7.7.23

Isabel II (Plaza de)

Retrato de Isabel II con su hija Isabel en 1852, por Franz Xaver Winterhalter
(Palacio Real, Madrid)

Entre las calles del Arenal, Priora, Caños del Peral, Campomanes, Arrieta, Vergara, Independencia y Escalinata. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio. 

Esta plaza no existió hasta las primeras décadas del siglo XIX. Formaba parte de un laberinto de callejuelas que había delante del Palacio Real, y concretamente por aquí pasaba el barranco que seguía el trazado de la calle del Arenal y que fue nivelado. Pero aún hoy se puede tener una idea del desnivel existente si bajamos las escaleras que dan acceso a la calle de la Escalinata desde nuestra plaza. 

Varios nombres ha tenido. El más antiguo fue el de Caños del Peral, por la famosa fuente del mismo nombre que aquí había (ahora expuesta en una suerte de museo subterráneo en la estación del metro de Ópera) y que desde tiempos remotos permanecía en este lugar. A principios del siglo XIX, durante el reinado de José Bonaparte, se ideó una profunda reforma de toda la zona de manera que se despejasen las vistas del Palacio Real. Para ello se derribaron numerosas manzanas de casas y varias iglesias y se dejó un enorme descampado frente al Palacio en el que poco más se pudo hacer, así que la herencia del rey intruso fue crear un barrizal impresionante antes que la gran avenida que uniese la sede de la monarquía con la Puerta del Sol. Acabada la guerra de la Independencia se vuelve sobre el asunto y en el solar se plantea la construcción de un Teatro de la Ópera que sustituyese al antiguo de los Caños del Peral que estuvo aquí y que desapareció en 1817 por ruinoso. El proyecto es de Antonio López Aguado, y la construcción comenzó en 1818. Sin embargo, no se estrenó como teatro de ópera hasta 1997. Y es que el Teatro Real no ha tenido mucha suerte. No fue inaugurado hasta 1850 y tuvo que sufrir continuos arreglos hasta que en 1925 llegó a amenazar ruina porque se asienta sobre terrenos ricos en aguas subterráneas que son muy poco firmes. Nuevas obras, nuevas paralizaciones y por fin en 1966 puede abrir sus puertas, pero como sala de conciertos. Se pretendía convertirlo en el gran teatro de ópera del que Madrid carecía (o mejor dicho, devolverle al cometido para el que fue ideado) durante el año de la capitalidad cultural, 1992, pero como más arriba se ha indicado, hubo que esperar hasta el 11 de octubre de 1997 para que El sombrero de tres picos y La vida breve, de Falla, dieran comienzo a su primera temporada como renacido templo lírico.

El Teatro Real
(Foto CC BY-SA Nemo)

En 1835 recibió esta plaza el nombre de Isabel II, cuando todavía no estaba formada del todo. Tras la revolución que destronó a la reina castiza, desde el 29 de septiembre de 1869 se llamó plaza de Prim, como aparece en el plano de Ibáñez de Ibero, pero con la Restauración, el 11 de enero de 1875, volvió a su primitiva denominación. Así se mantuvo hasta la Segunda República, cuando el 17 de abril de 1931, tres días después de su proclamación, pasó a ser la plaza de Fermín Galán, uno de los héroes del levantamiento republicano de Jaca de 1930, y aunque de nuevo Isabel II volvió aquí tras la guerra (el célebre 26 de abril de 1940, en concreto), nadie se acuerda de ella, ni de Prim ni de Galán y todo el mundo conoce este sitio como “Ópera”, debido no al teatro, que para nadie es el de la ópera, sino más bien a la estación del metro, que al igual que en otros lugares no cambió su denominación y sigue siendo Ópera. 

En la plaza hay un monumento que representa a la reina que le da nombre, obra de José Piquer que fue colocada allí en 1850. La pagó el comisario general de Cruzada, el canónigo Manuel López Santaella, y esto provocó la rechifla de los madrileños, que, como no podía ser menos, sacaron una copla del asunto:

Santaella, de Isabel 
costeó la estatua bella, 
y del vulgo el eco fiel 
dice que no es santo él, 
ni tampoco santa ella. 

La poesía se puso en el pedestal de la estatua al día siguiente de su casi clandestina inauguración. Al año siguiente la escultura fue retirada y colocada en el vestíbulo del cercano teatro. Algunos años después se situó, en el lugar que la reina dejó vacío, una alegoría de la comedia que perduró hasta 1905, cuando doña Isabel volvió a su primitivo emplazamiento. 

La célebre estatua de Isabel II
(Foto: J. L. de Diego)

Isabel II, hija de Fernando VII, nació en Madrid el 10 de octubre de 1830. Al morir su padre el 29 de septiembre de 1833 fue proclamada reina, sin haber cumplido aún tres años y a pesar de las reclamaciones de Don Carlos María Isidro, hermano del rey, que invocaba la ley sálica, según la que las mujeres estaban excluidas del trono. Había nacido el carlismo, que costó tres guerras civiles a España durante el siglo XIX. La minoría de Isabel II estuvo ocupada por las regencias de su madre, María Cristina de Borbón, y después de Espartero, obtenida tras uno de los muchos pronunciamientos (una de las palabras que España ha aportado al lenguaje internacional, y no sé si esto nos ha de servir para sentirnos orgullosos, sobre todo si se tiene en cuenta que otras son siesta, guerrilla...) que hubo en el siglo XIX. Y tras un nuevo pronunciamiento de otro experto en los mismos, Narváez, se declara mayor de edad a la reina, con trece años, y se acaban las regencias, pero vienen las dictaduras, repartidas entre Narváez, el moderado, y O’Donnell, el progresista y luego liberal. Muertos O’Donnell en 1867 y Narváez en 1868, a la reina le queda poco fuelle y es destronada por la Revolución de Septiembre de 1868. Siguió su exilio en París, donde abdicó en su hijo Alfonso XII el 25 de junio de 1870. Murió en la capital francesa el 9 de abril de 1904, dejando sin trabajo a su joven bibliotecario, que respondía al nombre de Pedro de Répide.

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