Estatua de Mariano Lagasca, por Ponciano Ponzano
(Real Jardín Botánico, Madrid)
Foto CC BY-SA Håkan Svensson, Xauxa
Entre las calles de Alcalá y de López de Hoyos. Distritos 4 (Salamanca) y 5 (Chamartín). Barrios de Recoletos, Castellana y El Viso.
Larga calle del Ensanche en el barrio de Salamanca, en cuyo comienzo está la iglesia de San Manuel y San Benito, ese extraño ejemplar de arquitectura religiosa del que ya se habló en la entrada correspondiente a la calle de Alcalá. Répide nos señala que en el número 17, no muy lejos de este templo, había un “pabelloncito de dos pisos” que fue propiedad de Carolina Coronado y donde se refugió Castelar cuando fue condenado a muerte a causa de la sublevación del cuartel de San Gil en junio de 1866. Como entonces, hoy en día aquí hay un hogar de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en el que se ve un “pabelloncito” de dos pisos de aspecto moderno y, dentro, un jardín con palmera.
En el resto de la vía predominan los edificios típicos de este barrio, la mayoría modernos, aunque con algunas excepciones interesantes como el que hace esquina con la calle de Diego de León; quizá no sea una maravilla arquitectónica, pero quien esto escribe tiene debilidad por el neomudéjar madrileño.
Su nomenclatura ha sido variada, al menos en los primeros años de su existencia. El nombre que lleva se le otorgó el 28 de abril de 1871; poco más de un año después, el 7 de agosto de 1872, el Ayuntamiento se la dedicó a Carolina Coronado -quien, como ya se ha mencionado, tuvo aquí su casa-. Está visto que, al menos en esa época, los nombres no podían durar demasiado y solo transcurrieron trece meses hasta que expulsaron a doña Carolina y el rótulo pasó a ser un tanto extraño, pues el 19 de septiembre de 1873 la calle empezó a llamarse del Genio del siglo.
Por fin el 6 de julio de 1874 (esta vez apenas pasaron diez meses) se calmaron las cosas y se estabilizó el nombre del botánico Manuel Mariano La Gasca y Segura, que nació en la localidad zaragozana de Encinacorba el 4 de octubre de 1776. Fue eclesiástico, pero pronto se interesó por las plantas. En 1800 marchó a Madrid y aquí fue discípulo de Cavanilles, a la sazón director del Jardín Botánico. Tras la guerra de la Independencia él mismo ocupó ese cargo, hasta que en 1823 hubo de exiliarse por su participación en la política durante el trienio liberal, evento en el que perdió su herbario y todos los documentos que había recopilado para escribir un tratado de Botánica. Regresó a España tras la muerte de Fernando VII y volvió a ser director del Jardín Botánico, puesto que desempeñó hasta su muerte, acaecida en Barcelona el 23 de junio de 1839.
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