pues, una absurda leyenda que es repetidamente citada por cronistas y estudiosos y que atribuye el origen del nombre a un barquito que tenía una dama de la marquesa de las Nieves para cruzar una profunda laguna que había en sus tierras, más o menos donde hoy se alza el palacio de Justicia.

Precisamente la cercanía del convento de la Visitación, actual palacio de Justicia, que era muy frecuentado por los reyes desde Fernando VI, hizo que la calle del Barquillo fuese llamada Real. Antiguamente la calle finalizaba en la de Hortaleza, ya que la vía hoy dedicada a Fernando VI formó parte de ella. Fue el corazón de uno de los barrios más populares de Madrid, centro de operaciones de los chisperos, acérrimos enemigos de los manolos de Lavapiés. Eran los chisperos los obreros de las fraguas, que abundaron por aquí, y gustaban de buscar pelea no sólo con sus rivales de los Barrios Bajos, sino con otras facciones chisperiles ubicadas más al norte, en Maravillas.

Hay numerosos edificios notables que enseñan alguna de sus fachadas a nuestra calle, como el Cuartel General del Ejército o la Casa de las Siete Chimeneas, pero sus entradas están en otras vías, y allí corresponde su reseña. De dos hablaremos. El primero lo comparte con la calle de Alcalá, pero su monumental entrada, guardada por cuatro colosales cariátides, está en un chaflán que indetermina su adscripción. Es, si usted ya no lo ha adivinado, la sede del Instituto Cervantes, antes del extinto Banco Central Hispano, situada oficialmente en el número 49 de la calle de Alcalá, pero con entrada también por el número 2 de nuestra calle. Fue construido entre 1910 y 1918 según proyecto de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, para el Banco Español del Río de la Plata. Ocupa el solar que fue del palacio de Casa Irujo. Entre 1944 y 1947 fue ampliado en la fachada que da a nuestra calle por Manuel Cabanyes. Cuando en 1947 el Banco Central absorbió al Español del Río de la Plata, este edificio se convirtió en su oficina principal y con el paso del tiempo y con las fusiones bancarias, finalmente este símbolo del poder del dinero pasó a ser símbolo del poder de la palabra, como sede de la institución que vela por una de nuestras más preciosas posesiones: la lengua española. Isabel Gea cita en su libro sobre las calles de Madrid una conferencia pronunciada por el tristemente desaparecido Santiago Amón (por cierto, vaya calle que le ha dedicado el Ayuntamiento, en los confines de Villaverde) pocos días antes del accidente que acabó con él, y en la que comentó que el apelativo que los madrileños dieron a este edificio fue nada más y nada menos que el de casa de ¡joder, que puerta!

En la esquina que preside esta tremenda puerta, acompañada de su frontera del edificio de Tabacalera, estuvo el primer semáforo que se instaló en Madrid, en épocas en las que el tráfico empezaba a ser ya un problema, aunque quizá no tan grave e irresoluble como por desgracia es hoy.

Y nos vamos al final de la calle, en la acera de la izquierda, para hablar del otro edificio que antes se citó. La verdad es que no era más que una típica corrala madrileña que desapareció en 1850. Esto quizá no diga nada, pero si se añade que era conocida como casa de Tócame Roque la cosa cambiará. Este nombre ha llegado a convertirse en un dicho popular: ¡Esto parece la casa de Tócame Roque! El caso es que el célebre edificio se convirtió en protagonista de uno de los sainetes de Ramón de la Cruz, que se tituló La Petra y la Juana o el buen casero. No conocía Mesonero Romanos el origen del chusco nombre de la casa, pero Isabel Gea da en su libro antes mencionado una explicación de lo más curiosa. Ocurrió que la casa fue dejada en herencia a dos hermanos, llamados Juan y Roque, que disputaron por ella; en la discusión se oyeron muchas veces frases como “tócame a mí”, “no, a mí”, “tócame, Juan”, “tócame, Roque”, y como esta última debió de ser la más repetida, así quedó. Pero como dice la estudiosa, “lo mismo podía haberse llamado Tócame Juan”.

En los últimos años han proliferado mucho en esta calle los establecimientos dedicados a la venta de equipos de música y otros útiles electrónicos. Por eso muchas veces a la calle del Barquillo se le pone el innecesario seudónimo de calle del Sonido.

29.9.09

Barco (Calle del)

Entre las calles del Desengaño y de Colón. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.

“La figura que forma su pavimento, igual á la del casco de un buque” explica sin más el nombre de esta calle, según Mesonero Romanos. Sin embargo, cronistas posteriores añaden diversos elementos a tan sencilla justificación. Estos terrenos primero pertenecieron al monasterio de San Martín, y después a don Juan de la Victoria Bracamonte, que los pobló. Sin embargo, vendió un trozo al marqués de Leganés, y éste cedió parte a doña María de Miranda, marquesa de Villaflores, que deseaba fundar un convento. Y se dice que fue ella, al ver las obras de explanación del terreno, la que exclamó “parece un barco”. Otra versión dice que su confesor, Juan Pacheco de Alarcón, añadió “en el que van frailes y monjas”. Este don Juan de Alarcón fue el que acabó dando nombre popularmente al convento de mercedarias descalzas que finalmente fundó la marquesa. Y también dio nombre a esta vía durante algún tiempo, pues en el plano de Texeira figura como calle de Don Juan de Alarcón.

4.9.09

Barcelona (Calle de)


Entre las calles de Cádiz y de la Cruz. Distrito 1 (Centro). Barrio de Sol.

Esta pequeña calle, dedicada a la segunda ciudad de España y primera de Cataluña (de la Ciudad Condal hablaremos más al llegar a la avenida de la Ciudad de Barcelona), en lo antiguo se llamó Ancha de Majaderitos, siendo la Angosta la cercana de Cádiz. Este peculiar nombre venía, a decir de Mesonero Romanos, "del mazo que usaban los bati-hojas ó tiradores de oro que ocupaban dicha calle, y solían apellidar el majadero ó majaderito". Según el mismo D. Ramón, los tiradores de oro dejaron después su lugar a los guitarreros, cuyos talleres se establecieron aquí, hasta que con el derribo del convento de la Victoria se regularizaron las calles, cambiaron sus nombres y variaron su vecindario y sus comercios.

En esta calle hay un bar, que también tiene puerta a la vecina calle de Cádiz, y tiene a gala ser el más grande de España, pues se entra por Cádiz y se sale por Barcelona.

18.6.09

Barceló (Calle de)

Antonio Barceló (1717-1797)
Entre las calles de Fuencarral y de Mejía Lequerica. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.

Como ya se dijo en el comentario sobre la calle de Apodaca, en la zona en que se encuentra esta vía, terrenos antaño pertenecientes al Hospicio, tres grandes marinos españoles son recordados. Ésta, la más amplia calle del barrio, está dedicada al mallorquín Antonio Barceló, nacido en Palma en 1717. Se destacó en las expediciones a Argel de 1775, 1783 y 1784, y en el sitio de Gibraltar de 1779, donde fueron utilizadas unas lanchas de su invención. Murió en 1797.

Dos puntos de referencia en esta calle. En su esquina con la calle de Fuencarral unos pequeños jardines, presididos por su fuente de la Fama, rememoran a Pedro de Ribera. Como en Madrid no hay otra calle que recuerde su memoria, creo necesario escribir unas líneas sobre él en este punto. Pedro de Ribera no inventó el barroco madrileño, pero sí que es quizá su representante más genuino. Durante más de cien años fue considerado un mero corruptor de la arquitectura, autor de engendros que dañaban la vista y el gusto, pero actualmente es respetado como uno de los grandes arquitectos madrileños y españoles. Nació en Madrid en 1683 y murió en esta misma villa en 1742. Su carrera comenzó como ayudante de Teodoro Ardemans, maestro mayor de las obras reales y de la villa desde 1702. A la muerte de Ardemans, en 1726, Ribera le sucedió al frente de las obras del Concejo. Antes de ocupar tal cargo, entre 1716 y 1718, realizó su primera gran obra en Madrid de la mano del corregidor marqués de Vadillo, el acondicionamiento del paseo de la Virgen del Puerto y la extraordinaria ermita que aún se conserva. Seguidamente, construyó el puente de Toledo (1720), el cuartel de Guardias de Corps (hoy del Conde-Duque, 1720) y el Hospicio de San Fernando (1722), en los que empieza a mostrar su muy personal visión del ornato en la arquitectura, con las maravillosas capillas dedicadas a San Isidro y Santa María de la Cabeza en el puente, y las fachadas principales de los otros dos edificios. También realizó importantes obras religiosas, como la reforma de la iglesia de Montserrat, en la calle de San Bernardo, con su bellísima torre (1720); la iglesia de San José, antiguo convento de San Hermenegildo, en la calle de Alcalá (1730-42); San Cayetano, en la calle de Embajadores; o las escuelas pías de San Antón, en la calle de Hortaleza, que se incendiaron hace algunos años. Obra suya también fueron edificios civiles como el desaparecido del Monte de Piedad (queda una de sus portadas) y numerosos palacios, algunos de los cuales se conservan, además de muchas fuentes, de las que sólo ha perdurado la de la Fama, en estos jardincillos de la calle de Barceló.

El segundo lugar importante de nuestra calle es lo que fue la discoteca Pachá, antiguo cine Barceló, que casi todos conocimos hace ya un tiempo (demasiado, quizá) como punto de encuentro de la juventud pudiente de Madrid, pero que casi nadie sabe que es una obra maestra de la arquitectura racionalista y de su autor, Luis Gutiérrez Soto. Él mismo estaba bastante satisfecho de ella, pues escribió: “1930. Construyo mi cuarto cine, el Barceló, de marcada personalidad y acierto.” El resultado, como dice la guía del C.O.A.M., es uno de los mejores locales de espectáculos de Europa y una joya de las arquitecturas madrileña y española.

27.5.09

Barbieri (Calle de)

Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894)Entre la calle de las Infantas y la plaza de Chueca. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.

El primitivo nombre de esta calle fue del Soldado, debido fundamentalmente a la proximidad del cuartel de infantería de guardias españolas que era también conocido así. Pero también hay una famosa leyenda que se relaciona con esta calle. Aquí vivía una rica señora llamada doña María de Castilla, que tenía una hija joven y bella, doña María Almudena Goutili. La joven deseaba dedicarse a la vida religiosa y profesar en el convento del Caballero de Gracia, pero un soldado del cercano cuartel se había prendado de ella y no estaba dispuesto a dejar que se convirtiese en monja. La joven le rechazó, pero él llegó incluso a hacer pintar su retrato en una columna de la casa frontera a la de Almudena para que siempre le tuviese presente. Firme en su decisión la muchacha, el soldado, despechado y rabioso, la mató. Cortó su cabeza y la llevó al convento, con la macabra intención de hacérsela llegar a la madre superiora. Pero fue descubierto, entregado a la autoridad civil y ajusticiado. Se dice que su mano fue clavada en una pica y expuesta como escarmiento en el mismo lugar donde cometió el crimen.

La calle del Soldado era un callejón sin salida en su primer tramo hasta que en 1853 fue prolongada hasta la calle de las Infantas. Un acuerdo del Ayuntamiento de fecha 16 de noviembre de 1894 cambió el nombre de la calle por el actual, que recuerda a un gran músico madrileño. Francisco Asenjo Barbieri, nacido en 1823, estudió en el Conservatorio de Madrid con Pedro Albéniz, Saldoni y Carnicer. Fue después profesor del mismo Conservatorio y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sus esfuerzos se dirigieron sobre todo a la zarzuela; entre las que compuso se deben destacar muy especialmente tres: Los diamantes de la Corona (1854), Pan y toros (1864) y El barberillo de Lavapiés (1874). Asimismo se le deben importantes obras musicológicas, como el Cancionero musical de los siglos XV y XVI. Pero también hay otra faceta, quizá no tan conocida, de Barbieri, y es que fue un gran madrileñista. Peñasco y Cambronero muchas veces le citan en su libro sobre las calles de nuestra villa, como una persona muy conocedora de su historia que les aportó muy útiles datos para la elaboración de su trabajo. Barbieri murió en Madrid en 1894.

7.5.09

Bárbara de Braganza (Calle de)

Bárbara de Braganza (1711-1758)
Entre la plaza de las Salesas y el paseo de Recoletos. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.

Diversos nombres ha tenido esta calle a lo largo de la Historia. El primero fue el de calle de San José, a causa de unos azulejos que representaban a San José y Santo Tomé en las casas de la princesa de Áscoli. En 1835, dentro de la gran reforma de la rotulación de las calles hecha por el marqués viudo de Pontejos, fue cambiada su denominación para evitar duplicidades (había al menos otras dos calles de San José, la que hoy es de Loreto y Chicote y la que aún conserva el nombre, en el barrio de los Literatos), y se llamó Costanilla de la Veterinaria, por su cercanía a la Escuela de Veterinaria que ocupaba el solar de la actual Biblioteca Nacional. A finales del siglo XIX recibió la denominación actual, en conmemoración de la reina fundadora del convento de las Salesas, edificio principal de la calle.

La iglesia de Santa Bárbara hacia 1930
Bárbara de Braganza, nacida en Lisboa en 1711, fue hija de los reyes de Portugal Juan V y María Ana. Se casó con el futuro Fernando VI, y en 1746 se convirtió en reina de España. Al poco tiempo pensó en construirse un retiro en el caso de que enviudase, ya que la salud de su marido no era demasiado buena y las relaciones con Isabel de Farnesio, madrastra de Fernando VI, eran muy malas. Como no tenían descendencia, era fácil que algún hijo de Isabel subiese al trono si moría el rey (como así fue), y Bárbara no estaba dispuesta a aguantar a su “suegrastra” en Palacio. Así que decidió fundar un convento para las religiosas del Instituto de San Francisco de Sales, radicado en Saboya y que se ocupaba de la educación de niñas nobles. En 1748 llegaron a Madrid las monjas, que primero se aposentaron en el beaterio de San José, en la calle de Atocha, y poco después pasaron a la casa de un señor llamado Juan Bacandro, en el paseo del Prado. La construcción del edificio empezó en 1750, según un proyecto del francés Francisco Carlier. Las obras fueron dirigidas por Francisco Moradillo, que se hizo cargo totalmente de ellas tras la muerte de Carlier. En 1757 se acabó la iglesia, y al año siguiente todo el edificio. No sirvió para su fin inicial, ya que la reina murió en 1758, poco antes que su marido. Carlos III respetó los deseos de ambos de no ser enterrados en El Escorial, e hizo construir dos sepulcros que fueron diseñados por Sabatini y decorados por Francisco Gutiérrez; son una genial obra tardía del Barroco en su expresión más Rococó, como en realidad es todo el interior de la iglesia, con su exuberante decoración. Una nota algo discordante la da el sepulcro del general O’Donnell, obra de Jerónimo Suñol de carácter neorrenacentisa y que según Ramón Hidalgo “quizás, en otro sitio más apropiado, resultara hasta interesante. Pero aquí, categóricamente no”.

El lujo con que se hicieron tanto la iglesia como el convento (para Ceán Bermúdez costó 19 millones de reales; para Ruiz de Salces, que lo reformó a mediados del siglo XIX, 50 millones, y Elías Tormo elevó el gasto hasta los 83 millones de reales) llevó al pueblo de Madrid a inventar la inevitable coplilla satírica, en que se juega no sólo con el despilfarro, sino con el poco agraciado físico de la reina:

Bárbaro gasto.
Bárbara renta.
Bárbaro pueblo.
Bárbara reina.

En 1870 el convento de la Visitación fue suprimido. Su iglesia se convirtió en 1891 en la parroquia de Santa Bárbara, y el resto del edificio se destinó a Palacio de Justicia. La obra de reforma, realizada el mismo año de 1870, fue dirigida, como algo más arriba se ha mencionado, por Antonio Ruiz de Salces. En 1908 se quemó la cúpula de la iglesia, que quedó parcialmente destruida. Y el 5 de mayo de 1915 otro incendio afectó gravemente al Palacio de Justicia. En él se perdieron numerosas obras de arte que estaban allí depositadas por el Museo del Prado. La restauración, dirigida por Joaquín Rojí, se prolongó entre 1915 y 1926, y recibió ese último año un premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Se rebajó asimismo la altura del suelo de la lonja, y en los años veinte se construyó una escalinata, obra de Miguel Durán Salgado, que refuerza la ya espectacular perspectiva de la bellísima fachada de la iglesia. Iglesia que para mí tiene un significado especial, pues en ella se casaron mis padres.

16.4.09

Baltasar Gracián (Calle de)

Baltasar Gracián (1601-1658)Entre las calles de Santa Cruz de Marcenado y de Alberto Aguilera. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.

Corta calle la nuestra, que bordea el edificio neomudéjar del I.C.A.I. No es mal emplazamiento, pues, para dedicar una calle a un importante escritor que fue jesuita. Baltasar Gracián nació en Belmonte de Calatayud en 1601. Entró en la Compañía de Jesús muy joven. Ejerció como profesor de Sagrada Escritura en Zaragoza, pero la naturaleza de sus escritos, con los que siempre tuvo problemas, hizo que fuese destituido y desterrado. A Gracián muchas veces se le cita sólo como un seguidor de Quevedo porque, como en él, su estética es conceptista. Y esto hace que se olvide que fue un moralista con una visión sumamente crítica y pesimista del mundo. Entre sus obras destacan El héroe (1637), retrato del príncipe ideal; El político (1640), panegírico del rey Fernando el Católico; El discreto (1646), donde da su idea del cortesano perfecto y, sobre todo la novela alegórica El criticón, publicada en tres partes (1651, 1653 y 1657). Murió en Tarazona en 1658.

13.3.09

Balmes (Calle de)

Jaume Balmes (1810-1848)Entre las calles de Felipe el Hermoso y de la Santísima Trinidad. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Trafalgar.

Deu! ¡Si en Barcelona supiesen cómo es la calle de Balmes de Madrid! Es terrible la comparación entre aquella inmensa, aristocrática y amplia avenida, que no calle, y este minúsculo pasadizo, cuya única misión es servir de acceso a la Biblioteca Pública Central de la Comunidad de Madrid. Poca cosa para recordar a un personaje que tiene su importancia. Jaume Balmes fue un sacerdote y filósofo que nació y murió en Vic; vivió entre 1810 y 1848. Fue un gran ecléctico; se preocupó -y no fue escasa tarea- de dar soluciones a muchos de los grandes dilemas españoles del siglo XIX, como la lucha entre carlistas e isabelinos (propuso la boda de Isabel II con Carlos VI, pero no le hicieron caso), la relación iglesia-estado tras la desamortización, las incipientes luchas de clase o el nacionalismo catalán. Sus posturas liberales no gustaron a los estamentos más reaccionarios, que además eran los que manejaban la situación, así que acabó retirándose a su ciudad natal; el mismo año de su muerte entró en la Real Academia Española.

13.2.09

Ballesta (Calle de la)

Entre la calle del Desengaño y la Corredera Baja de San Pablo. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.

Muchos años ha que esta calle lleva su nombre, que se debe a que por estos andurriales hubo un corral en el que se tiraba, y a él se acudía para solazarse los días festivos. El dueño era alemán y, al parecer, tenía como costumbre mostrar fieras encadenadas que servían como diana para los venablos, pero en una ocasión un jabalí que había traído de los bosques del Pardo se escapó y le mató a colmillazos.

Con el tiempo, el nombre de esta calle, que quedó en el centro de un barrio excesivamente degradado gracias, en parte, a la desidia de los sucesivos Ayuntamientos, se hizo sinónimo de la que se dice es la profesión más antigua del mundo. O más bien sinónimo del lugar o lugares donde se ejercita la supuesta profesión. Pero después han sido diseñadores de rabiosa moda los que la han “rescatado” para convertirla en uno de los centros del Madrid más chic.

3.2.09

Bailén (Calle de)

Entre las plazas de España y de San Francisco. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.

De apertura reciente y paulatina es esta calle. Su primer tramo, esto es, el que va desde la plaza de España hasta el palacio de Oriente, es contemporáneo de la construcción de éste, ya que cuando su lugar lo ocupaba el Real Alcázar el terreno donde hoy está la calle formaba parte de la huerta de la Priora y de las casas de doña María de Aragón. Siglos atrás, hasta aquí llegaban las tierras del priorato de San Martín; Felipe II fue poco a poco haciéndose con ellas para poseer todas las cercanías de su Alcázar, aunque cedió parte a la citada doña María para que ésta fundase el colegio de agustinos que tanto ansiaba. El primitivo nombre de la calle fue el de Calle Nueva de Palacio, aunque Mesonero Romanos también se refiere a ella como Bajada de las Caballerizas.

Nada más comenzar la vía, y después del bello edificio de la Real Compañía Asturiana de Minas, cuya reseña corresponde a la plaza de España, nos encontramos con una vista que más o menos nos da una bofetada. El nuevo edificio del Senado, una hermosa muestra de la arquitectura más vanguardista, se da de patadas en el entorno donde lo han encajado, porque de otra forma no se puede llamar la barbaridad que se ha hecho al incrustar un edificio ultramoderno en una parte de Madrid que tiene un entorno tan característico como son los aledaños del palacio Real. Pero, en fin, más vale mirar hacia otro lado o incluso cruzar la calle y encontrarnos de esta forma con una visión más grata como son los jardines de Sabatini. En este lugar estuvieron las Reales Caballerizas, construidas según proyecto de Sabatini en la segunda mitad del siglo XVIII. Eran, dice Répide, una verdadera villa dentro de la villa, con patios, galerías, cuadras y cocheras inmensas y habitaciones para albergar a quinientos empleados. Contenían casi ciento ochenta coches y unas quinientas caballerías. Además, tenían una capilla dedicada a San Antonio Abad cuya traza debía mucho a Ventura Rodríguez.

Con la llegada de la II República no se vio mucha utilidad a este edificio, que fue derribado en 1932. Esto sirvió para ensanchar la calle, y en el solar que quedó se proyectó la construcción de unos jardines; a tal efecto se convocó un concurso de ideas que fue ganado por el arquitecto Fernando García Mercadal. Son unos agradables y recoletos jardines, dominados por la majestuosa fachada norte del Palacio. Desde la verja de su entrada hay una bella vista de la Casa de Campo, favorecida por los enormes desniveles que tiene esta zona, que casi la hacen atalaya.

Si volvemos de nuevo a la acera de los impares nos encontraremos con el palacio que primero fue del marqués de Grimaldi y fue construido para él por Francisco Sabatini en 1776. Posteriormente fue residencia de Godoy y después albergó el ministerio de Marina. En 1819 estuvo aquí la Biblioteca Real y luego se convirtió en la casa de los ministerios, pues tuvieron en ella su sede los de Guerra, Hacienda y Gracia y Justicia. Más adelante, se dedicó a museo Naval y, tras algunas amenazas de desaparición, desde 1941 es el Museo del Pueblo Español.


Si nos saltamos el Palacio Real, del cual se ha de hablar al llegar a la plaza de Oriente, a nuestra derecha quedará la nueva catedral de Madrid. Muchas veces, desde que la villa se convirtió en Corte, se intentó levantar un templo catedralicio digno de albergar las grandes ceremonias de la monarquía católica, pero la oposición de los arzobispos de Toledo -para que haya catedral ha de haber obispo-, que temían perder su gran influencia con ello, hizo que todos los proyectos fracasasen. El primero que estuvo a punto de cuajar llevaba la firma de Sachetti, el constructor del Palacio Real. Pero no fue hasta el reinado de Alfonso XII cuando realmente se empiece en serio con la idea. La infeliz reina Mercedes fue la impulsora más tenaz del mismo, y tras su temprana muerte, el rey lo apoyó incondicionalmente, no sólo como futura catedral de Madrid, sino también como mausoleo para su amada Mercedes, ya que al haber muerto sin descendencia no podría ser enterrada en El Escorial. Otro condicionante fue la desaparción en 1869 de la iglesia de Santa María la Real; la cofradía de la Almudena, residente en la vieja iglesia, también se interesó en gran medida en este proyecto. Fue Francisco de Cubas el encargado de trazar el primer boceto en 1879, enmarcando el nuevo templo en el entorno del palacio Real. En 1883 fue modificado el proyecto, y se ideó una iglesia mucho más grande, con reiminiscencias de las grandes catedrales góticas europeas y especialmente francesas. Sin embargo, la cripta, con salida a la calle Mayor, tiene cierto carácter románico.

Las obras sufrieron grandes parones y retrasos. El marqués de Cubas falleció en 1899 y fue sucedido por su colaborador Olabarría, que a su vez murió en 1904; el testigo lo tomó Repullés y Vargas, hasta 1922, año de su muerte. El siguiente director fue Juan Moya. Tras la guerra se vuelve a trabajar en la catedral, y dirige sus obras Luis Mosteiro, pero en 1940 hay un importante cambio en el proyecto. Es entonces cuando alguien se da cuenta de que una catedral gótica no quedaría muy bien junto al palacio Real, y cuatro años después se convoca un concurso para dar nuevas y más armoniosas ideas. El concurso fue ganado por Fernando Chueca Goitia y Carlos Sidro, que en 1949 preparan el nuevo proyecto y al año siguiente reinician las obras. Tras cuarenta y tres años de inicios, parones, reinicios y más parones, por fin se acabó la catedral de Madrid, que fue consagrada por el papa Juan Pablo II en 1993. Nada más y nada menos que ciento catorce años hubo que esperar para ello.

Aún no guarda grandes tesoros artísticos la nueva catedral, aunque en la capilla central de su girola se puede admirar, por depósito del Ayuntamiento, el arca original del siglo XII que fue la primera en guardar los restos de San Isidro. Su interior es muy luminoso; mucha luz dejan pasar las vidrieras que parecen inspiradas en las obras pictóricas de Piet Mondrian. Más bella es la cripta neobizantina, inaugurada en 1911, donde son enterrados personajes de la alta sociedad madrileña, entre ellos el propio marqués de Cubas.


Dejamos atrás la catedral de la Almudena y llegamos a la gran vaguada que forma la calle de Segovia, que es atravesada por uno de los símbolos modernos de Madrid, el Viaducto. Desde hace siglos se intentó dar una solución al problema de aislamiento que suponía el tener que atravesar este profundo vallejo por donde antaño corrió el arroyo de San Pedro. El primer proyecto es de Sachetti, que intentó ordenar toda la zona cercana al palacio Real que estaba construyendo. Abandonada u olvidada la idea del italiano, fue recogida durante el reinado de José Bonaparte por el que fue su arquitecto, Silvestre Pérez. El proyecto de Pérez es muy ambicioso, pues consistía en reunir, mediante enormes columnatas y pórticos, el palacio Real con la basílica de San Francisco el Grande, donde el rey intruso había pensado establecer las Cortes. Los amplios patios o plazas que quedarían estarían adornados con estatuas y obeliscos, y el viaducto que cruzaría la calle de Segovia quedaría armoniosamente incluido en el monumental conjunto. Sin embargo, como ya sabemos, la única herencia del hermano de Napoleón en Madrid, fue crear un enorme solar frente al palacio Real que posteriormente degeneró en inmundo barrizal.

No fue sino tras la revolución de 1868 cuando el proyecto se llevó a cabo, según una idea de Eugenio Barrón esbozada en 1859. En octubre de 1868 se iniciaron los derribos que se consideraron necesarios para la construcción del viaducto, en los que se incluyeron no sólo las casuchas de la calle de Segovia que impedían las labores de cimentación, sino también otros edificios de dudosa molestia como la iglesia de Santa María. También desaparecieron las casas del marqués de Malpica y se partió en dos el palacio de los duques del Infantado. Las obras se iniciaron el 31 de enero de 1872 y el 13 de octubre de 1874 se inauguró; el primer carruaje que lo cruzó fue el que llevaba los restos de Calderón de la Barca desde el frustrado Panteón Nacional de San Francisco el Grande hacia el cementerio de San Nicolás.

Este primer viaducto era una obra toda de hierro que se situaba a 23 metros sobre la calle de Segovia. Desde su inauguración se convirtió en el sitio favorito de los suicidas madrileños; Répide cuenta un divertido caso relacionado con esta luctuosa costumbre, y es que la primera persona que intentó tirarse sobre el pavimento de la calle de Segovia fue una joven cuya familia no aprobaba su casamiento con su amado. Se arrojó al vacío, pero las amplias faldas y miriñaques que se llevaban en aquella época hicieron las veces de paracaídas y sólo sufrió heridas leves. La impresión del hecho ablandó el corazón de sus padres y se accedió al casamiento. La infeliz murió en el parto de su decimocuarto hijo.

El viejo viaducto tuvo que ser reformado en 1921 y 1927, y en 1931 se decidió su sustitución. El concurso convocado para el levantamiento de uno nuevo fue ganado por el arquitecto Francisco Javier Ferrero y los ingenieros José Juan Aracil y Luis Aldaz Muguiro. En 1934 se derribó el antiguo y se inciaron las obras del nuevo, que fue inaugurado ocho años después. Es una obra maestra del racionalismo madrileño hecha en hormigón armado, con tres bóvedas de 35 metros de luz y 17,5 metros de flecha. El proyecto incial contemplaba la instalación de ascensores para subir a la calle de Bailén y otros servicios. En 1975, por su mal estado, fue cerrado al tráfico y estuvo a punto de ser derribado, pero su gran valor arquitectónico impidió esa barbaridad -por una vez- y entre 1977 y 1978 fue restaurado.

Y casi volviendo al inicio, digamos que desde 1835 esta calle se llama de Bailén en conmemoración de la batalla ganada por las tropas españolas al mando de Castaños a las francesas de Dupont en 19 de julio de 1808 en las cercanías de la localidad jienense de Bailén. El 22 de julio se rindieron 17.000 franceses al general español, y la consecuencia de la batalla fue la huída de Madrid del rey José y su séquito. Es muy conocida la conversación habida entre los dos generales en el acto de capitulación. Dupont entregó su sable a Castaños, diciendo "tomad mi espada, vencedora en mil batallas". A lo que el español respondió "es la primera que gano".

15.1.09

Azorín (Glorieta de)

José Martínez Ruiz, 'Azorín' (1873-1967)Entre los paseos de la Ciudad de Plasencia y de la Virgen del Puerto. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.

El parque de Atenas, donde se sitúa este rincón, se llama así desde que la capital de Grecia decidió dedicar una de sus plazas a la villa de Madrid. Ocupa un espacio que tradicionalmente se conoció como La Tela, aunque en épocas más remotas el apelativo era más largo y se denominaba La Tela de Justar. Y es que allí se debieron de celebrar en la Edad Media las justas o torneos a los que eran tan aficionados los caballeros de entonces. Hoy es un coqueto parque contiguo al ubérrimo Campo del Moro, una suave costanilla que prepara al caminante que viene desde el paseo de la Virgen del Puerto para las fuertes rampas de la Cuesta de la Vega.

Hoy lleva el nombre de glorieta de Azorín la entrada (o, mejor dicho la salida, pues está más lejos de la Puerta del Sol) del paseo de la Ciudad de Plasencia, pero antes se llamaba así uno de los dos jardincillos que encierra la Cuesta de la Vega, que actualmente se consideran parte del parque del Emir Mohammed I. Da lo mismo el emplazamiento; lo importante es que un lugar de Madrid recuerda a uno de los más grandes escritores españoles del siglo XX. José Martínez Ruiz nació en Monóvar, un pueblo de la provincia de Alicante, en 1873. El seudónimo Azorín, por el que es universalmente conocido, lo tomó de un personaje que aparece en la trilogía narrativa que forman La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Es uno de los más genuinos representantes del espíritu que impregnó a la llamada Generación del 98. El desencanto producido por el Desastre le llevó a una extraña evolución desde sus principios anarquistas hasta unas posturas bastante conservadoras. Lo más importante de su obra lo constituyen trabajos de crítica o pensamiento literarios y descripciones de paisajes, como La ruta de Don Quijote (1905), España (1909), Castilla (1912), Clásicos y Modernos (1913), Al margen de los clásicos (1915) o Una hora de España (1925). Ingresó en la Real Academia en 1928. Murió en Madrid en 1967.

2.1.09

Ayala (Calle de)

Adelardo López de Ayala (1828-1879)
Entre el paseo de la Castellana y la calle del Doctor Esquerdo. Distrito 4 (Salamanca). Barrios de Recoletos y Goya.

Esta calle, como las que la rodean, se empezó a formar en el último tercio del siglo XIX, cuando comenzó la urbanización del barrio de Salamanca. Entonces fue llamada calle de los Pajaritos; para Peñasco y Cambronero fue así porque éste era el camino que solían seguir los cazadores del barrio. Répide da otra versión. Aquí, antes de existir barrio y calle, estaba el arroyo de los Pajaritos, que debía desaguar en el arroyo bajo del Abroñigal. Y la calle seguía más o menos el mismo trazado que antaño el arroyo. Sea como sea, hoy está dedicada al dramaturgo Adelardo López de Ayala, nacido en la localidad sevillana de Guadalcanal el 1 de mayo de 1828 y fallecido en Madrid el 30 de diciembre de 1879. No sólo se dedicó a las musas, sino que participó activamente en la vida política, y fue cuatro veces ministro de Ultramar (en 1868, 1871, 1872 y 1875) y presidente del Congreso (1878, 1879). Se encargó de redactar la proclama que expulsó a Isabel II del trono en 1868. Quizá por eso también llevó esta calle el nombre de 29 de septiembre, ya que ésa es precisamente la fecha del triunfo de la Revolución Gloriosa. La obra dramática de Ayala comprende obras de corte histórico como Un hombre de Estado (1851) o Rioja (1854) y otras de carácter contemporáneo, moralizadoras y realistas: El tejado de vidrio (1856), El tanto por ciento (1861), El nuevo don Juan (1863) y Consuelo (1878). Ingresó en la Real Academia Española en 1865. Sorprendió la muerte a Ayala en su casa del número 8 de la calle de San Quintín, que compartía con el gran músico Arrieta, cuando estaba dispuesto para casarse y para irse a vivir al nuevo hotel que se estaba construyendo en la calle de Pajaritos, que luego adoptó su nombre.

9.12.08

Aviación española (Calle de la)

Barberán y Collar ante el 'Cuatro Vientos'Entre la avenida de Filipinas y la calle de Andrés Mellado. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Vallehermoso.

Esta calle recibe su nombre porque se halla en el corazón de una barriada constituida por viviendas para jefes y oficiales del Ejército del Aire.

A pesar de nuestro secular retraso en todo a lo que adelantos tecnológicos se refiere, hay varios nombres españoles que deben estar inscritos con letras de oro no sólo en los anales de la aviación española, sino en la mundial. Ramón Franco, Ruiz de Alda, Durán y Rada realizaron entre el 22 de enero y el 10 de febrero de 1926 el vuelo Palos de la Frontera-Buenos Aires. Lóriga y Gallarza viajaron de Madrid a Manila entre el 5 de abril y el 13 de mayo del mismo año. Y entre el 10 y el 25 de diciembre de 1926, la patrulla Atlántida, mandada por Llorente, llegó hasta la Guinea Española. Juan de la Cierva cruzó por primera vez el Canal de la Mancha en autogiro el 18 de septiembre de 1928. Y para no hacer demasiado larga la relación, finalicemos con el trágico vuelo de Barberán y Collar, de Sevilla a Méjico, en junio de 1933 y del que sus dos tripulantes jamás volvieron.

19.11.08

Averroes (Calle de)

Monumento a Averroes en Córdoba
Entre las calles de Ángel Ganivet y de Viera y Clavijo. Distrito 3 (Retiro). Barrio del Niño Jesús.

No nos debemos alejar mucho para encontrarnos con la calle dedicada a Abu-l-Walid Muhammad ibn Rusd, conocido como Averroes, médico, jurista y filósofo nacido en Córdoba el año 1126. Estudió teología, filosofía, jurisprudencia, matemáticas y medicina, y ejerció como juez en Sevilla. En 1182 se convirtió en médico del califa Yusuf en Marrakech; fue acusado de no seguir el camino recto de la doctrina islámica y se le desterró a Lucena. Se le permitió volver, y murió en Marrakech en 1198 sin ser rehabilitado.

La doctrina filosófica de Averroes se basa fundamentalmente en las ideas aristotélicas. Su obra principal en este sentido son unos Comentarios sobre Aristóteles que le ocuparon durante gran parte de su vida. Del resto de sus escritos cabe mencionar el Colliget (1162-69), vasta obra médica de carácter enciclopédico.

Avendaño (Calle de)

Entre las calles de Juan de Urbieta y de Antonio Díaz-Cañabate. Distrito 3 (Retiro). Barrio del Niño Jesús.

Otra calle de la colonia Retiro dedicada a un escritor, en este caso al dramaturgo español del siglo XVI Francisco de Avendaño. Sólo tiene una obra conocida, la llamada Comedia Florisea, publicada en 1551 y reeditada en 1553; la escribió con motivo de la boda de Juan Pacheco, pariente del marqués de Villena Diego López Pacheco. En ella se encuentran influencias de poetas como Torres Naharro o Juan del Enzina. A Avendaño se le consi­dera, junto a Miguel de Cervantes y Cristóbal de Virués, como el introduc­tor en España de las comedias en tres jornadas o actos, en lugar de los cinco que hasta entonces eran preceptivos.

29.10.08

Ave María (Calle del)

San Simón de Rojas

Entre la calle de la Magdalena y la plaza de San Miguel. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.

De una forma o de otra está muy relacionado San Simón de Rojas con esta calle, pues el nombre se lo puso él o tuvo su origen en él. Peñasco y Cambronero indican que aquí vivían unas mujeres de dudosa reputación que fueron expulsadas por orden de Felipe II a instancias del santo vallisoletano. Al derribar las casuchas en que vivían aparecieron unos pozos en los que se encontraron varios cadáveres. "Ave María" fue la expresión que brotó de los labios de Simón, y de ahí quedó el nombre a la calle. Pero más fácil es creer que el nombre le fue impuesto a la calle como purificación, ya que se supone que aquí vivían muchos de los moriscos que fueron expulsados por Felipe III precisamente a instigación de Simón de Rojas y del beato Juan de Ribera. Y la calle del Ave María pudo, por qué no, ser la principal de esa morería.

Antes de llamarse así, consta que se denominó del Barranco.

1.10.08

Augusto Figueroa (Calle de)

Entre las calles de Fuencarral y del Barquillo. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.

Esta calle, larga, empinada, estrecha y sin alineación en alguna de sus casas, lleva el nombre de Santa María del Arco en el plano de Texeira, y desde 1835 fue conocida como del Arco de Santa María. El origen de esta antigua denominación está en un retablillo con una imagen de la Virgen de la Soledad que se hallaba sobre la puerta de las caballerizas del marqués de la Torrecilla. Mucha devoción produjo entre los vecinos, y a ella se atribuyeron numerosos milagros, de manera que la puerta se empezó a llenar de fieles y de exvotos. Eso movió al marqués a levantar una capillita que se hizo con ladrillo visto y en el estilo mudéjar, y que es la que aún hoy podemos ver en la esquina de nuestra calle con la de Fuencarral, un vestigio de los muchos retablos y humilladeros que antaño tuvo la villa. Se conocía la capilla como Arco de Santa María, por haber sido antes una puerta sin más, y el nombre luego se extendió a toda la calle, que, por cierto, hasta 1849 finalizaba a la altura de la calle de Válgame Dios, haciendo escuadra con ella. Ese año, el Ayuntamiento compró un trozo de la huerta de los duques de Frías para prolongar nuestra calle hasta la del Barquillo.

El 11 de marzo de 1904 la calle del Arco de Santa María mudó su tradicional nombre para adoptar el de Augusto Figueroa, famoso periodista malagueño que escribió en algunos de los más importantes de entre los numerosísimos diarios que en Madrid se publicaban en el siglo XIX. Aunque hoy en día poca gente recuerda el nombre antiguo de esta calle, veinte años después del cambio decía Répide que era al contrario, y casi nadie sabía que la calle se llamaba Augusto Figueroa, aprovechando la ocasión para criticar al Ayuntamiento por dedicar calles con nombres muy arraigados a personajes que, sin dudar de su mérito, quizá hubiesen sido mejor recordados en vías de nueva apertura de las muchas que poco a poco iban surgiendo tanto en el Ensanche como en el extrarradio.

9.9.08

Atocha (Ronda de)

Interior de la iglesia del colegio de los Salesianos de Atocha
Entre la glorieta del Emperador Carlos V y la Ronda de Valencia. Distritos 1 (Centro) y 2 (Arganzuela). Barrios de los Embajadores y de Palos de Moguer.

La ronda de Atocha es una calle amplia y recta que tiene su origen en los paseos arbolados que se realizaron en torno a la cerca de Madrid a mediados del siglo XIX. Aunque Peñasco y Cambronero dicen que ya existe en el plano de Texeira, en éste lo que se ve en realidad es un desdibujado y estrecho camino que une el portillo de Lavapiés con la puerta de Atocha. Con el tiempo la villa rebasó sus antiguos límites y la ronda de Atocha se convirtió en eje de una zona antaño fabril que poco a poco se ha ido convirtiendo en residencial. En esta calle -ya lo menciona Répide- se encuentra uno de los más grandes colegios salesianos de los que hay en Madrid. Además es el más antiguo, puesto que su fundación data de 1891. Dicho queda; uno casi se veía obligado, como antiguo alumno de un colegio salesiano y porque además en su iglesia, la basílica de María Auxiliadora, me casé.

5.8.08

Atocha (Calle de)

Entre la plaza de la Provincia y la glorieta del Emperador Carlos V. Distrito 1 (Centro). Barrios de Sol, Cortes y Embajadores.

La calle de Atocha ha sido uno de los ejes fundamentales de Madrid a lo largo de su historia. Su origen está en el camino que, desde la pequeña villa recién reconquistada, llevaba a la ermita de la Virgen de Atocha, de gran devoción entre los madrileños. De la ermita de Atocha y del convento que después la substituyó se hablará más largamente en el paseo de la Infanta Isabel, pero sí que es oportuno aquí explicar el origen de ese nombre. Si bien algunos cronistas opinan que Atocha es una corrupción del vocablo griego theotokos (Θεοτόκος), es decir, madre de Dios, o bien que deriva de Antiochia (Antioquía), la ciudad de la que se supone fue traída la imagen, lo cierto es que la palabra proviene de atochar, esto es, un campo de atochas o esparto.


Torre de la iglesia de la Santa Cruz
Si empezamos nuestro paseo por la calle de Atocha desde el principio, o sea, desde la plaza de la Provincia, el primer edificio significativo que nos encontramos es la nueva iglesia de Santa Cruz. En su solar estuvo una de las mayores joyas de la arquitectura barroca madrileña, el convento de dominicos de Santo Tomás. Tuvo su origen en una cátedra establecida por iniciativa de los religiosos del convento de Atocha, cuyo patronazgo asumió en 1626 el conde-duque de Olivares. El convento se inició en 1635; tanto él como la iglesia primitiva, que se levantó hacia 1583, fueron destruidos por un incendio en 1652. En 1656 fueron reconstruidos, bajo la dirección de José Churriguera y sus hijos Jerónimo y Nicolás. El claustro, que a decir de los cronistas era lo que más valor tenía de todo el edificio, fue obra de José Donoso. En 1726 se cayó la cúpula de la iglesia en un momento en que el templo estaba abarrotado. El accidente acabó con la vida de más de ochenta personas. El 17 de julio de 1834 fue éste uno de los conventos que más sufrió la matanza de frailes producida por el rumor que alguien había lanzado y según el cual los religiosos habían envenenado las fuentes provocando la terrible epidemia de cólera que padecía Madrid. Un año después llegó la exclaustración, y el convento fue utilizado como cuartel, ministerio de la Guerra, Tribunal Supremo Militar y Capitanía General. La iglesia siguió destinada al culto, y allí se trasladó la parroquia de Santa Cruz cuando la vieja iglesia fue derribada en 1869. Sin embargo, la mala suerte continuó cebándose con la iglesia de Santo Tomás, que fue destruida por un incendio en 1873. La reconstrucción fue imposible, y en 1875 tuvo que ser derribada. Por iniciativa del obispo de Madrid Ciriaco María Sancha se produjo la reconstrucción de la parroquia de Santa Cruz en este solar. La obra fue encargada al marqués de Cubas, que concibió un edificio que recordase la alta torre que tenía la vieja parroquia. Y en efecto, esta iglesia tiene un rojo campanario de ladrillo visto que fue durante mucho tiempo el punto más alto de Madrid. Las obras comenzaron en 1889, y tras una paralización entre 1896 y 1899, finalizaron en 1902, bajo la dirección de Miguel de Olabarría, discípulo de Cubas. Realmente no se terminó del todo, pues la torre debió ser coronada por una aguja que nunca se hizo. Es interesante la visita de esta iglesia, ya que contiene numerosas obras de arte procedentes de conventos cercanos que han desaparecido.

Palacio de los Cinco Gremios
Pocos metros separan la nueva iglesia de Santa Cruz del siguiente edificio destacable de la calle de Atocha, que se halla en la acera de la izquierda. Está ocupado hoy por la Dirección General del Tesoro Público, pero en su día fue conocido como la Casa de los Cinco Gremios. Los Cinco Gremios Mayores en Madrid fueron los de joyeros, sederos, merceros, pañeros y lenceros. Se organizaron como institución económica entre 1705 y 1733, y en 1763 constituyeron una compañía que llegó a tener gran influencia no sólo en la economía madrileña, sino en la de toda España. Este edificio fue construido para ellos entre 1789 y 1791 por el arquitecto José de la Ballina. La organización gremial empezó a decaer a principios del siglo XIX, hasta su desaparición total. Y con esta desaparición, el edificio cambió de manos. En 1845 se instaló allí el Banco de Isabel II, que, al fusionarse dos años después con el de San Fernando dio lugar al Banco de España, que en este lugar tuvo su primera sede. Y en ella permaneció hasta su traslado a la actual, en la plaza de Cibeles.

Nuevamente cambiamos de acera para hablar del antiguo convento de la Trinidad. Fue fundado por iniciativa de Felipe II (se dice que el mismo monarca fue quien eligió el emplazamiento del edificio) y construido por Gaspar Ordóñez desde 1562. En 1590 empezaron las obras de la iglesia. Sabido es que una de las principales misiones de los frailes trinitarios era la redención de cautivos. A este convento pertenecían fray Juan Gil y fray Antonio de la Bella, que rescataron en 1580 a Miguel de Cervantes de su cautiverio en Argel. El convento de la Trinidad fue exclaustrado y en 1838 se expusieron en él numerosas pinturas procedentes de otros conventos clausurados. Posteriormente fue dedicado a teatro y conservatorio y en 1847 nuevamente albergó una exposición de pintura; aunque se pensó instalar allí un Museo Nacional, lo cierto es que al año siguiente, 1848, fue destinado a Ministerio de Fomento. En 1897 fue derribado; en su solar se abrió la calle hoy conocida como del Doctor Cortezo, que antes fue de Barrionuevo. También se aprovechó parte del terreno libre para construir un teatro, que primero se llamó Odeón, luego del Centro y hoy Calderón. Hubo intentos, recién fallecido el genial escritor, de dedicárselo a Galdós, y así lo recoge Répide, pero no fructificaron. Las obras tuvieron lugar entre 1915 y 1917, y fue su arquitecto Eduardo Sánchez Eznarriaga.

Algo queda, sin embargo, del antiguo convento de la Trinidad, y es una pequeña capilla llamada del Ave María, que en la actualidad queda en la calle del Doctor Cortezo, junto a los multicines Ideal. Allí está enterrado el recientemente canonizado Simón de Rojas, su fundador, cuyo cuerpo fue trasladado a esta capilla cuando fue derribada la iglesia de Santa Cruz, primitivo emplazamiento de su sepultura.

Placa que recuerda que en la iglesia de San Sebastián se enterró a Lope de Vega
La iglesia de San Sebastián, que ocupa el número 39 de nuestra calle, tiene su origen en una antigua ermita que había en el camino de Atocha, y de la que algo se habló en la plaza de Antón Martín. Como también se mencionó allí, la parroquia de San Sebastián se creó en 1541, segregándola de la de Santa Cruz. Y la iniciativa fue de un tal licenciado Francos, párroco de Santa Cruz, que tenía un sobrino al que vino muy bien convertirse de repente en párroco. El espacio que ocupaba la antigua iglesia de San Sebastián estaba casi copado por las numerosas capillas que en ella fundaron las muchas congregaciones que la eligieron como sede: Las de la Soledad y la Pasión, que administraban los corrales de comedias que había en Madrid en el siglo XVII; la de la Virgen de la Novena, que agrupaba a los cómicos, los cuales vivían mayoritariamente en este barrio (véase la calle de San Sebastián para la explicación de la leyenda sobre el origen de esta congregación); la de los Guardias (véase calle del Sacramento), y la de Belén, de los arquitectos, cuya capilla, obra genial de Ventura Rodríguez, es una de las pocas partes de la antigua iglesia que se conservan. En la fachada que da a la calle de Atocha, unos azulejos recuerdan que allí está enterrado Lope de Vega, aunque no se sabe dónde. Fue Mesonero Romanos el que, llevado por su natural curiosidad, intentó comprobar si los restos del Fénix de los Ingenios seguían en el segundo nicho del tercer orden de la bóveda, como se decía en documentos que pudo consultar. Pero cuando, acompañado del párroco Quijana, abrió tal nicho, encontró en él enterrada a la hermana de un vicario de Madrid apellidado Ramiro y Arcayo. Los huesos de Lope de Vega fueron víctimas de las “famosas mondas ó estracciones de cadáveres que se verificaban periódicamente”, en palabras del mismo D. Ramón.

Fachada de la iglesia de San Sebastián
En 1936 la vieja iglesia fue prácticamente destruida. Su reconstrucción se llevó a cabo en los años cincuenta, bajo la dirección de Francisco Íñiguez Almech. De esta nueva iglesia cabe destacar dos capillas, supervivientes de la vieja: La del Sagrado Corazón, antes de los Guardias, construida en 1793 por el arquitecto de origen francés Juan Pedro Arnal, y, sobre todo, la anteriormente mencionada de Belén, última obra de Ventura Rodríguez, donde esta enterrado junto a otros grandes arquitectos como Juan de Villanueva o Pedro Muguruza. Esta última capilla goza de la condición de Monumento Nacional, a pesar de lo cual casi siempre está cerrada, aunque a veces se puede admirar a través de un cristal.

“Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián” dice Galdós en Misericordia, novela en la que esta iglesia es protagonista. Y es que, en efecto, las sucesivas ampliaciones y agregaciones hicieron que la iglesia tuviese dos portadas. Una de ellas era obra de José de Churriguera, hecha en 1715; en la época en la que más ferozmente se atacaba este estilo, el peculiar epigramista Salicio dedicó estos versos al San Sebastián que había en ella:

Santo de tanto valor,
¿qué haces en tal frontispicio?
Yo considero, en rigor,
que, a no estar en el Hospicio,
no puedes estar peor

Al final la puerta fue picada en 1829; la opinión de Peñasco y Cambronero, que no se distinguen precisamente por su admiración por el barroco madrileño es clara: “Con esto se consiguió hacer desaparecer los defectos antiguos, pero resultaron otros con que no se había contado. Las obras de Churriguera y sus imitadores tienen un estilo tan original y raro que es preciso, ó demolerlas, ó respetarlas: no admiten composturas.” Pero yo me quedo con la más contundente respuesta de Répide: “Al cabo del tiempo, venimos en resolver que lo que está peor que el San Sebastián y que la portada del Hospicio, que precisamente ha de ser salvada y conservada, son esos versos del Padre Salas (Salicio), con su buen ripio, que no vale lo que un floripondio riberesco.”

Por último, demos una breve relación de grandes personajes que tuvieron relación con esta parroquia ya sea por bautizo, boda o funeral; a los nombres de Lope de Vega, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva añádanse los de Cervantes, Ruiz de Alarcón, Espronceda, Barbieri, Ramón de la Cruz, Moratín, Larra, Zorrilla, Bécquer o Jacinto Benavente. Y aquí se casó en 1802 Simón Bolívar con la madrileña Teresa del Toro.

En la esquina de la calle de Atocha con la plaza de Matute estuvo el Colegio de Niñas de Nuestra Señora de Loreto. Fue fundado por Felipe II en 1581, y su misión era recoger niñas pobres y huérfanas para que al hacerse mayores engrosasen la servidumbre de los palacios de la villa. El nombre lo debía a una imagen de la Virgen de Loreto traída de Roma en 1587. Felipe IV cambió el espíritu del colegio y lo destinó a la educación de las hijas de altos cargos civiles y militares y de magistrados. Su iglesia fue terminada precisamente bajo el gobierno del rey galán, en 1654. Colegio e iglesia desaparecieron a finales del siglo XIX de este lugar, y fueron trasladados al número 42 de la calle del Príncipe de Vergara, donde aún subsisten, aunque hoy es conocido como colegio de las Ursulinas.

Pasada la plaza de Antón Martín, y en la misma acera, se encuentra el teatro Monumental, actual sede de la Orquesta Sinfónica de RTVE. Fue construido como teatro-cine entre 1922 y 1923 por Teodoro Anasagasti, que realizó una obra atrevida para su tiempo, con una acústica excepcional, que hizo que Televisión Española lo eligiese para instalar a su orquesta y coro cuando tuvieron que abandonar el Teatro Real.

Relieve que recuerda el lugar donde estuvo la imprenta de Juan de la Cuesta
Algo más abajo se conserva un viejo caserón del siglo XVII que contuvo el Colegio de Niños Desamparados. En el plano de Texeira se le nombra como albergue de San Ildefonso de niños de la Doctrina y no se tiene memoria de su fundación. Mesonero Romanos indica que en 1609 se estableció un recogimiento de niños y niñas bajo la advocación de Nuestra Señora de los Desamparados, trasladado desde el convento de Santa Isabel. Perduró así hasta 1852, cuando se fundó el Hospital de hombres incurables de Nuestra Señora del Carmen utilizando para ello el edificio del albergue. Los niños fueron trasladados al Hospicio. El Hospital desapareció, y el edificio estuvo cerrado largo tiempo, pero fue restaurado y en la actualidad es la sede de la Sociedad Cervantina y alberga un Museo Cervantino. Inmejorable emplazamiento, pues aquí, antes de establecerse el Colegio, estuvo la imprenta de Juan de la Cuesta, de donde salió en 1605 la primera edición del Quijote. Recuerda el hecho un relieve de Collaut-Valera que fue colocado con motivo del tercer centenario de esa primera edición.

Para concluir este ya largo paseo por la calle de Atocha, fijémonos en el edificio neoclásico que hoy alberga el Colegio Oficial de Médicos y que en su día fue Real Colegio de Cirugía de San Carlos. Hubiese debido formar parte del vasto complejo hospitalario que proyectaron primero Hermosilla y luego Sabatini en el reinado de Carlos III. El primitivo esbozo del siciliano data de 1787, pero no fue sino hasta las postrimerías del reinado de Fernando VII cuando se vuelve sobre él. El arquitecto del rey, Isidro González Velázquez, firma en 1831 el nuevo proyecto. Aquí estuvo también la Facultad de Medicina primero de la Universidad Central y luego de la Complutense hasta que fue trasladada a la Ciudad Universitaria. Por cierto, este edificio ocupa el solar que fue del hospital de la Pasión, fundado en 1565 como hospital general de mujeres junto a la iglesia de San Millán y trasladado aquí por falta de espacio en 1636.

Una última curiosidad. En la calle de Atocha se instaló, en 1972, el primer carril-bus, lo que provocó las iras de los comerciantes, que ya se veían sin clientes. ¡Y eso que nadie respeta estos carriles en Madrid!