Entre la calle del Monte Esquinza y el paseo de la Castellana. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Almagro.
Esta calle, pequeña y casi oculta tras las torres de Colón, recuerda al político y escritor gaditano Antonio Alcalá Galiano. Nació en la Tacita de Plata el 22 de junio de 1789 y fue hijo de Dionisio Alcalá Galiano, heroico marino que murió en la batalla de Trafalgar. La primera mitad de su vida fue un continuo ir y venir de España a causa de sus ideas políticas. Su apoyo al pronunciamiento de Riego en 1820 le valió el exilio cuando en 1823 se puso fin a la aventura constitucional; durante esos tres años se mostró como un exaltado liberal que hizo famosa su labia en la tribuna del café La Fontana de Oro. En 1834 pudo regresar a España desde el Reino Unido, donde se había establecido. Cambió de tendencia y se pasó a las filas moderadas, que encabezaba Martínez de la Rosa, pero tras los sucesos de La Granja tuvo que marcharse otra vez. Si en 1823 eran los absolutistas los perseguidores, en 1836 lo fueron los progresistas. Volvió en 1837, pero de nuevo emigró en 1841, y no regresó hasta 1843. Sin embargo, al final de su vida el perseguido se convirtió en perseguidor, ya que Alcalá Galiano fue uno de los protagonistas de la llamada noche de San Daniel, el 10 de abril de 1865. Era ministro de Fomento del gobierno de Narváez cuando se produjeron los hechos, y substituyó al destituido rector de la Universidad Central, Montalbán, por el marqués de Zafra. Gravemente le debió afectar esto, pues al día siguiente, 11 de abril de 1865, moría.
Como escritor, empezó siendo periodista en su Cádiz natal, labor que le ocupó desde 1811 hasta 1840. Prologó la obra El Moro expósito del Duque de Rivas en 1834, y ese texto es considerado como fundamental dentro del romanticismo literario español. Escribió además obras sobre derecho e historia, además de unas Lecciones de literatura española (1835) y dos libros autobiográficos: Recuerdos de un anciano y Memorias, publicados póstumamente los años 1878 y 1886. Fue miembro de la Real Academia.
Entre la Puerta del Sol y la glorieta de Eisenhower. Distritos 1 (Centro), 3 (Retiro), 4 (Salamanca), 15 (Ciudad Lineal), y 20 (Canillejas). Barrios de las Cortes, Justicia, Jerónimos, Recoletos, Goya, Fuente del Berro, Guindalera, Ventas, Pueblo Nuevo, Quintana, Simancas, Rosas, Rejas, Canillejas y Salvador.
La calle de Alcalá es quizá la más conocida de nuestra villa y ostenta su nombre desde tiempo inmemorial, como camino que conducía -y conduce- a la patria de Cervantes. Sin embargo, y aunque parezca mentira, no siempre se ha llamado así. Bien es verdad que durante muy poco tiempo, durante los años centrales del siglo XIX, se denominó del Duque de la Victoria, algo que hoy puede resultar extraño, pero no en aquella época de algaradas y pronunciamientos tras los cuales se revisaba casi siempre la nomenclatura de nuestras vías en beneficio de los nuevos dirigentes. Y el Duque de la Victoria no era otro que Baldomero Espartero, gran especialista en sublevaciones, gobiernos y exilios.
El caso es que desde el momento en que Alcalá de Henares superó en importancia a Guadalajara, el camino que desde Madrid salía hacia el Este, pasó a ser el de Alcalá. Prueba de esta anterior supremacía de la capital alcarreña es que la puerta que en la pequeña Villa medieval daba a Oriente era la de Guadalajara y no la de Alcalá.
Más que un camino la calle era una cañada de la Mesta, y aún hoy lo sigue siendo. Testimonio de ello son los dos mojones que, en la plaza de la Independencia y cerca del cruce con la calle de Ayala, a la altura del número 181 de nuestra calle, lo atestiguan. Por eso no nos debemos extrañar los madrileños si algún día vemos pasar por la calle más importante de la villa recuas de mulas o rebaños de ovejas. Están en su derecho. Más cuestionable sería el que tiene el gran destructor, el automóvil, para destrozar los jardines, bulevares y fachadas de edificios en nuestra heroica villa.
En tiempos de los Reyes Católicos estos pagos estaban ocupados por un olivar que debía de ser bastante frondoso, pues en él se refugiaban mendigos y malhechores que asaltaban a los caminantes. Por eso Isabel y Fernando mandaron arrancarlo. Despoblado durante mucho tiempo, tras el traslado de la Corte a Madrid en 1561 es cuando empieza a urbanizarse el primer tramo de la calle. En el plano de De Witt ya encontramos calle de Alcalá hasta el lugar que hoy en día conocemos como plaza de Cibeles. Una primera puerta de Alcalá daba fin a la vía urbana a la altura de la actual calle de Alfonso XI, puerta construida entre 1636 y 1639 y desaparecida en 1778 para dar paso a la gran obra de Sabatini que hoy podemos admirar (ver plaza de la Independencia). Durante mucho tiempo la calle de Alcalá terminó aquí, y esto a pesar de que en algunos planos el tramo comprendido entre Cibeles y la Puerta de Alcalá se llama calle del Pósito. Con el proyecto de ensanche de Castro la carretera de Aragón, prolongación natural de nuestra calle y también su fuente de alimentación, se convirtió en vía urbana hasta la plaza de Manuel Becerra, y la calle de Alcalá se fue estirando a la par que se iba construyendo el incipiente barrio de Salamanca. Más tarde se la hizo llegar hasta el arroyo del Abroñigal, y cuando el término municipal de Madrid saltó la vaguada del arroyo, empezó a amenazar la existencia de la carretera de Aragón, cada vez más corta toda vez que parecía que no se quería dar final a la calle de Alcalá. Así, llegó hasta el cruce con la Ciudad Lineal, en el paraje que aún todo el mundo conoce -o conocía- como Cruz de los Caídos (allí estuvo la del pueblo de Canillejas) o, más comúnmente, La Cruz. Y, ya recientemente, la calle de Alcalá ha engullido a la Avenida de Aragón en su primer tramo. De esta manera es la calle más larga de la villa, y algún edil estará contento por ello, puesto que ya tenemos una vía para emular a las interminables de Barcelona (alguien ha sugerido que esta absurda competición es la causa de las repetidas prolongaciones de la calle de Alcalá). De esta forma, la calle de Alcalá enlaza hoy la Puerta del Sol casi con el aeropuerto de Barajas, pues termina en la glorieta de Eisenhower, que más que glorieta es un conjunto de complicados enlaces que hay entre la carretera de Barcelona, la M-40 y la autopista del aeropuerto.
Una calle tan larga e importante alberga muchísimos edificios notables con una gran historia entre sus muros, y por ello se hace necesario seleccionar, aunque sea injusto, porque quedará a elección del escritor y no del lector, como así debiera ser, qué es lo más interesante. Por eso, vayan por adelantado las disculpas del que esto escribe.
Empezamos nuestro paseo desde la Puerta del Sol. Nada más comenzar la calle, ocupando los números 5, 7, 9 y 11, hay un imponente edificio, primera obra de Francisco Sabatini en Madrid, que se construyó entre 1761 y 1769 para albergar la Real Aduana (ver calle de la Aduana). Allí se instaló en 1845 el Ministerio de Hacienda, y aún hoy está utilizado para contener dependencias relacionadas con el erario público. El año 1944 se llevó a cabo una gran reforma del edificio para su ampliación. Se creó una nueva fachada en la que el arquitecto responsable, Miguel Durán Salgado, utilizó la proveniente del derribado palacio del Marqués de Torrecilla, debida a Pedro de Ribera, que la delineó en 1710.
El edificio vecino alberga una de las instituciones más importantes de la cultura española, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. José Benito Churriguera levantó el Palacio Goyeneche entre 1724 y 1725, en su peculiar y hoy admirado estilo, pero cuando la Academia lo ocupó en 1774 el gusto artístico de la época había cambiado y Diego de Villanueva, el hermano del genial Juan, se encargó de limpiar de corruptelas arquitectónicas la fachada de la casa, adaptándola a las directrices que la propia Academia marcaba. Recientemente, entre 1974 y 1985, el edificio ha sido restaurado bajo la dirección de Fernando Chueca Goitia.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando posee un importantísimo museo que, con más de mil obras que abarcan los siglos XVI al XIX es considerado como la segunda pinacoteca madrileña. Su colección se empezó a formar prácticamente en el momento en que la institución empezó a funcionar, con las obras que exigía a los nuevos miembros para su admisión. También se nutrió de lo que se requisó a los jesuitas tras su expulsión y por copias realizadas por artistas extranjeros becados por la Academia. Destaca sobre todo la presencia de la obra del académico Francisco de Goya; el Gabinete de Estampas del Museo guarda las planchas originales de los grabados goyescos.
CC-BY-SA Luis García
Casi enfrente de estos dos edificios dieciochescos nos encontramos con una obra fruto de la importante renovación que se pretendió llevar a cabo en Madrid durante la segunda mitad del siglo XIX. Una de las muestras significativas en ese sentido fue la regularización de la antigua calle Ancha de Peligros, hoy Sevilla, cuya acera izquierda y la esquina con la calle de Alcalá está ocupada por el majestuoso edificio del Banco Español de Crédito, antes de la Equitativa. Algo más sobre él se comentará al hablar de la calle de Sevilla. Al otro lado, donde hoy se levanta la sede del Banco Bilbao-Vizcaya, estuvo el famoso café Suizo, lugar de encuentro de escritores y toreros, cuyo mentidero estuvo en esta zona durante mucho tiempo. Este café fue centro de la llamada Tertulia de los médicos, encabezada por Santiago Ramón y Cajal.
Iglesia de las Calatravas
CC-BY-SA Antonio Vélez
Cambiando de nuevo de acera nos encontraremos con la fachada de la iglesia de las Calatravas. La traza del templo la hizo Fray Lorenzo de San Nicolás, gran arquitecto religioso del siglo XVII al que también se debe el convento de San Plácido. Se prolongaron las obras ocho años, entre 1670 y 1678, y fueron dirigidas por el propio Fray Lorenzo junto con Isidro Martínez y Gregorio Garrote. Tras la revolución de 1868 el convento fue derribado, y las mismas intenciones se tenían con la iglesia, pero la mediación de la esposa del general Prim salvó de la piqueta este bello templo, uno de los pocos que nos quedan de la época de los Austrias. En 1886 se realizó una nueva decoración de la fachada que da a nuestra calle, firmada por Juan de Madrazo y Kuntz. De su interior destaca especialmente el retablo barroco debido a José Benito Churriguera, que fue elaborado entre 1720 y 1724. Y en el exterior, su impresionante cúpula, una de las más grandes de Madrid.
Seguimos el paseo por la calle de Alcalá y llegamos a la esquina con la Gran Vía, gran cruce dominado por el edificio de Metrópolis, primero de los levantados en la nueva avenida sobre el solar de la Casa del Ataúd. Son autores de su proyecto los franceses Jules y Raymond Fevrier, aunque fue el español Luis Esteve el que dirigió la obra entre 1907 y 1910. Hasta 1975 fue propiedad de La Unión y el Fénix Español, cuyo símbolo escultórico coronaba el torreón del edificio. Cuando Metrópolis lo compró, en su lugar se puso una victoria alada obra de Lorenzo Collaut-Valera, escultor muy representado en Madrid.
Frente a la puerta de este edificio se ha colocado una estatua de Santiago de Santiago dedicada a las floristas que tanto han recorrido la calle de Alcalá. Este recuerdo, indudablemente merecido, sin embargo le parece al escritor José María Guelbenzu "una injuria al sentimiento y la estética" al considerar la obra como una "ridícula estatuilla".
Si cruzamos la Gran Vía, nos daremos de cara con la fachada de la iglesia de San José. Antes de la construcción del actual templo ya había aquí un convento de carmelitas descalzos con una iglesia que desapareció al erigirse la actual. Fue su arquitecto Pedro de Ribera, que entregó el proyecto en 1733. Las obras finalizaron en 1742. En principio su advocación era la de San Hermenegildo, pero tras la desamortización el convento fue derribado y la iglesia se convirtió en sede de la parroquia de San José. Aunque sobrevivió a la mencionada desamortización e incluso a la revolución de 1868, el momento más delicado para este templo vino con el proyecto de la Gran Vía. Escasos metros la salvaron de la piqueta, y al final sólo fue derribada la casa parroquial. Eso sí, la fachada sufrió una reforma para adecuarse al nuevo entorno, concretamente a la moderna casa del cura que hace esquina con la calle del Marqués de Valdeiglesias. De esta forma se pudo preservar una de las iglesias más hermosas de nuestra Villa y también una de las más ricas en obras de arte.
El Teatro Apolo (c. 1880)
Precisamente ocupando parte del solar que dejó el convento de San Hermenegildo, y contiguo a la iglesia de San José, estuvo el que fue teatro más famoso de Madrid durante más de cincuenta años, el Apolo. Diseñado por el arquitecto Sureda, al parecer la primera intención de su dueño fue llamarlo Teatro Moratín. Las obras empezaron en 1873, y el 23 de noviembre de aquel año fue inaugurado, con la representación de dos obras: Casa con dos puertas mala es de guardar, de Calderón y Ella es él, de Bretón de los Herreros. Los primeros años del teatro se consagraron a las piezas dramáticas, y se especializó en el estreno de obras de Echegaray, pero poco después entró de lleno en él teatro lírico, de modo que llegó a ser conocido como la Catedral del Género Chico. Allí se estrenaron zarzuelas tan famosas como La verbena de la Paloma, La Revoltosa o Agua, azucarillos y aguardiente. Generalmente se daban cuatro funciones diarias, a las ocho de la tarde, a las nueve y cuarto, a las diez y media y a las doce menos cuarto. Los estrenos ocupaban generalmente la tercera función, y si la obra tenía éxito se pasaba a la cuarta. Fue muy famosa la Cuarta del Apolo, que muchas veces acababa muy avanzada la madrugada, y de la que salía la gente más bullanguera y golfante de Madrid. El teatro Apolo cerró sus puertas el 29 de junio de 1929 y posteriormente fue demolido. En su solar se levantó en 1933 la sede bancaria que hoy podemos ver.
Pasando de largo la plaza de la Cibeles, cuyas cuatro esquinas están ocupadas por importantes edificios dignos de mención, pero de los que se ha de hablar al llegar a esa plaza, nuestra calle se adentra en los terrenos del Ensanche, dejando a su derecha los jardines del Retiro. En sus aceras nos encontramos con imponentes y bellos edificios de viviendas cuya inigualable perspectiva sobre el Retiro los hace de los más gratos para vivir en nuestra villa, claro está, si se cuenta con posibles. Entre ellos hay una pequeña y bonita iglesia que ocupa el número 83. Es la de San Manuel y San Benito, de advocación extraña pero explicable al ser sus patrocinadores el matrimonio formado por Benita Maurici y Manuel Carriggioli. La iglesia, no muy admirada por Pedro de Répide, es obra de Fernando Arbós y Trenanti y se levantó entre 1902 y 1910. Su arquitectura es peculiar dentro de Madrid, y acusa una influencia del medievalismo italiano surgido como consecuencia del Risorgimento desde mediados del siglo XIX. La iglesia se construyó como templo funerario, y en ella están enterrados los fundadores. Junto a la misma, se previó la instalación de una escuela para obreros hoy inexistente.
Al otro lado, en la confluencia con la calle de O'Donnell, están las que todos conocemos como Escuelas Aguirre (ver la calle de este nombre), que actualmente albergan dependencias del Ayuntamiento de Madrid. Lucas Aguirre y Suárez dejó en su testamento fondos para la creación de unas escuelas cuyo edificio fue proyectado por Emilio Rodríguez Ayuso, en estilo neomudéjar con ladrillo visto. La nota más característica es su torre, con tres cuerpos y un ático de metal y vidrio desde el que se disfruta de una bella vista de Madrid.
La calle de Alcalá continúa cruzando en diagonal el Ensanche y se despide de él después de atravesar la plaza de Manuel Becerra. Desde ahí se hace cuesta abajo para llegar hasta la vaguada que antiguamente ocupaba el arroyo del Abroñigal y por donde hoy discurre la M-30. Y allí, a la izquierda, se encuentra uno de los puntos más significativos no sólo de la calle de Alcalá, sino de todo Madrid. La mole de ladrillo de la Plaza de Toros Monumental de las Ventas.
No habían transcurrido aún cincuenta años desde la inauguración de la plaza de Goya cuando se hablaba ya de su pequeñez e incapacidad. Dos soluciones se proponían. Una consistía en ampliar el coso existente reduciendo algo el ruedo y levantando otro piso, y la otra contemplaba la construcción de una plaza totalmente nueva. Al final fue el segundo proyecto el que prevaleció, y en 1920 comienzan las obras de la nueva plaza, según traza de José Espeliús.
Pero en 1920 las Ventas del Espíritu Santo eran aún un lugar inhóspito de las más lejanas afueras de Madrid, y por lo tanto no parecía muy oportuna la localización del nuevo coso, por la incomodidad que supondría para los aficionados el desplazamiento a través de descampados y barrizales. Aún así, las obras siguieron muy lentamente, para regocijo de los viejos taurinos que anhelaban la conservación de la antigua plaza, la plaza de Lagartijo y Frascuelo, de Guerrita, de Joselito y Belmonte y de tantos nombres fundamentales de la Fiesta. El diseñador del coso Monumental no llegó a ver su conclusión, pues murió en 1928 con las obras a medias. Se hizo cargo entonces del proyecto Manuel Muñoz Monasterio, que consigue acabarla en 1930, a pesar de que en la fachada diga AÑO 1929.
Sin embargo, los inconvenientes de la ubicación de la plaza antes citados impidieron su apertura inmediata, y no fue sino el 17 de junio de 1931 cuando por primera vez se corren toros en ella. Pedro Rico, alcalde de Madrid, quiso organizar un festejo taurino para recaudar fondos en favor de los trabajadores en paro, y pensó que el beneficio sería mayor si la corrida se celebraba en la Monumental. Y así fue. Ocho coletudos se ofrecieron a matar gratis ocho toros de diferentes ganaderías. Fueron Diego Mazquiarán Fortuna, Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Fausto Barajas, Luis Fuentes Bejarano, Vicente Barrera, Fermín Espinosa Armillita y Manuel Mejías Bienvenida, que lidiaron ganado de Juan Pedro Domecq, Julián Fernández, Manuel García, Concha y Sierra, Graciliano Pérez-Tabernero, Andrés Coquilla, conde de la Corte e Indalecio García. El toro Hortelano, de Juan Pedro Domecq, lidiado por Fortuna, fue el primero corrido en la nueva plaza.
Tras este primer intento nuevamente ha de ser cerrada, hasta que llegó el momento de su definitiva inauguración, que se llevó a cabo el 21 de octubre de 1934. En esa ocasión los diestros Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez Cagancho mataron reses de Carmen de Federico. Desde entonces, y con el obligado paréntesis de la guerra civil, la plaza ha funcionado ininterrumpidamente. Desde los años cuarenta, cuando se instauró la mal llamada feria de San Isidro, el mes de mayo es el mes taurino por excelencia de Madrid y de todo el planeta de los toros, al celebrarse la más importante serie de corridas del mundo. Muchas veces la calle de Alcalá ha servido de paseo triunfal a los contados toreros que han conseguido abrir la Puerta de Madrid de este coso.
Dejando atrás la plaza de toros hemos cruzado el arroyo del Abroñigal y nos hemos introducido en un tramo de nuestra calle que no contiene edificios monumentales ni aristocráticos, pero que es uno de los puntos más animados y bullangueros de todo Madrid. El Carmen y Quintana, dos característicos barrios cuya espina dorsal era la carretera de Aragón, y hoy la calle de Alcalá, siempre están, sea cual sea la época del año, rebosando gente que mira sus innumerables escaparates, pasea u observa las partidas de ajedrez y mus que las personas mayores juegan en la plaza de Quintana.
Desde aquí es mejor dejar seguir a la calle de Alcalá hasta su nuevo y lejano final que ingenuos ediles le han dado, pensando que para los madrileños de la avenida de Aragón sería un orgullo vivir en la calle más significativa de la villa. Y lo es, pero, ¿es aquélla la calle de Alcalá?
Entre las calles de Fuencarral y de Garcilaso. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Trafalgar.
Primeramente esta calle estuvo dedicada al gran naturalista sueco Linneo, pero éste fue trasladado a las cercanías del Puente de Segovia y asentó aquí sus reales don José María de la Cueva, decimocuarto duque de Alburquerque, descendiente de aquel don Beltrán de la Cueva que la calumnia hizo padre de doña Juana, la llamada Beltraneja. Siendo general del ejército durante las guerras napoleónicas, fue enviado por el Emperador a Dinamarca al frente de un ejército de españoles. Sin embargo, al estallar la guerra de la Independencia regresó a España y se distinguió grandemente en ella, lo cual fue causa de que la villa de Madrid le dedicase una calle. El XIV duque de Alburquerque murió en Londres el 18 de febrero de 1811, mientras desempeñaba el cargo de embajador de España en Gran Bretaña.
Entre las calles de Ruiz de Alarcón y de Alfonso XII. Distrito 3 (Retiro). Barrio de los Jerónimos.
Esta calle del barrio de los Jerónimos lleva el nombre de Alberto Bosch y Fustegueras, político nacido en Tortosa el 26 de diciembre de 1848. Finalizó diversas carreras, como Derecho, Ciencias Exactas y Medicina, y fue Ingeniero de Caminos. También comenzó los estudios de Farmacia, pero no los llegó a concluir. Una persona tan instruida e inteligente no es raro que pronto empezase a descollar y a dedicarse a la política, y así fue. Bosch se alineó con Cánovas, y cuando éste asumió la presidencia del Gobierno en 1885, fue designado alcalde de Madrid. Fue una época difícil, en la que el cólera hacía estragos entre los madrileños. Pero la gestión de Alberto Bosch fue tan acertada que pudo mitigar mucho los efectos que la entonces casi incurable enfermedad produjo en la villa. Cuando la epidemia pasó, el alcalde fue nombrado hijo adoptivo y predilecto de Madrid, además de serle dedicada la calle que comento.
Pero no sólo la epidemia fue un obstáculo para Bosch como alcalde, sino que además tenía una oposición en el Concejo que contaba entre sus filas nada menos que con Sagasta, Pi y Margall, Vega Armijo o Manuel Becerra, figuras de primera línea de la política nacional. Pero eso no atemorizó al bravo tarraconense, que finalizó su primer período como alcalde saliendo por la puerta grande.
Nuevamente asumió tal cargo en 1891, cuando ya había pasado por el Senado y el Congreso, y en esta segunda época tiene en su haber el inicio de la reordenación de la actual plaza de Cibeles, entonces llamada de Madrid y luego de Castelar. Sin embargo, no acabó tan felizmente como la primera, pues en este caso la oposición, quizá no tan llena de grandes personajes, pero sí eficaz en su control, descubrió algunos asuntos no muy claros en las cuentas del Ayuntamiento, y Alberto Bosch hubo de dejar el cargo en 1892, antes de tiempo. Tras abandonar el Concejo, llegó a ocupar el ministerio de Fomento. Fue miembro de la Sociedad Económica Matritense, cuya historia escribió. Falleció en 1900.
Entre la glorieta de Ruiz Jiménez y la calle de la Princesa. Distritos 1 (Centro) y 7 (Chamberí). Barrios de la Universidad, Gaztambide y Arapiles.
Esta calle forma parte de un grupo a las que todos los madrileños conocemos por los Bulevares, aunque muchos no hemos llegado a ver el centro de las mismas con su paseo lleno de árboles. La belleza también es buena carnaza para el gran destructor, el automóvil, y sólo el nombre popular queda hoy en día de lo que fueron los Bulevares.
Pero remontémonos a épocas pretéritas y recordemos que en el siglo XVII éste era uno de los extremos de la villa, y se conocía como camino de los Areneros o de los Harineros, que no hay acuerdo en ello, aunque quizá el segundo topónimo tenga más posibilidades de ser el auténtico, ya que en el plano de Texeira aparece muy cercano un camino del Molino Quemado, posibilidad ésta ya puesta sobre la mesa por Peñasco y Cambronero, a pesar de que el posible emplazamiento del molino sea totalmente desconocido. La cerca de Felipe IV discurría un poco más al sur de la actual alineación de la calle, y al derribarse la misma, en 1868, se convirtió en parte del gran paseo que daba la vuelta a la villa, recibiendo los nombres de ronda de Fuencarral, ya que conducía a la puerta de igual nombre, y cuesta de Areneros, que así se denominaba cuando Peñasco y Cambronero publicaron su imprescindible trabajo sobre las calles de nuestra Villa. El 6 de noviembre de 1903 pasó a llamarse de Alberto Aguilera.
Junto a la glorieta de Ruiz Jiménez, donde hoy encontramos unas casi vegetales viviendas, estuvo el hospital de la Princesa, así llamado porque se estableció para conmemorar el nacimiento de Isabel Francisca, primogénita de Isabel II que ostentó el título de princesa de Asturias hasta el nacimiento del futuro Alfonso XII. En 1852 se inició la obra, y el hospital se inauguró en 1857. Fue el primero de los que hubo en Madrid que se constituyó en pabellones separados, y se dedicó a enfermedades agudas. En 1875 se hubo de restaurar dado su estado ruinoso, debido principalmente a la mala calidad de los materiales empleados en su construcción. En la década de los cincuenta del presente siglo fue derribado.
El edificio del ICADE
(Foto CC BY-SA Luis García)
Un punto obligado de referencia en la calle de Alberto Aguilera es el edificio de ladrillo visto del Instituto Católico de Artes e Industrias. No sólo por su valor arquitectónico, sino por el prestigio de la institución de enseñanza que alberga, regentada por los jesuitas, y recientemente convertida en universidad privada. Primitivamente el edificio se proyectó como escuela y patronato de obreros, con unos talleres anexos. Fueron sus arquitectos Enrique Fort, que levantó el Instituto, y Antonio Palacios, que se ocupó de los talleres. Las obras del Instituto se llevaron a cabo en tres fases, y duraron de 1903 a 1908, mientras que los talleres se construyeron entre 1908 y 1910.
Y en la calle de Alberto Aguilera estuvo una de las muchas y buenas obras de la arquitectura racionalista que tanta huella dejó en Madrid en los últimos años veinte y los primeros treinta. Era la gasolinera de Porto Pi, después GESA, construida en 1927 según proyecto de Casto Fernández Shaw e inexplicablemente derribada en 1977, poco antes de que apareciese el primer catálogo municipal de edificios protegidos en el que sin duda se habría incluido. Por suerte, este magnífico ejemplo del racionalismo madrileño resucitó entre enero y junio de 1996; sus dueños la reconstruyeron siguiendo el proyecto original, a cambio de la licencia del Ayuntamiento para levantar un hotel en un terreno contiguo.
Alberto Aguilera nació en Valencia en 1842. Licenciado en Derecho, magistrado, tras desempeñar los cargos de gobernador civil en varias provincias, de subsecretario de Hacienda y de ministro de la Gobernación, fue alcalde de Madrid en tres ocasiones (1901-02, 1906-07 y 1909-10), siempre en períodos muy cortos de tiempo, pero en los que sin embargo llevó a la práctica numerosos e importantes proyectos que pretendían hacer Madrid algo más habitable. Así, hizo construir los bulevares a los que me he referido algo más arriba, urbanizó numerosas calles del ensanche en las zonas de Argüelles y Arapiles, asfaltó otras tantas del centro de la villa, colocó las estatuas de Quevedo, Lope de Vega, Bravo Murillo, Eloy Gonzalo y del Marqués de Salamanca, repobló el Retiro, y, sobre todo, creó el parque del Oeste en los terrenos que ocupaba un antiguo vertedero de basuras. Murió en 1913 y fue enterrado en la capilla del asilo de Santa Cristina, fundado por iniciativa suya en los altos de San Bernardino, junto a la Ciudad Universitaria y que desapareció durante la guerra civil.
Entre la calle de Ricardo León y la plaza del Conde de Toreno. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.
Más de una vez se habrá de nombrar a lo largo de estas páginas a un caballero llamado don García Barrionuevo de Peralta, dueño de una gran cantidad de terreno por la zona en la que se encuentra nuestra calle. No sería de extrañar que fuese descendiente de un don Alonso de Peralta que fundó una puebla por estos pagos y cuyo nombre recordaba la calle de Peralta, desaparecida con el trazado de la Gran Vía y que iba de la calle de la Justa a la de la Flor Alta.
El caso es que don García Barrionuevo tenía una gran finca aquí. Su casa se hallaba cerca del punto que hoy ocupa la calle de Ricardo León y que antes formaba parte de la plaza de los Mostenses. Donde está nuestra calle se hallaba el jardín, del que destacaba una hilera de álamos en cuyo centro había una fuente. Como aquí se agolpaban los pobres que esperaban a don García y sus limosnas, entretanto usaban la fuente para lavarse, con lo que para ella quedó el nada grato nombre de fuente del Piojo. Famosa debió ser, ya que Cervantes la cita en el Quijote.
Poco a poco fueron desapareciendo posesión y jardines, pero quedó un frondoso álamo que dio nombre a la calle. Pero también él debería desaparecer. Cuenta Répide que una tarde volvía del convento de San Joaquín una piadosa y noble señora llamada doña Leonor de Vintimilla junto con una de sus damas; unos malhechores, que acechaban al amparo del pobre álamo, asaltaron a las dos mujeres y las robaron. Fue grande el escándalo que produjo este hecho, y la consecuencia fue que el árbol fue talado, y esto a pesar de que doña Leonor perdonó a los ladrones. Pero bueno, al final por lo menos quedó su nombre para la calle.
Entre la costanilla de San Andrés y la plaza del Alamillo. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio. (calle).
Entre las calles del Alamillo, de la Morería, de Alfonso VI y del Toro. Iguales distrito y barrio que la anterior (plaza).
Hay varias tradiciones que pretenden explicar el nombre de esta plaza y de la calle homónima, situadas en la porción más antigua de la villa, en plena Morería. La más simple indica que hubo allí un álamo pequeñito desde tiempo inmemorial, pero un inoportuno huracán lo hizo desaparecer en el siglo XIX. Mucho más evocadora es la otra leyenda, según la cual alamillo es una corrupción del término alamud o alamín, que es un tribunal árabe. Esto indicaría que aquí pudo estar el ayuntamiento (o su equivalente) en la época musulmana, pero la ausencia de datos referidos a esos años hace necesaria mucha prudencia a la hora de hacer determinadas afirmaciones. En cualquier caso, el paraje debió ser importante, ya que se hallaba horadado por pasadizos secretos que comunicaban con la Casa del Pastor, cuya tradición se explicará en el artículo referido a la calle de Segovia, y con la ceca o casa de la moneda, que se hallaba justo bajo el Viaducto.
Entre la plaza de la Platería de Martínez y la calle de Atocha. Distrito 1 (Centro). Barrio de las Cortes.
La calle que hoy conocemos con este nombre está formada por dos antiguas vías. La primera, que desde hace mucho recibe la denominación de Alameda, aunque también se conoció como de la Arboleda, abarcaba el tramo comprendido entre las calles del Gobernador y de Atocha. El resto ostentaba el curioso nombre de calle de la Leche. Empecemos por la segunda. En una casa de la calle, perteneciente a una dama llamada Doña Isabel de Móstoles, había una capilla dedicada a la Virgen de la Leche y del Buen Parto que era frecuentada por las madrileñas que estaban cercanas a dar a luz. Cuando murió Doña Isabel, fue enterrada en la Iglesia de San Sebastián, y la imagen de la Virgen amamantando al Niño acompañó a la piadosa dama a su última morada. La casa en la que estuvo la imagen, según apunta Répide, pudo ser la que hacía esquina con la calle de Almadén, que en 1765 sirvió para asentar en ella el Hospital de los Cómicos patrocinado por la Congregación de la Virgen de la Novena. Peñasco y Cambronero indican que esta calle también fue conocida como del Indiano, pero sin decir a qué caballero que hizo su fortuna en Ultramar se refiere.
Un acuerdo municipal de fecha 23 de agosto de 1890 prolongó la calle de la Alameda absorbiendo la vieja calle de la Leche. La calle de la Alameda se llamó así por la que aquí hubo, cercana al Prado de San Jerónimo y contigua al palacio del duque de Lerma, por lo que era conocida como alameda de Lerma. Fue durante bastante tiempo un lugar frecuentado por galanes, damas y valentones, y lugar de encuentros amorosos y no tan amorosos. La extensión de las edificaciones por el Paseo de Trajineros ya desde finales del siglo XVII fue menguando cada vez más la extensión de esta alameda, hasta que acabó por desaparecer. No así su nombre, que ha perdurado hasta hoy.
Entre las calles de José Anselmo Clavé y de Andrés Torrejón. Distrito 3 (Retiro). Barrio de los Jerónimos.
En el fuerte talud que hay entre el antiguo cerro de San Blas, coronado por el Observatorio Astronómico, y el paseo de la Reina Cristina, el viejo camino de Vallecas, hubo unos terrenos que antaño pertenecieron al Real Sitio del Buen Retiro. Estaban ocupados mayoritariamente por el famoso olivar de Atocha. Como ocurrió con el barrio de los Jerónimos, no hubo escrúpulos en segregar una importante zona del Retiro para urbanizarla. Hoy en día esta calle y las cercanas están ocupadas mayoritariamente por dependencias y viviendas militares. El primitivo nombre de la vía fue el algo chusco de calle de la S (no confundir con la así llamada tradicionalmente, situada entre la Castellana y Serrano y que hoy, muy mutilada, sigue teniendo su nombre oficial de calle de Martínez de la Rosa).
Agustín Querol y Subirats nació en Tortosa el año 1863. Hijo de un panadero, con dificultades pudo trasladarse a Barcelona para estudiar el arte de la escultura. La venta de su primera obra, titulada Dolora, le sirvió para poder ganar una plaza en Roma como pensionado. Allí hizo varias obras de mérito antes de volver a España el año 1887, estableciéndose en nuestra villa. Y aquí en Madrid dejó alguna de sus obras más importantes, como el frontón de la Biblioteca Nacional, el grupo escultórico que coronaba el Ministerio de Agricultura (hubo de ser retirado y substituido por una réplica debido a su gran peso; hoy en día se puede admirar el original en el vestíbulo del mismo edificio), el mausoleo de Cánovas del Castillo en el Panteón de Hombres Ilustres o las estatuas de Quevedo, en la glorieta de su mismo nombre y de Claudio Moyano, al inicio de la cuesta homónima. Fuera de España también realizó trabajos importantes, como el monumento a los Bomberos de La Habana, el de Bolognesi en Lima, el de la Independencia en Guayaquil o el de Garibaldi en Montevideo. Murió en Madrid en 1909.
Entre la plaza de San Juan de la Cruz y la calle de Raimundo Fernández Villaverde. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Ríos Rosas.
Esta calle es el único resto que queda del antiguo paseo del Hipódromo, que rodeaba el recinto deportivo. Hasta la primera mitad del siglo XIX no se había introducido en Madrid el deporte y la diversión de las carreras de caballos. Un primitivo hipódromo que hubo en la Casa de Campo desapareció en 1846 para ser trasladado al paseo del Huevo (hoy calle de Almagro), y en 1878 se inauguró el hipódromo de la Castellana, según diseño de Francisco Boquerín. Desde entonces se convirtió en uno de los centros de la vida elegante de la Corte, y era todo un espectáculo el ver pasar Castellana arriba y Castellana abajo los lujosos coches que llevaban a los aristócratas y burgueses a las carreras de caballos, mientras el pueblo subía a los Altos del Hipódromo, donde hoy está el Museo de Ciencias Naturales, para poder ver desde lejos las carreras y sus espectadores. Pero como muy bien pronosticaba Répide, no tardaría en desaparecer, pues era un tapón que impedía el desarrollo del paseo de la Castellana. Sin embargo no dejó paso a una gran plaza elíptica, como él creía, sino a la mole escurialense de los Nuevos Ministerios. En 1932 fue clausurado.
El lateral oeste del antiguo hipódromo, o mejor dicho la calle que lo bordeaba por ese lado está hoy dedicada al ingeniero Agustín de Betancourt (o Bethencourt) y Molina, que nació en la localidad tinerfeña de Puerto de la Cruz en 1758. Sus primeros esfuerzos se dedicaron al estudio del hilado y teñido de la seda. Fue becado para estudiar en Francia e Inglaterra, donde se especializó en Física experimental y Metalurgia. Fundó y fue el primer director de la Escuela de Puertos y Caminos de Madrid. Antes de marchar a Rusia, en 1808, estableció un telégrafo óptico entre Madrid y Cádiz. Ya al servicio del zar Alejandro I, fue director de Puentes y Calzadas, creando la primera red de calzadas de aquel país. También se le deben la Feria de Nijni, el puente colgante sobre el Vístula en Varsovia y la iglesia de San Isaac de San Petersburgo, además del establecimiento de la Escuela de Ciencias Exactas. Murió en San Petersburgo en 1824.
Entre las calles de Alcalá y de O'Donnell. Distrito 4 (Salamanca). Barrio de Recoletos.
A la espalda de las escuelas que llevan su nombre tiene dedicada una callecita su fundador, Lucas Aguirre y Juárez, con cuyo legado fueron creadas el año 1886. Ocupan un bello edificio de estilo neomudéjar diseñado por Emilio Rodríguez Ayuso, coautor también de la antigua plaza de toros de Goya. El edificio fue levantado en 1884, y tres años más tarde el mismo arquitecto se encargó de realizar la verja y el jardín. Las escuelas estaban administradas por el Ayuntamiento, y aún hoy, desaparecida la institución docente, su edificio es utilizado por el Concejo.
Entre la calle del Mediodía Grande y la cuesta de las Descargas. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.
El punto en el que finaliza nuestra calle se llamó antiguamente Campillo de Gil Imón, ya que pertenecía a este personaje del que se hará cumplida referencia al llegar a la calle que lleva su nombre. En unos corrales que había en ese campillo, junto a la calle de San Bernabé, se guardaba un águila dorada de gran tamaño que era sacada en la procesión del Corpus como representación de San Juan Evangelista. Era la procesión del Corpus, amén de la manifestación religiosa más importante que en anteriores siglos se producía en la villa, una mezcla de elementos religiosos y profanos, casi paganos. Ese día se podía contemplar no sólo la solemne procesión en la que la Sagrada Forma era llevada en la famosa custodia llamada de Francisco Álvarez que aún guarda el Ayuntamiento, sino también la Tarasca, que precedía a la procesión religiosa. Era una carroza que representaba a un extraño animal fabuloso y que portaba un grotesco cortejo formado por comediantes principalmente. Además, las señoras y los caballeros elegantes debían prestar mucha atención, pues dos personajes que viajaban en la carroza, acompañando a una joven rubia que representaba al arcángel San Miguel, y que se llamaban la Tarasquilla y el Tarascón, vestían lo que iba a estar de moda la siguiente temporada. La Tarasca fue limitada por Felipe III, que prohibió que precediese a la procesión religiosa, y Felipe IV la suprimió.
Tradicionalmente se dice que en el número 1 de la calle del Águila nació San Isidro. Es probable, a pesar de que en la época en la que nació el santo patrón de la villa, esta zona quedaba extramuros de la pequeña medina árabe que aún era Madrid, incluso algo retirada del arrabal de las Vistillas que ya había empezado a crecer fuera de la primitiva muralla árabe. Sea como sea, en esa casa se hizo una capilla dedicada al santo y allí tiene aún, como las tenía en época de Répide, sus oficinas el cementerio de la Sacramental de San Isidro.
Entre las calles de las Tabernillas y de Don Pedro. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.
Sabido es que en el lema de nuestra Villa figura la frase fui sobre agua edificada. Efectivamente es riquísimo en aguas el subsuelo de Madrid, horadado por los antiguos viajes que se utilizaron hasta la traída de aguas del Lozoya. Los cuatro viajes más importantes eran el de la Alcubilla, construido en 1399, el de la Castellana (1612) y los del Abroñigal Alto (1614) y Bajo (1619). Uno de los acuíferos de Madrid está más o menos en la estrecha y empinada calle que nos ocupa. En ella hubo hasta el reinado de Alfonso X el Sabio unos famosos baños de agua tan abundante que se aprovechaba para regar las huertas que había en la vaguada del arroyo de San Pedro, hoy calle de Segovia, y que se llamaban huertas del Pozacho. El sobrante aún incrementaba el caudal del mencionado arroyo.
Entre las calles de la Montera y de la Virgen de los Peligros. Distrito 1 (Centro). Barrio de Sol.
La esquina de nuestra calle con la de Peligros estuvo ocupada por un convento llamado de Nuestra Señora de la Piedad, aunque popularmente fue siempre conocido como el de las monjas de Vallecas. Esto se debe a que primitivamente fue fundado en la villa de Vallecas por Álvar Garci Díez de Rivadeneira, el año 1473. Inicialmente las monjas eran franciscanas, pero en 1535 adoptaron la regla de San Bernardo. Al trasladarse en 1552 a Madrid, a nuestra calle, ésta adquirió el nombre de Angosta de San Bernardo, como aparece en los planos de Texeira y Espinosa, y se llamó angosta para diferenciarla de la otra calle de San Bernardo, que pasó a ser la Ancha de San Bernardo. Tras la desamortización el convento de las monjas de Vallecas se destinó a teatro, y en el último cuarto del siglo XIX fue derribado. En su solar se levantó un inmueble en cuyos bajos estuvo el célebre café de Fornos, habitual lugar de reunión de escritores y toreros durante casi cincuenta años. En los años treinta del siglo XX desapareció el café, y hoy en día en su solar podemos ver la sede de un banco.
Llegados a este punto el lector se dirá: "O me he vuelto loco o estoy leyendo un artículo que se refiere a la calle de la Aduana." Pues no, no se ha vuelto usted loco, ya que la actual calle de la Aduana recibió antes el nombre de Angosta de San Bernardo que es el que se ha explicado en primer lugar. La calle se llama hoy en día de la Aduana porque a ella da la fachada norte del antiguo Ministerio de Hacienda, cuya primitiva función fue la de Aduana. En 1761 se presentó el proyecto del edificio, encomendado por Carlos III a Francisco Sabatini. Las obras finalizaron en 1769. En 1845 se trasladó aquí el Ministerio de Hacienda, y fue precisamente entonces cuando el nombre de la calle pasó a ser de la Aduana, contrasentido que hacen notar Peñasco y Cambronero, que sentencian: "Esto fue hacer las cosas al revés." El año 1944 se procedió a ampliar el edificio, obra dirigida por Miguel Durán Salgado, que aprovechó la portada del Palacio del Marqués de Torrecilla, de Pedro de Ribera, para una de las nuevas fachadas.
Por cierto, en esta calle vivió Mesonero Romanos; la describió, aunque sin decir su nombre, que deja en manos del lector adivinar, en el artículo titulado Mi calle, escrito en enero de 1837 y que se puede leer en sus Escenas matritenses.
Entre las calles del Noviciado y de Alberto Aguilera. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.
Esta calle, que hasta bien entrado el siglo XX terminaba en la de San Hermenegildo, lleva un nombre para el que existen dos explicaciones. La primera es un tanto legendaria y bastante poco verosímil. Se cuenta que en Cantabria una joven tomó de los brazos de una Virgen la imagen del Niño Jesús para venerarla en su casa. Un día fue a pedir a su morada cobijo un peregrino, al cual expuso sus deseos de hacerse monja. Respondió él que en Madrid se estaba fundando un convento. Y ella, ni corta ni perezosa, se encaminó a la Corte con su Niño Jesús, y se presentó ante la puerta de la famosa imprenta de Quiñones, cuya dueña primero le dio albergue y luego la condujo al convento, que no era otro sino el de las Comendadoras de Santiago, fundado en las eras de Amaniel por iniciativa de Felipe IV, que destinó a la compra de los terrenos la herencia dejada por Francisco Contreras y su esposa. Cuando la joven llegó ante la puerta del beaterio vio la imagen de Santiago vestido de peregrino y exclamó "éste es el peregrino que me envió a Madrid, sí, yo me acuerdo". Y de estas tres últimas palabras le vino el nombre a la calle. La joven profesó y el Niño Jesús que traía consigo recibió veneración durante mucho tiempo en el convento, donde era conocido como el Niño Montañés.
Sin embargo, la otra versión, aunque más prosaica y menos espiritual es la que tiene más visos de ser real. Al fundarse el convento hubo discusión entre los presidentes de los consejos de Castilla y de las Órdenes y el prior de la Orden de Santiago, residente en Uclés, sobre la procedencia de las monjas que debían ocupar el convento de las Comendadoras de Santiago. Unos querían que viniesen del toledano monasterio de Santa Fe, y otros preferían que llegasen del convento de Santa Cruz de Valladolid. Tras duras negociaciones por fin se llegó a un acuerdo, que fue precisamente firmado en la imprenta de Quiñones, y las religiosas elegidas fueron las vallisoletanas.
Entre las calles de Ruiz de Alarcón y de Alfonso XII. Distrito 3 (Retiro). Barrio de los Jerónimos.
Esta calle forma parte del barrio de los Jerónimos, urbanizado en el último cuarto del siglo XIX. Antes, sus terrenos pertenecían al Real Sitio del Buen Retiro, y fueron vendidos por Isabel II para levantar viviendas en ellos, no sin una fuerte contestación política y ciudadana. Esta calle en concreto se nombró de la Academia porque en ella se previó la instalación de la Real Academia Española, hecho que se verificó en 1894.
La Real Academia Española (éste es su nombre real, no hay que añadir de la Lengua) es la más antigua de las Reales Academias que hoy en día forman el Instituto de España. La idea de la creación de una institución que velase por la pureza de la lengua castellana surgió a principios del siglo XVIII, siguiendo el influjo francés que Felipe V trajo a España. Colbert había impulsado en 1665 la Academia francesa de inscripciones y letras, y cuando en 1713 Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, funda la Academia Española no tarda mucho en obtener el beneplácito real, en forma de Real Cédula expedida el 3 de octubre de 1714. Esta Cédula da valor jurídico a la institución, la autoriza para aprobar sus Estatutos y otorga determinados privilegios a los académicos. También establece su lema: Limpia, fija y da esplendor. El 25 de enero de 1715 quedaron aprobados sus Estatutos. La primera tarea que se marcó la Real Academia fue la elaboración de un Diccionario de Autoridades, en seis tomos, que apareció entre 1726 y 1739. En 1742 publicó el primer Tratado de Ortografía y la Gramática en 1774. Dos importantísimas obras vieron la luz en 1780. Su magnífica edición del Quijote, impresa por Joaquín Ibarra, constituye la obra cumbre de la tipografía en España. También apareció ese año el Diccionario de la Lengua Española, que alcanzó la vigésima segunda edición en 2001.
Desde 1793 ocupó la Real Academia casa propia en el número 26 de la calle de Valverde, hasta que 101 años más tarde se mudó a su actual ubicación, en el número 1 de la calle de la Academia, en un edificio de traza neoclásica debido a Miguel Aguado de la Sierra.
Entre las glorietas de Embajadores y de las Pirámides. Distrito 2 (Arganzuela). Barrio de las Acacias.
Es este amplio paseo centro de una antigua zona fabril que poco a poco se va transformando en residencial. La desaparición paulatina de la fábrica del gas y la operación Pasillo Verde Ferroviario han supuesto un importante cambio para esta parte de la villa. Recibe su nombre por los árboles que están plantados en sus aceras, árboles muy habituales en muchas calles de Madrid. Es la acacia una planta arbórea de la familia de las papilionáceas muy común en el hemisferio Norte. Además de adornar nuestras calles también tiene otras utilidades ya que de algunas especies de acacias se obtiene la goma arábiga.
Entre las avenidas de la Ciudad de Barcelona y del Mediterráneo. Distrito 3 (Retiro). Barrio del Pacífico.
Extraño nombre y casi de trabalenguas el de esta calle, hoy en día desconocido y poco familiar, pero no así en la década de los sesenta del siglo XIX. Todo el barrio en el que se encuentra nuestra calle se llama Pacífico no por ser un lugar muy tranquilo, sino porque se dedicó a los heroicos marinos y a las acciones bélicas que ocurrieron en la llamada guerra del Pacífico que enfrentó a España por un lado y a Chile y Perú por otro entre 1864 y 1866. Concretamente esta calle está dedicada al combate librado por las fragatas españolas Villa de Madrid y Blanca y la escuadra chileno-peruana formada por la fragata Apurimac, las corbetas Unión y América y la goleta Covadonga el 7 de febrero de 1866 junto a la isla peruana de Abtao o Abatao (uno de cuyos paisajes aparece en la foto que encabeza este artículo), perteneciente al archipiélago de Chiloé, y que supuso una victoria para la Armada española.
Entre las calles de Embajadores y del Mesón de Paredes. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.
En esta calle, o casi mejor en el paraje que hoy en día es ocupado por esta calle, tenían su residencia dos hermanos apellidados Abad, Don Rodrigo y Don García, hijosdalgo, ricos y virtuosos, regidores de la Villa, que al morir dejaron sus bienes a los pobres. Parte de estos bienes pasaron a poder del convento de religiosos teatinos establecido por el padre Plácido Mirto en la calle del Oso el año 1644. Muy pobre era el convento, y hubiese perecido por la poca caridad de los vecinos del contorno si la ayuda divina no hubiese llegado en forma de borriquillo. Pedro de Répide cuenta la graciosa leyenda según la que un borriquillo se paró en la puerta de la lujosa mansión de los Abades sin que hubiese manera de moverlo de ahí. Sabida por los piadosos hermanos la extrema pobreza de los religiosos de San Cayetano, utilizaron el jumento para cargar las vituallas que como limosna iban a entregar a los teatinos y el animal, sin que nadie lo azuzase ni guiase se dirigió a todo correr hacia el convento.
Entre la plaza del Carmen y la Gran Vía. Distrito 1 (Centro). Barrio de Sol.
Una abada es un rinoceronte hembra. Palabra ya aceptada por la Real Academia, su origen es portugués. Y con portugueses, de una u otra forma, están relacionadas las diversas tradiciones que pretenden explicar el origen del nombre de esta calle.
En la época de Felipe II la zona era prácticamente descampado, perteneciente al antiquísimo Monasterio de San Martín. En sus eras, más o menos donde hoy está nuestra calle, había un corralón en el que se expuso a la curiosidad de los madrileños una abada. Pero, ¿de dónde salió el animalito? Según unos, fue un regalo del gobernador portugués de Java al Rey Felipe II, recién ceñida por él la corona de Portugal. El problema es que, con la distancia que hay de las Islas de la Sonda hasta España, o bien la abada tenía una resistencia tremenda o el barco que la trajo era una maravilla de velocidad y navegación. Más verosímil puede ser la segunda tradición, que dice que unos saltimbanquis portugueses trajeron el bicho como atracción. Pero un día mató a un mozo de los cercanos hornos de la Mata, que quiso hacer una gracia a costa del rinoceronte y se encontró hecho trizas por él (o ella). Además, se escapó, y acabó con otras veinte personas antes de poder ser capturado en las eras de Vicálvaro. El fin de la abada tiene otra versión, y es que, sabiendo determinados magnates madrileños que el cuerno del rinoceronte presuntamente potenciaba la libido, alguno de ellos hizo envenenar al animal y le substrajo el preciado apéndice piloso. Durante mucho tiempo, tras este suceso, se vendieron, no sólo en Madrid, sino en toda España y parte de Europa, los polvos mágicos y también miles de anillos hechos del cuerno, que, por lo tanto, debió de ser excepcionalmente aprovechado.
Quizá lo más verosímil sea que el prior de San Martín, máxima autoridad en la zona, harto de los escándalos que formaría el pueblo al ver la extraña atracción, expulsase de sus terrenos a los titiriteros, y eso sí, si es que alguna vez trajeron una abada a Madrid en el siglo XVI.
Este prólogo fue escrito el 13 de febrero de 1996, cuando aún tenía esperanzas de que estas líneas algún día pudieran aparecer en forma de libro...
AL LECTOR
Prácticamente todos las obras que tratan de Madrid empiezan con una frase semejante a "otro libro sobre la Villa y Corte, para añadir a los miles que ya existen". Aún más aplicables pueden ser estas palabras al volumen que acabas de abrir. Un libro sobre las calles de Madrid es quizá de los más arriesgados de elaborar, pues hay obras anteriores de una importancia tal que da miedo intentar continuarlas. No ha sido esa mi pretensión. Sólo he querido poner algo al día el asunto, no emular a tan grandísimos cronistas de Madrid como Mesonero Romanos, Fernández de los Ríos, Hilario Peñasco, Carlos Cambronero o Pedro de Répide. Es muy difícil, si no imposible, siquiera acercarse a ellos.
Creo útil dar un repaso a las obras dedicadas a las calles de Madrid que se han publicado hasta ahora. Me refiero a grandes trabajos monográficos sobre la materia, ya que en muchas obras de los numerosos e importantes escritores que han disertado sobre nuestra villa hay referencia a las leyendas, tradiciones o sucesos que nombraron las calles de Madrid.
Don Ramón de Mesonero Romanos, quizá el principal cronista que ha tenido Madrid, abanderado de esa legión formada luego por los Sáinz de Robles, Gómez de la Serna, Carrere, Répide, Velasco Zazo o Serrano Anguita, escribió en 1831 un Manual de Madrid. Esta obra, que tuvo diversas ediciones posteriores, ya incluye referencias a los nombres de las calles de la Villa. Su Antiguo Madrid, de 1861, describe muchas de las calles del Madrid Viejo, con referencia al origen de su apelativo y también a los edificios notables sitos en ellas.
Pero la primera obra que realmente trata en exclusiva de la explicación de los nombres de las calles de Madrid fue publicada en 1863 por Antonio Capmani (o Capmany) y Montpalau. Su título es Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid. En el libro de Capmany se apoyan en gran medida cronistas posteriores, y a pesar de que tiene el mérito de ser el primer esfuerzo en este campo, dichos cronistas son bastante críticos con él, ya que es una obra en la que el autor deja entrever una exuberante fantasía a la hora de dar explicaciones, y muchas veces comete grandes errores.
Hilario Peñasco de la Puente y Carlos Cambronero dieron a la imprenta en 1889 su trabajo titulado Las calles de Madrid: Noticias, tradiciones y curiosidades. Peñasco y Cambronero son definidos muchas veces como "buceadores de los archivos de la Villa". Y efectivamente, aunque también cometen algún que otro error, todo lo que dicen está, siempre que se puede, rigurosamente documentado. No en vano Peñasco fue edil del Ayuntamiento y Cambronero director de la Biblioteca Municipal, formada por el ingente legado bibliográfico de Mesonero Romanos. El libro de Peñasco y Cambronero, inexplicablemente no reeditado hasta hace unos años, es el pilar en que debe apoyarse todo autor que pretenda escribir sobre las calles de Madrid. Ha sido infinitamente citado en la posteridad, e incluso copiado literalmente en algunos casos.
Quizá la labor más ingente fue la de Pedro de Répide. El 3 de mayo de 1921 inició la publicación, en el diario La Libertad, de unos artículos dedicados primero a la Puerta del Sol y las ocho calles que empiezan en ella. La primera iniciativa, bastante modesta y firmada con el seudónimo de El Ciego de las Vistillas, prosiguió con más empeño y se prolongó hasta el 15 de noviembre de 1925. El resultado es un conjunto de artículos sobre nuestras calles difícilmente superables por su conocimiento de la Villa, su gracia y su amenidad. Sin embargo, estos artículos no fueron publicados en forma de volumen hasta más de cuarenta años después, gracias a la iniciativa de Federico Romero y otros entusiastas de Répide y de Madrid, que rebuscaron en las hemerotecas y en los archivos para encontrar todos los fragmentos que se hallaban desperdigados, y por fin en 1967 apareció el libro. Posteriormente ha sido reeditado varias veces; la última edición ha sido preparada y comentada por Isabel Gea. Este es el punto de referencia obligado para todo aquel que desee saber algo sobre las calles de Madrid.
Después han aparecido otras obras importantes, como la de Federico Bravo Morata, que ya abarca todo el Madrid actual, tras las anexiones, pero que se dedica más a los nombres en sí, sin dar en muchas ocasiones noticia de los edificios importantes o de las historias que encierran muchas calles. Esto no resta sin embargo mérito a un libro que también es digno de lectura para todo aquel curioso amante de la Villa y Corte.
Y una obrita más pequeña, pero muy útil por lo reciente de su aparición es la de Isabel Gea Ortigas, que en muchas ocasiones es el único referente válido, sobre todo en calles de moderna apertura o que han cambiado de nombre en los últimos tiempos.
Quede, pues, advertido el lector que en todos los títulos que se acaban de repasar, está recogida la mayor parte de la información que yo pretendo comunicar. No voy a aportar nada nuevo con mi trabajo: Sólo quiero actualizar un poco la última gran obra aparecida, la de Répide, apoyándome en todas las citadas y en muchas más, que quedan reflejadas en la extensa bibliografía que adjunto al final. El único toque de originalidad, que además no creo que sea tal, es la segunda parte del libro, en la que doy una somera descripción de los que he llamado nuevos distritos. Y nuevos son por lo reciente de la actual división administrativa de Madrid, pero además porque la mayoría de ellos aún no eran Madrid hace cincuenta años.
Esto me lleva al gran dilema que me planteé a la hora de empezar el trabajo: ¿Cómo seleccionar las calles que se debían comentar? Después de mucho cavilar, decidí abarcar la zona que también escogió Isabel Gea para su libro, es decir, aproximadamente la limitada por las Rondas (Reina Victoria, Raimundo Fernández Villaverde, Francisco Silvela, Doctor Esquerdo, Pedro Bosch), el río Manzanares, la Ciudad Universitaria y la calle de Isaac Peral. No es un límite muy definido, y además me lo he saltado a veces, sobre todo cuando descubrí las calles que el Ayuntamiento concedió a Répide, Peñasco o Gómez de la Serna, en ningún caso acordes por situación e importancia a los personajes que recuerdan.
En definitiva, esta obra sólo está motivada por el cariño que desde muy pequeño tengo a la Villa que me vio nacer, y por la curiosidad que siempre sentí por conocer su historia y la evolución de su plano. Espero que para ti, lector, sea agradable y amena y que con ella aprendas algo más sobre Madrid, aunque mi consejo es que vuelvas sobre la lista que antes di y consigas algunos de esos libros. Entonces sabrás lo que es bueno.
Hace ya bastantes años que cayó en mis manos el libro Las calles de Madrid, de Pedro de Répide. Antes, ya había leído el volumen que con el mismo propósito publicaron en 1889 Hilario Peñasco y Carlos Cambronero. Siempre me ha gustado la historia de la villa que me vio nacer, pero nunca antes de leer esos libros me había podido sumergir tanto en ella.
El libro de Répide es de 1921; desde entonces otros autores han intentado "actualizar" esta especie de enciclopedia callejera. Entre los que he podido consultar están Federico Bravo Morata e Isabel Gea. También a mí se me ocurrió hacer "mi" versión y me puse manos a la obra. Conseguí, con un esfuerzo de varios años, acabar la "A" y la "B" de la lista de calles selectas (las situadas en la conocida como "almendra central" de Madrid); la posibilidad de crear y mantener bitácoras de una forma sencilla y rápida me ha dado la idea de ir publicando poco a poco esos artículos que tanto trabajo y tantas consultas a muchos libros diferentes me costaron. Ése y no otro es el propósito de esta bitácora aunque, ¿quién sabe? Quizá me anime a seguir y terminar...