Entre la calle de Calderón de la Barca y la plaza de San Nicolás. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.
Por aquí anduvo el monasterio de las monjas de Constantinopla, uno de los que sufrió los rigores de la desamortización de 1836. Una vez despejado su solar, se abrieron en él un par de calles, entre ellas la que nos ocupa, así denominada por el Ayuntamiento el 31 de marzo de 1848 al saberse que en el convento desaparecido estuvo enterrado el personaje que recuerda (o tal vez lo fue en la cercana y, por suerte aún existente iglesia de San Nicolás de los Servitas, pero, como nos indica Répide, cuando en 1869 se buscaron sus restos para enterrarlos en un futuro Panteón Nacional se constató que se habían perdido).
Juan de Herrera nació en el barrio de Movellán de la localidad cántabra de Roiz en 1530, en el seno de una familia hidalga. Entró al servicio del futuro Felipe II en 1547 y con él recorrió diversas regiones de Europa antes de regresar a España y convertirse en soldado. Cuando Felipe ascendió al trono, y bajo su patrocinio, se dedicó plenamente a la arquitectura. En 1562 empezó a trabajar en las obras de El Escorial, a las órdenes de Juan Bautista de Toledo y a la muerte de este asumió su dirección. De ahí que se haya llamado muchas veces y erróneamente estilo “herreriano” al de esa magna edificación; mucho más propio es el “escurialense” empleado hoy en día. Aparte de la finalización de esta obra, que tuvo lugar en 1584, se deben a Herrera el Palacio Real de Aranjuez o el Puente de Segovia, en nuestra villa. Aquí murió el 15 de enero de 1597. Añadamos que, aparte de esta, hay otra vía con su nombre en la Ciudad Universitaria.