2.11.09
Barquillo (Calle del)
Entre las calles de Alcalá y de Fernando VI. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.
Mesonero Romanos recoge en su Antiguo Madrid los versos de Nicolás Fernández de Moratín referidos a esta calle, y que sitúan sus terrenos en la antigua jurisdicción de Vicálvaro:
Y del Barquillo, término que pasa
De Vicálvaro al tuyo, que algún día,
¡Oh patria humilde! en tierra fuiste escasa.
Es fácil que cuando estas tierras pertenecían aún a Vicálvaro, su configuración -algo semejante a lo que ocurría con la calle comentada previamente- recordase a un barco. Al parecer ya se citaba el paraje como “las tierras que dicen del Barquillo” -Répide dixit- en el siglo XVI, cuando la villa todavía no se había extendido por aquí. Fuera de lugar está, pues, una absurda leyenda que es repetidamente citada por cronistas y estudiosos y que atribuye el origen del nombre a un barquito que tenía una dama de la marquesa de las Nieves para cruzar una profunda laguna que había en sus tierras, más o menos donde hoy se alza el palacio de Justicia.
Precisamente la cercanía del convento de la Visitación, actual palacio de Justicia, que era muy frecuentado por los reyes desde Fernando VI, hizo que la calle del Barquillo fuese llamada Real. Antiguamente la calle finalizaba en la de Hortaleza, ya que la vía hoy dedicada a Fernando VI formó parte de ella. Fue el corazón de uno de los barrios más populares de Madrid, centro de operaciones de los chisperos, acérrimos enemigos de los manolos de Lavapiés. Eran los chisperos los obreros de las fraguas, que abundaron por aquí, y gustaban de buscar pelea no sólo con sus rivales de los Barrios Bajos, sino con otras facciones chisperiles ubicadas más al norte, en Maravillas.
Hay numerosos edificios notables que enseñan alguna de sus fachadas a nuestra calle, como el Cuartel General del Ejército o la Casa de las Siete Chimeneas, pero sus entradas están en otras vías, y allí corresponde su reseña. De dos hablaremos. El primero lo comparte con la calle de Alcalá, pero su monumental entrada, guardada por cuatro colosales cariátides, está en un chaflán que indetermina su adscripción. Es, si usted ya no lo ha adivinado, la sede del Instituto Cervantes, antes del extinto Banco Central Hispano, situada oficialmente en el número 49 de la calle de Alcalá, pero con entrada también por el número 2 de nuestra calle. Fue construido entre 1910 y 1918 según proyecto de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, para el Banco Español del Río de la Plata. Ocupa el solar que fue del palacio de Casa Irujo. Entre 1944 y 1947 fue ampliado en la fachada que da a nuestra calle por Manuel Cabanyes. Cuando en 1947 el Banco Central absorbió al Español del Río de la Plata, este edificio se convirtió en su oficina principal y con el paso del tiempo y con las fusiones bancarias, finalmente este símbolo del poder del dinero pasó a ser símbolo del poder de la palabra, como sede de la institución que vela por una de nuestras más preciosas posesiones: la lengua española. Isabel Gea cita en su libro sobre las calles de Madrid una conferencia pronunciada por el tristemente desaparecido Santiago Amón (por cierto, vaya calle que le ha dedicado el Ayuntamiento, en los confines de Villaverde) pocos días antes del accidente que acabó con él, y en la que comentó que el apelativo que los madrileños dieron a este edificio fue nada más y nada menos que el de casa de ¡joder, que puerta!
En la esquina que preside esta tremenda puerta, acompañada de su frontera del edificio de Tabacalera, estuvo el primer semáforo que se instaló en Madrid, en épocas en las que el tráfico empezaba a ser ya un problema, aunque quizá no tan grave e irresoluble como por desgracia es hoy.
Y nos vamos al final de la calle, en la acera de la izquierda, para hablar del otro edificio que antes se citó. La verdad es que no era más que una típica corrala madrileña que desapareció en 1850. Esto quizá no diga nada, pero si se añade que era conocida como casa de Tócame Roque la cosa cambiará. Este nombre ha llegado a convertirse en un dicho popular: ¡Esto parece la casa de Tócame Roque! El caso es que el célebre edificio se convirtió en protagonista de uno de los sainetes de Ramón de la Cruz, que se tituló La Petra y la Juana o el buen casero. No conocía Mesonero Romanos el origen del chusco nombre de la casa, pero Isabel Gea da en su libro antes mencionado una explicación de lo más curiosa. Ocurrió que la casa fue dejada en herencia a dos hermanos, llamados Juan y Roque, que disputaron por ella; en la discusión se oyeron muchas veces frases como “tócame a mí”, “no, a mí”, “tócame, Juan”, “tócame, Roque”, y como esta última debió de ser la más repetida, así quedó. Pero como dice la estudiosa, “lo mismo podía haberse llamado Tócame Juan”.
En los últimos años han proliferado mucho en esta calle los establecimientos dedicados a la venta de equipos de música y otros útiles electrónicos. Por eso muchas veces a la calle del Barquillo se le pone el innecesario seudónimo de calle del Sonido.
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