Entre las calles de Toledo y del Duque de Alba. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.
Varios nombres ha ostentado esta calle a lo largo de la historia: del
Estudio, de
San Dámaso y de los
Estudios de San Isidro. El segundo nombre citado perduró aun después de ser renombrado este tramo, ya que era uno de los laterales del “tapón del Rastro”, derribado en 1905 para formar la actual
plaza de Cascorro.
Viene el apelativo de una llamada “Casa de los Estudios”, aneja al Colegio Imperial fundado en 1569 en terrenos cedidos por la emperatriz María de Austria y que, aunque mantenido por la villa de Madrid era regido por los jesuitas. En ella se daban clases gratuitas de latín y retórica a alumnos externos. En 1625 Felipe IV lo amplió y unificó, de modo que ambas instituciones, la Casa y el Colegio pasaron a conocerse como “Colegio Imperial de la Compañía de Jesús” o Colegio de San Pedro y San Pablo. Los jesuitas siguieron aquí hasta su expulsión en el reinado de Carlos III (dos años después de este hecho, que acaeció en 1767, la iglesia del colegio, hasta entonces dedicada a San Francisco Javier, se convirtió en la colegiata de San Isidro, pero de esto hablaremos más cuando lleguemos a la calle de Toledo, a la cual abre su fachada). El colegio quedó abandonado durante tres años, hasta que en 1770 el rey lo reabrió como “Real Instituto de San Isidro”. Fernando VII restituyó a los jesuitas en 1815 y allí siguieron hasta la desamortización de 1835, con el breve paréntesis del trienio liberal. Poco antes, en 1834, la terrible matanza de frailes que se produjo a raíz de la epidemia de cólera que asoló la villa comenzó aquí y aquí fue donde hubo más víctimas.
Durante el paréntesis liberal, en 1822, tuvo lugar en este edificio el acto fundacional de la entonces llamada Universidad Central, que fue suprimida al año siguiente, con la vuelta del rey felón. En 1850 fue restituida y fundida con la Universidad Complutense, cuya sede se había trasladado en 1836 de Alcalá de Henares a la capital.
En la actualidad se encuentra aquí el célebre instituto de San Isidro, creado como tal en 1845, que en su momento fue el único en que se podía obtener el bachillerato en la provincia de Madrid. En tiempos compartió el edificio con la escuela de Arquitectura de la Universidad Central, para lo cual sufrió una reforma cuyas obras fueron dirigidas por un arquitecto muy activo en nuestra villa, Francisco Jareño.