Entre la red de San Luis y la Gran Vía. Distrito 1 (Centro). Barrios de las Cortes y de Sol.
La Gran Vía, archiconocida zarzuela de Felipe Pérez y Federico Chueca nos da una imagen frívola y desenfadada del Caballero de Gracia, como un individuo cuya afición fundamental es asistir a bailes y fiestas para ser el más galán en ellos. Muy lejos queda esto de la verdadera personalidad del caballero cuyo nombre ostenta esta calle, si bien en torno suyo hay una leyenda de terrible conversión, leyenda muy típica sobre la que ya hicimos un comentario cuando hablamos de Bernardino de Obregón. El Caballero de Gracia era el sobrenombre con que en Madrid era conocido Jacopo Grattis, natural de Módena, que llegó a España a mediados del siglo XVI acompañando al Nuncio Juan Bautista Castañer. Era dueño de casi todas las casas que componían esta calle, unas casas construidas al estilo italiano, con jardines. En ellas vivían personajes muy importantes de la Corte, como los embajadores de Francia o Venecia, y también, según la leyenda, una noble y bella dama aragonesa llamada doña Leonor Garcés. El Caballero de Gracia quedó prendado de ella, y para lograr su amor echó mano de la artimaña, pues pensó raptarla después de suministrarla un narcótico. Pero cuando cruzaba el umbral de la vivienda de doña Leonor, una voz celestial le hizo ver lo malo de su acción, quedando tan impresionado que cambió totalmente de vida. Fue a confesarse con San Simón de Rojas, y luego viajó a Roma, de donde volvió ordenado sacerdote. Fue desde entonces un ejemplar y venerable religioso, al que se debe la fundación de la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento, además de la cesión de la casa de doña Leonor, que desde el incidente se llamaba del Espanto, a San Francisco Caracciolo, para fundar en ella un convento de clérigos menores.
Todo esto tiene mucho de leyenda. Jacopo Grattis existió realmente, y vivió ciento dos años, ya que nació en 1517 y murió en 1619. Su tumba se halla en el Oratorio del Caballero de Gracia. Este Oratorio data de 1609, cuando fue establecido por la Congregación que había fundado el Caballero. La primitiva iglesia fue levantada en 1654. Ocupaba el solar en el que estuvo la vivienda del embajador de Inglaterra, asesinado en 1650 por cuatro católicos ingleses como venganza por la ejecución de Carlos I el año anterior.
Más de un siglo después, Carlos III, hermano mayor de la Congregación de esclavos del Santísimo Sacramento, encargó a Juan de Villanueva la reedificación del Oratorio y así es como ha llegado hasta nuestros días. Es una joya de la arquitectura neoclásica, y uno de los trabajos más importantes de su autor. Las obras se iniciaron en 1790 y no concluyeron hasta 1832. Contiene un discreto conjunto de obras de arte, de las que destaca especialmente un Cristo de la Agonía procedente del hospital de Agonizantes que hubo en la calle de Fuencarral, cuyo autor es Juan Sánchez Barba; data de mediados del siglo XVII y para algún especialista es una obra cumbre del barroco madrileño.
A punto estuvo de perecer este oratorio con las obras de la Gran Vía, que en principio no parecía que fuesen a respetarlo. Sin embargo se impuso la cordura, y se adaptó el trazado de la nueva avenida de forma que no se perdiese una obra arquitectónica tan notable. Por eso el primer tramo de la Gran Vía es diez metros más estrecho que el resto de la avenida, y por eso traza una extraña curva hacia la red de San Luis.
Peor suerte tuvieron el resto de las casas de la acera izquierda. Todas desaparecieron con la apertura de la Gran Vía. Entre estas casas estaba el palacio de la duquesa de Sevillano, que no podía creer que la vivienda de sus antepasados tuviera que dejar paso al progreso. Tanta fue la pena que sintió, que se marchó fuera de España y nunca volvió. La leyenda dice que, una vez derribado el palacio, se paseaba por su solar, cuando caía la noche, el fantasma lloroso de una mujer, que para algunos era el espíritu de la propia duquesa, quizás muerta de pena por su palacio perdido.