9.12.09
La Gatera de la villa
Interrumpo la secuencia alfabética de las calles para recomendaros una nueva iniciativa de un grupo de "locos por Madrid": La Gatera de la villa, que nace en el seno de FotoMadrid y que incluirá tanto una bitácora como una publicación trimestral en forma de revista. Que lo disfrutéis.
2.11.09
Barquillo (Calle del)
Entre las calles de Alcalá y de Fernando VI. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.
Mesonero Romanos recoge en su Antiguo Madrid los versos de Nicolás Fernández de Moratín referidos a esta calle, y que sitúan sus terrenos en la antigua jurisdicción de Vicálvaro:
Y del Barquillo, término que pasa
De Vicálvaro al tuyo, que algún día,
¡Oh patria humilde! en tierra fuiste escasa.
Es fácil que cuando estas tierras pertenecían aún a Vicálvaro, su configuración -algo semejante a lo que ocurría con la calle comentada previamente- recordase a un barco. Al parecer ya se citaba el paraje como “las tierras que dicen del Barquillo” -Répide dixit- en el siglo XVI, cuando la villa todavía no se había extendido por aquí. Fuera de lugar está, pues, una absurda leyenda que es repetidamente citada por cronistas y estudiosos y que atribuye el origen del nombre a un barquito que tenía una dama de la marquesa de las Nieves para cruzar una profunda laguna que había en sus tierras, más o menos donde hoy se alza el palacio de Justicia.
Precisamente la cercanía del convento de la Visitación, actual palacio de Justicia, que era muy frecuentado por los reyes desde Fernando VI, hizo que la calle del Barquillo fuese llamada Real. Antiguamente la calle finalizaba en la de Hortaleza, ya que la vía hoy dedicada a Fernando VI formó parte de ella. Fue el corazón de uno de los barrios más populares de Madrid, centro de operaciones de los chisperos, acérrimos enemigos de los manolos de Lavapiés. Eran los chisperos los obreros de las fraguas, que abundaron por aquí, y gustaban de buscar pelea no sólo con sus rivales de los Barrios Bajos, sino con otras facciones chisperiles ubicadas más al norte, en Maravillas.
Hay numerosos edificios notables que enseñan alguna de sus fachadas a nuestra calle, como el Cuartel General del Ejército o la Casa de las Siete Chimeneas, pero sus entradas están en otras vías, y allí corresponde su reseña. De dos hablaremos. El primero lo comparte con la calle de Alcalá, pero su monumental entrada, guardada por cuatro colosales cariátides, está en un chaflán que indetermina su adscripción. Es, si usted ya no lo ha adivinado, la sede del Instituto Cervantes, antes del extinto Banco Central Hispano, situada oficialmente en el número 49 de la calle de Alcalá, pero con entrada también por el número 2 de nuestra calle. Fue construido entre 1910 y 1918 según proyecto de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, para el Banco Español del Río de la Plata. Ocupa el solar que fue del palacio de Casa Irujo. Entre 1944 y 1947 fue ampliado en la fachada que da a nuestra calle por Manuel Cabanyes. Cuando en 1947 el Banco Central absorbió al Español del Río de la Plata, este edificio se convirtió en su oficina principal y con el paso del tiempo y con las fusiones bancarias, finalmente este símbolo del poder del dinero pasó a ser símbolo del poder de la palabra, como sede de la institución que vela por una de nuestras más preciosas posesiones: la lengua española. Isabel Gea cita en su libro sobre las calles de Madrid una conferencia pronunciada por el tristemente desaparecido Santiago Amón (por cierto, vaya calle que le ha dedicado el Ayuntamiento, en los confines de Villaverde) pocos días antes del accidente que acabó con él, y en la que comentó que el apelativo que los madrileños dieron a este edificio fue nada más y nada menos que el de casa de ¡joder, que puerta!
En la esquina que preside esta tremenda puerta, acompañada de su frontera del edificio de Tabacalera, estuvo el primer semáforo que se instaló en Madrid, en épocas en las que el tráfico empezaba a ser ya un problema, aunque quizá no tan grave e irresoluble como por desgracia es hoy.
Y nos vamos al final de la calle, en la acera de la izquierda, para hablar del otro edificio que antes se citó. La verdad es que no era más que una típica corrala madrileña que desapareció en 1850. Esto quizá no diga nada, pero si se añade que era conocida como casa de Tócame Roque la cosa cambiará. Este nombre ha llegado a convertirse en un dicho popular: ¡Esto parece la casa de Tócame Roque! El caso es que el célebre edificio se convirtió en protagonista de uno de los sainetes de Ramón de la Cruz, que se tituló La Petra y la Juana o el buen casero. No conocía Mesonero Romanos el origen del chusco nombre de la casa, pero Isabel Gea da en su libro antes mencionado una explicación de lo más curiosa. Ocurrió que la casa fue dejada en herencia a dos hermanos, llamados Juan y Roque, que disputaron por ella; en la discusión se oyeron muchas veces frases como “tócame a mí”, “no, a mí”, “tócame, Juan”, “tócame, Roque”, y como esta última debió de ser la más repetida, así quedó. Pero como dice la estudiosa, “lo mismo podía haberse llamado Tócame Juan”.
En los últimos años han proliferado mucho en esta calle los establecimientos dedicados a la venta de equipos de música y otros útiles electrónicos. Por eso muchas veces a la calle del Barquillo se le pone el innecesario seudónimo de calle del Sonido.
29.9.09
Barco (Calle del)
Entre las calles del Desengaño y de Colón. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.
“La figura que forma su pavimento, igual á la del casco de un buque” explica sin más el nombre de esta calle, según Mesonero Romanos. Sin embargo, cronistas posteriores añaden diversos elementos a tan sencilla justificación. Estos terrenos primero pertenecieron al monasterio de San Martín, y después a don Juan de la Victoria Bracamonte, que los pobló. Sin embargo, vendió un trozo al marqués de Leganés, y éste cedió parte a doña María de Miranda, marquesa de Villaflores, que deseaba fundar un convento. Y se dice que fue ella, al ver las obras de explanación del terreno, la que exclamó “parece un barco”. Otra versión dice que su confesor, Juan Pacheco de Alarcón, añadió “en el que van frailes y monjas”. Este don Juan de Alarcón fue el que acabó dando nombre popularmente al convento de mercedarias descalzas que finalmente fundó la marquesa. Y también dio nombre a esta vía durante algún tiempo, pues en el plano de Texeira figura como calle de Don Juan de Alarcón.
“La figura que forma su pavimento, igual á la del casco de un buque” explica sin más el nombre de esta calle, según Mesonero Romanos. Sin embargo, cronistas posteriores añaden diversos elementos a tan sencilla justificación. Estos terrenos primero pertenecieron al monasterio de San Martín, y después a don Juan de la Victoria Bracamonte, que los pobló. Sin embargo, vendió un trozo al marqués de Leganés, y éste cedió parte a doña María de Miranda, marquesa de Villaflores, que deseaba fundar un convento. Y se dice que fue ella, al ver las obras de explanación del terreno, la que exclamó “parece un barco”. Otra versión dice que su confesor, Juan Pacheco de Alarcón, añadió “en el que van frailes y monjas”. Este don Juan de Alarcón fue el que acabó dando nombre popularmente al convento de mercedarias descalzas que finalmente fundó la marquesa. Y también dio nombre a esta vía durante algún tiempo, pues en el plano de Texeira figura como calle de Don Juan de Alarcón.
4.9.09
Barcelona (Calle de)
Entre las calles de Cádiz y de la Cruz. Distrito 1 (Centro). Barrio de Sol.
Esta pequeña calle, dedicada a la segunda ciudad de España y primera de Cataluña (de la Ciudad Condal hablaremos más al llegar a la avenida de la Ciudad de Barcelona), en lo antiguo se llamó Ancha de Majaderitos, siendo la Angosta la cercana de Cádiz. Este peculiar nombre venía, a decir de Mesonero Romanos, "del mazo que usaban los bati-hojas ó tiradores de oro que ocupaban dicha calle, y solían apellidar el majadero ó majaderito". Según el mismo D. Ramón, los tiradores de oro dejaron después su lugar a los guitarreros, cuyos talleres se establecieron aquí, hasta que con el derribo del convento de la Victoria se regularizaron las calles, cambiaron sus nombres y variaron su vecindario y sus comercios.
En esta calle hay un bar, que también tiene puerta a la vecina calle de Cádiz, y tiene a gala ser el más grande de España, pues se entra por Cádiz y se sale por Barcelona.
18.6.09
Barceló (Calle de)
Entre las calles de Fuencarral y de Mejía Lequerica. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.
Como ya se dijo en el comentario sobre la calle de Apodaca, en la zona en que se encuentra esta vía, terrenos antaño pertenecientes al Hospicio, tres grandes marinos españoles son recordados. Ésta, la más amplia calle del barrio, está dedicada al mallorquín Antonio Barceló, nacido en Palma en 1717. Se destacó en las expediciones a Argel de 1775, 1783 y 1784, y en el sitio de Gibraltar de 1779, donde fueron utilizadas unas lanchas de su invención. Murió en 1797.
Dos puntos de referencia en esta calle. En su esquina con la calle de Fuencarral unos pequeños jardines, presididos por su fuente de la Fama, rememoran a Pedro de Ribera. Como en Madrid no hay otra calle que recuerde su memoria, creo necesario escribir unas líneas sobre él en este punto. Pedro de Ribera no inventó el barroco madrileño, pero sí que es quizá su representante más genuino. Durante más de cien años fue considerado un mero corruptor de la arquitectura, autor de engendros que dañaban la vista y el gusto, pero actualmente es respetado como uno de los grandes arquitectos madrileños y españoles. Nació en Madrid en 1683 y murió en esta misma villa en 1742. Su carrera comenzó como ayudante de Teodoro Ardemans, maestro mayor de las obras reales y de la villa desde 1702. A la muerte de Ardemans, en 1726, Ribera le sucedió al frente de las obras del Concejo. Antes de ocupar tal cargo, entre 1716 y 1718, realizó su primera gran obra en Madrid de la mano del corregidor marqués de Vadillo, el acondicionamiento del paseo de la Virgen del Puerto y la extraordinaria ermita que aún se conserva. Seguidamente, construyó el puente de Toledo (1720), el cuartel de Guardias de Corps (hoy del Conde-Duque, 1720) y el Hospicio de San Fernando (1722), en los que empieza a mostrar su muy personal visión del ornato en la arquitectura, con las maravillosas capillas dedicadas a San Isidro y Santa María de la Cabeza en el puente, y las fachadas principales de los otros dos edificios. También realizó importantes obras religiosas, como la reforma de la iglesia de Montserrat, en la calle de San Bernardo, con su bellísima torre (1720); la iglesia de San José, antiguo convento de San Hermenegildo, en la calle de Alcalá (1730-42); San Cayetano, en la calle de Embajadores; o las escuelas pías de San Antón, en la calle de Hortaleza, que se incendiaron hace algunos años. Obra suya también fueron edificios civiles como el desaparecido del Monte de Piedad (queda una de sus portadas) y numerosos palacios, algunos de los cuales se conservan, además de muchas fuentes, de las que sólo ha perdurado la de la Fama, en estos jardincillos de la calle de Barceló.
El segundo lugar importante de nuestra calle es lo que fue la discoteca Pachá, antiguo cine Barceló, que casi todos conocimos hace ya un tiempo (demasiado, quizá) como punto de encuentro de la juventud pudiente de Madrid, pero que casi nadie sabe que es una obra maestra de la arquitectura racionalista y de su autor, Luis Gutiérrez Soto. Él mismo estaba bastante satisfecho de ella, pues escribió: “1930. Construyo mi cuarto cine, el Barceló, de marcada personalidad y acierto.” El resultado, como dice la guía del C.O.A.M., es uno de los mejores locales de espectáculos de Europa y una joya de las arquitecturas madrileña y española.
27.5.09
Barbieri (Calle de)
Entre la calle de las Infantas y la plaza de Chueca. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.
El primitivo nombre de esta calle fue del Soldado, debido fundamentalmente a la proximidad del cuartel de infantería de guardias españolas que era también conocido así. Pero también hay una famosa leyenda que se relaciona con esta calle. Aquí vivía una rica señora llamada doña María de Castilla, que tenía una hija joven y bella, doña María Almudena Goutili. La joven deseaba dedicarse a la vida religiosa y profesar en el convento del Caballero de Gracia, pero un soldado del cercano cuartel se había prendado de ella y no estaba dispuesto a dejar que se convirtiese en monja. La joven le rechazó, pero él llegó incluso a hacer pintar su retrato en una columna de la casa frontera a la de Almudena para que siempre le tuviese presente. Firme en su decisión la muchacha, el soldado, despechado y rabioso, la mató. Cortó su cabeza y la llevó al convento, con la macabra intención de hacérsela llegar a la madre superiora. Pero fue descubierto, entregado a la autoridad civil y ajusticiado. Se dice que su mano fue clavada en una pica y expuesta como escarmiento en el mismo lugar donde cometió el crimen.
La calle del Soldado era un callejón sin salida en su primer tramo hasta que en 1853 fue prolongada hasta la calle de las Infantas. Un acuerdo del Ayuntamiento de fecha 16 de noviembre de 1894 cambió el nombre de la calle por el actual, que recuerda a un gran músico madrileño. Francisco Asenjo Barbieri, nacido en 1823, estudió en el Conservatorio de Madrid con Pedro Albéniz, Saldoni y Carnicer. Fue después profesor del mismo Conservatorio y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sus esfuerzos se dirigieron sobre todo a la zarzuela; entre las que compuso se deben destacar muy especialmente tres: Los diamantes de la Corona (1854), Pan y toros (1864) y El barberillo de Lavapiés (1874). Asimismo se le deben importantes obras musicológicas, como el Cancionero musical de los siglos XV y XVI. Pero también hay otra faceta, quizá no tan conocida, de Barbieri, y es que fue un gran madrileñista. Peñasco y Cambronero muchas veces le citan en su libro sobre las calles de nuestra villa, como una persona muy conocedora de su historia que les aportó muy útiles datos para la elaboración de su trabajo. Barbieri murió en Madrid en 1894.
El primitivo nombre de esta calle fue del Soldado, debido fundamentalmente a la proximidad del cuartel de infantería de guardias españolas que era también conocido así. Pero también hay una famosa leyenda que se relaciona con esta calle. Aquí vivía una rica señora llamada doña María de Castilla, que tenía una hija joven y bella, doña María Almudena Goutili. La joven deseaba dedicarse a la vida religiosa y profesar en el convento del Caballero de Gracia, pero un soldado del cercano cuartel se había prendado de ella y no estaba dispuesto a dejar que se convirtiese en monja. La joven le rechazó, pero él llegó incluso a hacer pintar su retrato en una columna de la casa frontera a la de Almudena para que siempre le tuviese presente. Firme en su decisión la muchacha, el soldado, despechado y rabioso, la mató. Cortó su cabeza y la llevó al convento, con la macabra intención de hacérsela llegar a la madre superiora. Pero fue descubierto, entregado a la autoridad civil y ajusticiado. Se dice que su mano fue clavada en una pica y expuesta como escarmiento en el mismo lugar donde cometió el crimen.
La calle del Soldado era un callejón sin salida en su primer tramo hasta que en 1853 fue prolongada hasta la calle de las Infantas. Un acuerdo del Ayuntamiento de fecha 16 de noviembre de 1894 cambió el nombre de la calle por el actual, que recuerda a un gran músico madrileño. Francisco Asenjo Barbieri, nacido en 1823, estudió en el Conservatorio de Madrid con Pedro Albéniz, Saldoni y Carnicer. Fue después profesor del mismo Conservatorio y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sus esfuerzos se dirigieron sobre todo a la zarzuela; entre las que compuso se deben destacar muy especialmente tres: Los diamantes de la Corona (1854), Pan y toros (1864) y El barberillo de Lavapiés (1874). Asimismo se le deben importantes obras musicológicas, como el Cancionero musical de los siglos XV y XVI. Pero también hay otra faceta, quizá no tan conocida, de Barbieri, y es que fue un gran madrileñista. Peñasco y Cambronero muchas veces le citan en su libro sobre las calles de nuestra villa, como una persona muy conocedora de su historia que les aportó muy útiles datos para la elaboración de su trabajo. Barbieri murió en Madrid en 1894.
7.5.09
Bárbara de Braganza (Calle de)
Entre la plaza de las Salesas y el paseo de Recoletos. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.
Diversos nombres ha tenido esta calle a lo largo de la Historia. El primero fue el de calle de San José, a causa de unos azulejos que representaban a San José y Santo Tomé en las casas de la princesa de Áscoli. En 1835, dentro de la gran reforma de la rotulación de las calles hecha por el marqués viudo de Pontejos, fue cambiada su denominación para evitar duplicidades (había al menos otras dos calles de San José, la que hoy es de Loreto y Chicote y la que aún conserva el nombre, en el barrio de los Literatos), y se llamó Costanilla de la Veterinaria, por su cercanía a la Escuela de Veterinaria que ocupaba el solar de la actual Biblioteca Nacional. A finales del siglo XIX recibió la denominación actual, en conmemoración de la reina fundadora del convento de las Salesas, edificio principal de la calle.
Bárbara de Braganza, nacida en Lisboa en 1711, fue hija de los reyes de Portugal Juan V y María Ana. Se casó con el futuro Fernando VI, y en 1746 se convirtió en reina de España. Al poco tiempo pensó en construirse un retiro en el caso de que enviudase, ya que la salud de su marido no era demasiado buena y las relaciones con Isabel de Farnesio, madrastra de Fernando VI, eran muy malas. Como no tenían descendencia, era fácil que algún hijo de Isabel subiese al trono si moría el rey (como así fue), y Bárbara no estaba dispuesta a aguantar a su “suegrastra” en Palacio. Así que decidió fundar un convento para las religiosas del Instituto de San Francisco de Sales, radicado en Saboya y que se ocupaba de la educación de niñas nobles. En 1748 llegaron a Madrid las monjas, que primero se aposentaron en el beaterio de San José, en la calle de Atocha, y poco después pasaron a la casa de un señor llamado Juan Bacandro, en el paseo del Prado. La construcción del edificio empezó en 1750, según un proyecto del francés Francisco Carlier. Las obras fueron dirigidas por Francisco Moradillo, que se hizo cargo totalmente de ellas tras la muerte de Carlier. En 1757 se acabó la iglesia, y al año siguiente todo el edificio. No sirvió para su fin inicial, ya que la reina murió en 1758, poco antes que su marido. Carlos III respetó los deseos de ambos de no ser enterrados en El Escorial, e hizo construir dos sepulcros que fueron diseñados por Sabatini y decorados por Francisco Gutiérrez; son una genial obra tardía del Barroco en su expresión más Rococó, como en realidad es todo el interior de la iglesia, con su exuberante decoración. Una nota algo discordante la da el sepulcro del general O’Donnell, obra de Jerónimo Suñol de carácter neorrenacentisa y que según Ramón Hidalgo “quizás, en otro sitio más apropiado, resultara hasta interesante. Pero aquí, categóricamente no”.
El lujo con que se hicieron tanto la iglesia como el convento (para Ceán Bermúdez costó 19 millones de reales; para Ruiz de Salces, que lo reformó a mediados del siglo XIX, 50 millones, y Elías Tormo elevó el gasto hasta los 83 millones de reales) llevó al pueblo de Madrid a inventar la inevitable coplilla satírica, en que se juega no sólo con el despilfarro, sino con el poco agraciado físico de la reina:
Bárbaro gasto.
Bárbara renta.
Bárbaro pueblo.
Bárbara reina.
Bárbara renta.
Bárbaro pueblo.
Bárbara reina.
En 1870 el convento de la Visitación fue suprimido. Su iglesia se convirtió en 1891 en la parroquia de Santa Bárbara, y el resto del edificio se destinó a Palacio de Justicia. La obra de reforma, realizada el mismo año de 1870, fue dirigida, como algo más arriba se ha mencionado, por Antonio Ruiz de Salces. En 1908 se quemó la cúpula de la iglesia, que quedó parcialmente destruida. Y el 5 de mayo de 1915 otro incendio afectó gravemente al Palacio de Justicia. En él se perdieron numerosas obras de arte que estaban allí depositadas por el Museo del Prado. La restauración, dirigida por Joaquín Rojí, se prolongó entre 1915 y 1926, y recibió ese último año un premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Se rebajó asimismo la altura del suelo de la lonja, y en los años veinte se construyó una escalinata, obra de Miguel Durán Salgado, que refuerza la ya espectacular perspectiva de la bellísima fachada de la iglesia. Iglesia que para mí tiene un significado especial, pues en ella se casaron mis padres.
16.4.09
Baltasar Gracián (Calle de)
Entre las calles de Santa Cruz de Marcenado y de Alberto Aguilera. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.
Corta calle la nuestra, que bordea el edificio neomudéjar del I.C.A.I. No es mal emplazamiento, pues, para dedicar una calle a un importante escritor que fue jesuita. Baltasar Gracián nació en Belmonte de Calatayud en 1601. Entró en la Compañía de Jesús muy joven. Ejerció como profesor de Sagrada Escritura en Zaragoza, pero la naturaleza de sus escritos, con los que siempre tuvo problemas, hizo que fuese destituido y desterrado. A Gracián muchas veces se le cita sólo como un seguidor de Quevedo porque, como en él, su estética es conceptista. Y esto hace que se olvide que fue un moralista con una visión sumamente crítica y pesimista del mundo. Entre sus obras destacan El héroe (1637), retrato del príncipe ideal; El político (1640), panegírico del rey Fernando el Católico; El discreto (1646), donde da su idea del cortesano perfecto y, sobre todo la novela alegórica El criticón, publicada en tres partes (1651, 1653 y 1657). Murió en Tarazona en 1658.
Corta calle la nuestra, que bordea el edificio neomudéjar del I.C.A.I. No es mal emplazamiento, pues, para dedicar una calle a un importante escritor que fue jesuita. Baltasar Gracián nació en Belmonte de Calatayud en 1601. Entró en la Compañía de Jesús muy joven. Ejerció como profesor de Sagrada Escritura en Zaragoza, pero la naturaleza de sus escritos, con los que siempre tuvo problemas, hizo que fuese destituido y desterrado. A Gracián muchas veces se le cita sólo como un seguidor de Quevedo porque, como en él, su estética es conceptista. Y esto hace que se olvide que fue un moralista con una visión sumamente crítica y pesimista del mundo. Entre sus obras destacan El héroe (1637), retrato del príncipe ideal; El político (1640), panegírico del rey Fernando el Católico; El discreto (1646), donde da su idea del cortesano perfecto y, sobre todo la novela alegórica El criticón, publicada en tres partes (1651, 1653 y 1657). Murió en Tarazona en 1658.
13.3.09
Balmes (Calle de)
Entre las calles de Felipe el Hermoso y de la Santísima Trinidad. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Trafalgar.
Deu! ¡Si en Barcelona supiesen cómo es la calle de Balmes de Madrid! Es terrible la comparación entre aquella inmensa, aristocrática y amplia avenida, que no calle, y este minúsculo pasadizo, cuya única misión es servir de acceso a la Biblioteca Pública Central de la Comunidad de Madrid. Poca cosa para recordar a un personaje que tiene su importancia. Jaume Balmes fue un sacerdote y filósofo que nació y murió en Vic; vivió entre 1810 y 1848. Fue un gran ecléctico; se preocupó -y no fue escasa tarea- de dar soluciones a muchos de los grandes dilemas españoles del siglo XIX, como la lucha entre carlistas e isabelinos (propuso la boda de Isabel II con Carlos VI, pero no le hicieron caso), la relación iglesia-estado tras la desamortización, las incipientes luchas de clase o el nacionalismo catalán. Sus posturas liberales no gustaron a los estamentos más reaccionarios, que además eran los que manejaban la situación, así que acabó retirándose a su ciudad natal; el mismo año de su muerte entró en la Real Academia Española.
Deu! ¡Si en Barcelona supiesen cómo es la calle de Balmes de Madrid! Es terrible la comparación entre aquella inmensa, aristocrática y amplia avenida, que no calle, y este minúsculo pasadizo, cuya única misión es servir de acceso a la Biblioteca Pública Central de la Comunidad de Madrid. Poca cosa para recordar a un personaje que tiene su importancia. Jaume Balmes fue un sacerdote y filósofo que nació y murió en Vic; vivió entre 1810 y 1848. Fue un gran ecléctico; se preocupó -y no fue escasa tarea- de dar soluciones a muchos de los grandes dilemas españoles del siglo XIX, como la lucha entre carlistas e isabelinos (propuso la boda de Isabel II con Carlos VI, pero no le hicieron caso), la relación iglesia-estado tras la desamortización, las incipientes luchas de clase o el nacionalismo catalán. Sus posturas liberales no gustaron a los estamentos más reaccionarios, que además eran los que manejaban la situación, así que acabó retirándose a su ciudad natal; el mismo año de su muerte entró en la Real Academia Española.
13.2.09
Ballesta (Calle de la)
Entre la calle del Desengaño y la Corredera Baja de San Pablo. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Universidad.
Muchos años ha que esta calle lleva su nombre, que se debe a que por estos andurriales hubo un corral en el que se tiraba, y a él se acudía para solazarse los días festivos. El dueño era alemán y, al parecer, tenía como costumbre mostrar fieras encadenadas que servían como diana para los venablos, pero en una ocasión un jabalí que había traído de los bosques del Pardo se escapó y le mató a colmillazos.
Con el tiempo, el nombre de esta calle, que quedó en el centro de un barrio excesivamente degradado gracias, en parte, a la desidia de los sucesivos Ayuntamientos, se hizo sinónimo de la que se dice es la profesión más antigua del mundo. O más bien sinónimo del lugar o lugares donde se ejercita la supuesta profesión. Pero después han sido diseñadores de rabiosa moda los que la han “rescatado” para convertirla en uno de los centros del Madrid más chic.
Muchos años ha que esta calle lleva su nombre, que se debe a que por estos andurriales hubo un corral en el que se tiraba, y a él se acudía para solazarse los días festivos. El dueño era alemán y, al parecer, tenía como costumbre mostrar fieras encadenadas que servían como diana para los venablos, pero en una ocasión un jabalí que había traído de los bosques del Pardo se escapó y le mató a colmillazos.
Con el tiempo, el nombre de esta calle, que quedó en el centro de un barrio excesivamente degradado gracias, en parte, a la desidia de los sucesivos Ayuntamientos, se hizo sinónimo de la que se dice es la profesión más antigua del mundo. O más bien sinónimo del lugar o lugares donde se ejercita la supuesta profesión. Pero después han sido diseñadores de rabiosa moda los que la han “rescatado” para convertirla en uno de los centros del Madrid más chic.
3.2.09
Bailén (Calle de)
Entre las plazas de España y de San Francisco. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.
De apertura reciente y paulatina es esta calle. Su primer tramo, esto es, el que va desde la plaza de España hasta el palacio de Oriente, es contemporáneo de la construcción de éste, ya que cuando su lugar lo ocupaba el Real Alcázar el terreno donde hoy está la calle formaba parte de la huerta de la Priora y de las casas de doña María de Aragón. Siglos atrás, hasta aquí llegaban las tierras del priorato de San Martín; Felipe II fue poco a poco haciéndose con ellas para poseer todas las cercanías de su Alcázar, aunque cedió parte a la citada doña María para que ésta fundase el colegio de agustinos que tanto ansiaba. El primitivo nombre de la calle fue el de Calle Nueva de Palacio, aunque Mesonero Romanos también se refiere a ella como Bajada de las Caballerizas.
Nada más comenzar la vía, y después del bello edificio de la Real Compañía Asturiana de Minas, cuya reseña corresponde a la plaza de España, nos encontramos con una vista que más o menos nos da una bofetada. El nuevo edificio del Senado, una hermosa muestra de la arquitectura más vanguardista, se da de patadas en el entorno donde lo han encajado, porque de otra forma no se puede llamar la barbaridad que se ha hecho al incrustar un edificio ultramoderno en una parte de Madrid que tiene un entorno tan característico como son los aledaños del palacio Real. Pero, en fin, más vale mirar hacia otro lado o incluso cruzar la calle y encontrarnos de esta forma con una visión más grata como son los jardines de Sabatini. En este lugar estuvieron las Reales Caballerizas, construidas según proyecto de Sabatini en la segunda mitad del siglo XVIII. Eran, dice Répide, una verdadera villa dentro de la villa, con patios, galerías, cuadras y cocheras inmensas y habitaciones para albergar a quinientos empleados. Contenían casi ciento ochenta coches y unas quinientas caballerías. Además, tenían una capilla dedicada a San Antonio Abad cuya traza debía mucho a Ventura Rodríguez.
Con la llegada de la II República no se vio mucha utilidad a este edificio, que fue derribado en 1932. Esto sirvió para ensanchar la calle, y en el solar que quedó se proyectó la construcción de unos jardines; a tal efecto se convocó un concurso de ideas que fue ganado por el arquitecto Fernando García Mercadal. Son unos agradables y recoletos jardines, dominados por la majestuosa fachada norte del Palacio. Desde la verja de su entrada hay una bella vista de la Casa de Campo, favorecida por los enormes desniveles que tiene esta zona, que casi la hacen atalaya.
Si volvemos de nuevo a la acera de los impares nos encontraremos con el palacio que primero fue del marqués de Grimaldi y fue construido para él por Francisco Sabatini en 1776. Posteriormente fue residencia de Godoy y después albergó el ministerio de Marina. En 1819 estuvo aquí la Biblioteca Real y luego se convirtió en la casa de los ministerios, pues tuvieron en ella su sede los de Guerra, Hacienda y Gracia y Justicia. Más adelante, se dedicó a museo Naval y, tras algunas amenazas de desaparición, desde 1941 es el Museo del Pueblo Español.
Si nos saltamos el Palacio Real, del cual se ha de hablar al llegar a la plaza de Oriente, a nuestra derecha quedará la nueva catedral de Madrid. Muchas veces, desde que la villa se convirtió en Corte, se intentó levantar un templo catedralicio digno de albergar las grandes ceremonias de la monarquía católica, pero la oposición de los arzobispos de Toledo -para que haya catedral ha de haber obispo-, que temían perder su gran influencia con ello, hizo que todos los proyectos fracasasen. El primero que estuvo a punto de cuajar llevaba la firma de Sachetti, el constructor del Palacio Real. Pero no fue hasta el reinado de Alfonso XII cuando realmente se empiece en serio con la idea. La infeliz reina Mercedes fue la impulsora más tenaz del mismo, y tras su temprana muerte, el rey lo apoyó incondicionalmente, no sólo como futura catedral de Madrid, sino también como mausoleo para su amada Mercedes, ya que al haber muerto sin descendencia no podría ser enterrada en El Escorial. Otro condicionante fue la desaparción en 1869 de la iglesia de Santa María la Real; la cofradía de la Almudena, residente en la vieja iglesia, también se interesó en gran medida en este proyecto. Fue Francisco de Cubas el encargado de trazar el primer boceto en 1879, enmarcando el nuevo templo en el entorno del palacio Real. En 1883 fue modificado el proyecto, y se ideó una iglesia mucho más grande, con reiminiscencias de las grandes catedrales góticas europeas y especialmente francesas. Sin embargo, la cripta, con salida a la calle Mayor, tiene cierto carácter románico.
Las obras sufrieron grandes parones y retrasos. El marqués de Cubas falleció en 1899 y fue sucedido por su colaborador Olabarría, que a su vez murió en 1904; el testigo lo tomó Repullés y Vargas, hasta 1922, año de su muerte. El siguiente director fue Juan Moya. Tras la guerra se vuelve a trabajar en la catedral, y dirige sus obras Luis Mosteiro, pero en 1940 hay un importante cambio en el proyecto. Es entonces cuando alguien se da cuenta de que una catedral gótica no quedaría muy bien junto al palacio Real, y cuatro años después se convoca un concurso para dar nuevas y más armoniosas ideas. El concurso fue ganado por Fernando Chueca Goitia y Carlos Sidro, que en 1949 preparan el nuevo proyecto y al año siguiente reinician las obras. Tras cuarenta y tres años de inicios, parones, reinicios y más parones, por fin se acabó la catedral de Madrid, que fue consagrada por el papa Juan Pablo II en 1993. Nada más y nada menos que ciento catorce años hubo que esperar para ello.
Aún no guarda grandes tesoros artísticos la nueva catedral, aunque en la capilla central de su girola se puede admirar, por depósito del Ayuntamiento, el arca original del siglo XII que fue la primera en guardar los restos de San Isidro. Su interior es muy luminoso; mucha luz dejan pasar las vidrieras que parecen inspiradas en las obras pictóricas de Piet Mondrian. Más bella es la cripta neobizantina, inaugurada en 1911, donde son enterrados personajes de la alta sociedad madrileña, entre ellos el propio marqués de Cubas.
Dejamos atrás la catedral de la Almudena y llegamos a la gran vaguada que forma la calle de Segovia, que es atravesada por uno de los símbolos modernos de Madrid, el Viaducto. Desde hace siglos se intentó dar una solución al problema de aislamiento que suponía el tener que atravesar este profundo vallejo por donde antaño corrió el arroyo de San Pedro. El primer proyecto es de Sachetti, que intentó ordenar toda la zona cercana al palacio Real que estaba construyendo. Abandonada u olvidada la idea del italiano, fue recogida durante el reinado de José Bonaparte por el que fue su arquitecto, Silvestre Pérez. El proyecto de Pérez es muy ambicioso, pues consistía en reunir, mediante enormes columnatas y pórticos, el palacio Real con la basílica de San Francisco el Grande, donde el rey intruso había pensado establecer las Cortes. Los amplios patios o plazas que quedarían estarían adornados con estatuas y obeliscos, y el viaducto que cruzaría la calle de Segovia quedaría armoniosamente incluido en el monumental conjunto. Sin embargo, como ya sabemos, la única herencia del hermano de Napoleón en Madrid, fue crear un enorme solar frente al palacio Real que posteriormente degeneró en inmundo barrizal.
No fue sino tras la revolución de 1868 cuando el proyecto se llevó a cabo, según una idea de Eugenio Barrón esbozada en 1859. En octubre de 1868 se iniciaron los derribos que se consideraron necesarios para la construcción del viaducto, en los que se incluyeron no sólo las casuchas de la calle de Segovia que impedían las labores de cimentación, sino también otros edificios de dudosa molestia como la iglesia de Santa María. También desaparecieron las casas del marqués de Malpica y se partió en dos el palacio de los duques del Infantado. Las obras se iniciaron el 31 de enero de 1872 y el 13 de octubre de 1874 se inauguró; el primer carruaje que lo cruzó fue el que llevaba los restos de Calderón de la Barca desde el frustrado Panteón Nacional de San Francisco el Grande hacia el cementerio de San Nicolás.
Este primer viaducto era una obra toda de hierro que se situaba a 23 metros sobre la calle de Segovia. Desde su inauguración se convirtió en el sitio favorito de los suicidas madrileños; Répide cuenta un divertido caso relacionado con esta luctuosa costumbre, y es que la primera persona que intentó tirarse sobre el pavimento de la calle de Segovia fue una joven cuya familia no aprobaba su casamiento con su amado. Se arrojó al vacío, pero las amplias faldas y miriñaques que se llevaban en aquella época hicieron las veces de paracaídas y sólo sufrió heridas leves. La impresión del hecho ablandó el corazón de sus padres y se accedió al casamiento. La infeliz murió en el parto de su decimocuarto hijo.
El viejo viaducto tuvo que ser reformado en 1921 y 1927, y en 1931 se decidió su sustitución. El concurso convocado para el levantamiento de uno nuevo fue ganado por el arquitecto Francisco Javier Ferrero y los ingenieros José Juan Aracil y Luis Aldaz Muguiro. En 1934 se derribó el antiguo y se inciaron las obras del nuevo, que fue inaugurado ocho años después. Es una obra maestra del racionalismo madrileño hecha en hormigón armado, con tres bóvedas de 35 metros de luz y 17,5 metros de flecha. El proyecto incial contemplaba la instalación de ascensores para subir a la calle de Bailén y otros servicios. En 1975, por su mal estado, fue cerrado al tráfico y estuvo a punto de ser derribado, pero su gran valor arquitectónico impidió esa barbaridad -por una vez- y entre 1977 y 1978 fue restaurado.
Y casi volviendo al inicio, digamos que desde 1835 esta calle se llama de Bailén en conmemoración de la batalla ganada por las tropas españolas al mando de Castaños a las francesas de Dupont en 19 de julio de 1808 en las cercanías de la localidad jienense de Bailén. El 22 de julio se rindieron 17.000 franceses al general español, y la consecuencia de la batalla fue la huída de Madrid del rey José y su séquito. Es muy conocida la conversación habida entre los dos generales en el acto de capitulación. Dupont entregó su sable a Castaños, diciendo "tomad mi espada, vencedora en mil batallas". A lo que el español respondió "es la primera que gano".
De apertura reciente y paulatina es esta calle. Su primer tramo, esto es, el que va desde la plaza de España hasta el palacio de Oriente, es contemporáneo de la construcción de éste, ya que cuando su lugar lo ocupaba el Real Alcázar el terreno donde hoy está la calle formaba parte de la huerta de la Priora y de las casas de doña María de Aragón. Siglos atrás, hasta aquí llegaban las tierras del priorato de San Martín; Felipe II fue poco a poco haciéndose con ellas para poseer todas las cercanías de su Alcázar, aunque cedió parte a la citada doña María para que ésta fundase el colegio de agustinos que tanto ansiaba. El primitivo nombre de la calle fue el de Calle Nueva de Palacio, aunque Mesonero Romanos también se refiere a ella como Bajada de las Caballerizas.
Nada más comenzar la vía, y después del bello edificio de la Real Compañía Asturiana de Minas, cuya reseña corresponde a la plaza de España, nos encontramos con una vista que más o menos nos da una bofetada. El nuevo edificio del Senado, una hermosa muestra de la arquitectura más vanguardista, se da de patadas en el entorno donde lo han encajado, porque de otra forma no se puede llamar la barbaridad que se ha hecho al incrustar un edificio ultramoderno en una parte de Madrid que tiene un entorno tan característico como son los aledaños del palacio Real. Pero, en fin, más vale mirar hacia otro lado o incluso cruzar la calle y encontrarnos de esta forma con una visión más grata como son los jardines de Sabatini. En este lugar estuvieron las Reales Caballerizas, construidas según proyecto de Sabatini en la segunda mitad del siglo XVIII. Eran, dice Répide, una verdadera villa dentro de la villa, con patios, galerías, cuadras y cocheras inmensas y habitaciones para albergar a quinientos empleados. Contenían casi ciento ochenta coches y unas quinientas caballerías. Además, tenían una capilla dedicada a San Antonio Abad cuya traza debía mucho a Ventura Rodríguez.
Con la llegada de la II República no se vio mucha utilidad a este edificio, que fue derribado en 1932. Esto sirvió para ensanchar la calle, y en el solar que quedó se proyectó la construcción de unos jardines; a tal efecto se convocó un concurso de ideas que fue ganado por el arquitecto Fernando García Mercadal. Son unos agradables y recoletos jardines, dominados por la majestuosa fachada norte del Palacio. Desde la verja de su entrada hay una bella vista de la Casa de Campo, favorecida por los enormes desniveles que tiene esta zona, que casi la hacen atalaya.
Si volvemos de nuevo a la acera de los impares nos encontraremos con el palacio que primero fue del marqués de Grimaldi y fue construido para él por Francisco Sabatini en 1776. Posteriormente fue residencia de Godoy y después albergó el ministerio de Marina. En 1819 estuvo aquí la Biblioteca Real y luego se convirtió en la casa de los ministerios, pues tuvieron en ella su sede los de Guerra, Hacienda y Gracia y Justicia. Más adelante, se dedicó a museo Naval y, tras algunas amenazas de desaparición, desde 1941 es el Museo del Pueblo Español.
Si nos saltamos el Palacio Real, del cual se ha de hablar al llegar a la plaza de Oriente, a nuestra derecha quedará la nueva catedral de Madrid. Muchas veces, desde que la villa se convirtió en Corte, se intentó levantar un templo catedralicio digno de albergar las grandes ceremonias de la monarquía católica, pero la oposición de los arzobispos de Toledo -para que haya catedral ha de haber obispo-, que temían perder su gran influencia con ello, hizo que todos los proyectos fracasasen. El primero que estuvo a punto de cuajar llevaba la firma de Sachetti, el constructor del Palacio Real. Pero no fue hasta el reinado de Alfonso XII cuando realmente se empiece en serio con la idea. La infeliz reina Mercedes fue la impulsora más tenaz del mismo, y tras su temprana muerte, el rey lo apoyó incondicionalmente, no sólo como futura catedral de Madrid, sino también como mausoleo para su amada Mercedes, ya que al haber muerto sin descendencia no podría ser enterrada en El Escorial. Otro condicionante fue la desaparción en 1869 de la iglesia de Santa María la Real; la cofradía de la Almudena, residente en la vieja iglesia, también se interesó en gran medida en este proyecto. Fue Francisco de Cubas el encargado de trazar el primer boceto en 1879, enmarcando el nuevo templo en el entorno del palacio Real. En 1883 fue modificado el proyecto, y se ideó una iglesia mucho más grande, con reiminiscencias de las grandes catedrales góticas europeas y especialmente francesas. Sin embargo, la cripta, con salida a la calle Mayor, tiene cierto carácter románico.
Las obras sufrieron grandes parones y retrasos. El marqués de Cubas falleció en 1899 y fue sucedido por su colaborador Olabarría, que a su vez murió en 1904; el testigo lo tomó Repullés y Vargas, hasta 1922, año de su muerte. El siguiente director fue Juan Moya. Tras la guerra se vuelve a trabajar en la catedral, y dirige sus obras Luis Mosteiro, pero en 1940 hay un importante cambio en el proyecto. Es entonces cuando alguien se da cuenta de que una catedral gótica no quedaría muy bien junto al palacio Real, y cuatro años después se convoca un concurso para dar nuevas y más armoniosas ideas. El concurso fue ganado por Fernando Chueca Goitia y Carlos Sidro, que en 1949 preparan el nuevo proyecto y al año siguiente reinician las obras. Tras cuarenta y tres años de inicios, parones, reinicios y más parones, por fin se acabó la catedral de Madrid, que fue consagrada por el papa Juan Pablo II en 1993. Nada más y nada menos que ciento catorce años hubo que esperar para ello.
Aún no guarda grandes tesoros artísticos la nueva catedral, aunque en la capilla central de su girola se puede admirar, por depósito del Ayuntamiento, el arca original del siglo XII que fue la primera en guardar los restos de San Isidro. Su interior es muy luminoso; mucha luz dejan pasar las vidrieras que parecen inspiradas en las obras pictóricas de Piet Mondrian. Más bella es la cripta neobizantina, inaugurada en 1911, donde son enterrados personajes de la alta sociedad madrileña, entre ellos el propio marqués de Cubas.
Dejamos atrás la catedral de la Almudena y llegamos a la gran vaguada que forma la calle de Segovia, que es atravesada por uno de los símbolos modernos de Madrid, el Viaducto. Desde hace siglos se intentó dar una solución al problema de aislamiento que suponía el tener que atravesar este profundo vallejo por donde antaño corrió el arroyo de San Pedro. El primer proyecto es de Sachetti, que intentó ordenar toda la zona cercana al palacio Real que estaba construyendo. Abandonada u olvidada la idea del italiano, fue recogida durante el reinado de José Bonaparte por el que fue su arquitecto, Silvestre Pérez. El proyecto de Pérez es muy ambicioso, pues consistía en reunir, mediante enormes columnatas y pórticos, el palacio Real con la basílica de San Francisco el Grande, donde el rey intruso había pensado establecer las Cortes. Los amplios patios o plazas que quedarían estarían adornados con estatuas y obeliscos, y el viaducto que cruzaría la calle de Segovia quedaría armoniosamente incluido en el monumental conjunto. Sin embargo, como ya sabemos, la única herencia del hermano de Napoleón en Madrid, fue crear un enorme solar frente al palacio Real que posteriormente degeneró en inmundo barrizal.
No fue sino tras la revolución de 1868 cuando el proyecto se llevó a cabo, según una idea de Eugenio Barrón esbozada en 1859. En octubre de 1868 se iniciaron los derribos que se consideraron necesarios para la construcción del viaducto, en los que se incluyeron no sólo las casuchas de la calle de Segovia que impedían las labores de cimentación, sino también otros edificios de dudosa molestia como la iglesia de Santa María. También desaparecieron las casas del marqués de Malpica y se partió en dos el palacio de los duques del Infantado. Las obras se iniciaron el 31 de enero de 1872 y el 13 de octubre de 1874 se inauguró; el primer carruaje que lo cruzó fue el que llevaba los restos de Calderón de la Barca desde el frustrado Panteón Nacional de San Francisco el Grande hacia el cementerio de San Nicolás.
Este primer viaducto era una obra toda de hierro que se situaba a 23 metros sobre la calle de Segovia. Desde su inauguración se convirtió en el sitio favorito de los suicidas madrileños; Répide cuenta un divertido caso relacionado con esta luctuosa costumbre, y es que la primera persona que intentó tirarse sobre el pavimento de la calle de Segovia fue una joven cuya familia no aprobaba su casamiento con su amado. Se arrojó al vacío, pero las amplias faldas y miriñaques que se llevaban en aquella época hicieron las veces de paracaídas y sólo sufrió heridas leves. La impresión del hecho ablandó el corazón de sus padres y se accedió al casamiento. La infeliz murió en el parto de su decimocuarto hijo.
El viejo viaducto tuvo que ser reformado en 1921 y 1927, y en 1931 se decidió su sustitución. El concurso convocado para el levantamiento de uno nuevo fue ganado por el arquitecto Francisco Javier Ferrero y los ingenieros José Juan Aracil y Luis Aldaz Muguiro. En 1934 se derribó el antiguo y se inciaron las obras del nuevo, que fue inaugurado ocho años después. Es una obra maestra del racionalismo madrileño hecha en hormigón armado, con tres bóvedas de 35 metros de luz y 17,5 metros de flecha. El proyecto incial contemplaba la instalación de ascensores para subir a la calle de Bailén y otros servicios. En 1975, por su mal estado, fue cerrado al tráfico y estuvo a punto de ser derribado, pero su gran valor arquitectónico impidió esa barbaridad -por una vez- y entre 1977 y 1978 fue restaurado.
Y casi volviendo al inicio, digamos que desde 1835 esta calle se llama de Bailén en conmemoración de la batalla ganada por las tropas españolas al mando de Castaños a las francesas de Dupont en 19 de julio de 1808 en las cercanías de la localidad jienense de Bailén. El 22 de julio se rindieron 17.000 franceses al general español, y la consecuencia de la batalla fue la huída de Madrid del rey José y su séquito. Es muy conocida la conversación habida entre los dos generales en el acto de capitulación. Dupont entregó su sable a Castaños, diciendo "tomad mi espada, vencedora en mil batallas". A lo que el español respondió "es la primera que gano".
15.1.09
Azorín (Glorieta de)
Entre los paseos de la Ciudad de Plasencia y de la Virgen del Puerto. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.
El parque de Atenas, donde se sitúa este rincón, se llama así desde que la capital de Grecia decidió dedicar una de sus plazas a la villa de Madrid. Ocupa un espacio que tradicionalmente se conoció como La Tela, aunque en épocas más remotas el apelativo era más largo y se denominaba La Tela de Justar. Y es que allí se debieron de celebrar en la Edad Media las justas o torneos a los que eran tan aficionados los caballeros de entonces. Hoy es un coqueto parque contiguo al ubérrimo Campo del Moro, una suave costanilla que prepara al caminante que viene desde el paseo de la Virgen del Puerto para las fuertes rampas de la Cuesta de la Vega.
Hoy lleva el nombre de glorieta de Azorín la entrada (o, mejor dicho la salida, pues está más lejos de la Puerta del Sol) del paseo de la Ciudad de Plasencia, pero antes se llamaba así uno de los dos jardincillos que encierra la Cuesta de la Vega, que actualmente se consideran parte del parque del Emir Mohammed I. Da lo mismo el emplazamiento; lo importante es que un lugar de Madrid recuerda a uno de los más grandes escritores españoles del siglo XX. José Martínez Ruiz nació en Monóvar, un pueblo de la provincia de Alicante, en 1873. El seudónimo Azorín, por el que es universalmente conocido, lo tomó de un personaje que aparece en la trilogía narrativa que forman La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Es uno de los más genuinos representantes del espíritu que impregnó a la llamada Generación del 98. El desencanto producido por el Desastre le llevó a una extraña evolución desde sus principios anarquistas hasta unas posturas bastante conservadoras. Lo más importante de su obra lo constituyen trabajos de crítica o pensamiento literarios y descripciones de paisajes, como La ruta de Don Quijote (1905), España (1909), Castilla (1912), Clásicos y Modernos (1913), Al margen de los clásicos (1915) o Una hora de España (1925). Ingresó en la Real Academia en 1928. Murió en Madrid en 1967.
El parque de Atenas, donde se sitúa este rincón, se llama así desde que la capital de Grecia decidió dedicar una de sus plazas a la villa de Madrid. Ocupa un espacio que tradicionalmente se conoció como La Tela, aunque en épocas más remotas el apelativo era más largo y se denominaba La Tela de Justar. Y es que allí se debieron de celebrar en la Edad Media las justas o torneos a los que eran tan aficionados los caballeros de entonces. Hoy es un coqueto parque contiguo al ubérrimo Campo del Moro, una suave costanilla que prepara al caminante que viene desde el paseo de la Virgen del Puerto para las fuertes rampas de la Cuesta de la Vega.
Hoy lleva el nombre de glorieta de Azorín la entrada (o, mejor dicho la salida, pues está más lejos de la Puerta del Sol) del paseo de la Ciudad de Plasencia, pero antes se llamaba así uno de los dos jardincillos que encierra la Cuesta de la Vega, que actualmente se consideran parte del parque del Emir Mohammed I. Da lo mismo el emplazamiento; lo importante es que un lugar de Madrid recuerda a uno de los más grandes escritores españoles del siglo XX. José Martínez Ruiz nació en Monóvar, un pueblo de la provincia de Alicante, en 1873. El seudónimo Azorín, por el que es universalmente conocido, lo tomó de un personaje que aparece en la trilogía narrativa que forman La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Es uno de los más genuinos representantes del espíritu que impregnó a la llamada Generación del 98. El desencanto producido por el Desastre le llevó a una extraña evolución desde sus principios anarquistas hasta unas posturas bastante conservadoras. Lo más importante de su obra lo constituyen trabajos de crítica o pensamiento literarios y descripciones de paisajes, como La ruta de Don Quijote (1905), España (1909), Castilla (1912), Clásicos y Modernos (1913), Al margen de los clásicos (1915) o Una hora de España (1925). Ingresó en la Real Academia en 1928. Murió en Madrid en 1967.
2.1.09
Ayala (Calle de)
Entre el paseo de la Castellana y la calle del Doctor Esquerdo. Distrito 4 (Salamanca). Barrios de Recoletos y Goya.
Esta calle, como las que la rodean, se empezó a formar en el último tercio del siglo XIX, cuando comenzó la urbanización del barrio de Salamanca. Entonces fue llamada calle de los Pajaritos; para Peñasco y Cambronero fue así porque éste era el camino que solían seguir los cazadores del barrio. Répide da otra versión. Aquí, antes de existir barrio y calle, estaba el arroyo de los Pajaritos, que debía desaguar en el arroyo bajo del Abroñigal. Y la calle seguía más o menos el mismo trazado que antaño el arroyo. Sea como sea, hoy está dedicada al dramaturgo Adelardo López de Ayala, nacido en la localidad sevillana de Guadalcanal el 1 de mayo de 1828 y fallecido en Madrid el 30 de diciembre de 1879. No sólo se dedicó a las musas, sino que participó activamente en la vida política, y fue cuatro veces ministro de Ultramar (en 1868, 1871, 1872 y 1875) y presidente del Congreso (1878, 1879). Se encargó de redactar la proclama que expulsó a Isabel II del trono en 1868. Quizá por eso también llevó esta calle el nombre de 29 de septiembre, ya que ésa es precisamente la fecha del triunfo de la Revolución Gloriosa. La obra dramática de Ayala comprende obras de corte histórico como Un hombre de Estado (1851) o Rioja (1854) y otras de carácter contemporáneo, moralizadoras y realistas: El tejado de vidrio (1856), El tanto por ciento (1861), El nuevo don Juan (1863) y Consuelo (1878). Ingresó en la Real Academia Española en 1865. Sorprendió la muerte a Ayala en su casa del número 8 de la calle de San Quintín, que compartía con el gran músico Arrieta, cuando estaba dispuesto para casarse y para irse a vivir al nuevo hotel que se estaba construyendo en la calle de Pajaritos, que luego adoptó su nombre.
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