23.4.08

Arganzuela (Calle de la)

El antiguo matadero de la Arganzuela
Entre la calle de Toledo y la plaza del Campillo del Mundo Nuevo. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.

Quizá nunca sabremos cuál es la verdadera razón que dio nombre a esta calle. Se da el caso curioso de que todos los grandes cronistas de la villa se detienen más o menos largamente a exponer una falsa tradición inventada por Antonio Capmani, pero sin embargo no dan ninguna alternati­va a la misma. Pues bien, no vamos a ser menos y pasemos a repetir la explicación meretricia. En el siglo XV vivió por estos contornos (entonces fuera de la villa) un alfarero bastante acaudalado al que llamaban el tío Daganzo por ser natural de ese pueblo. Y este señor tenía una hija llamada Sancha, cuyo apodo era, naturalmente, la Daganzuela. Por corrupción de dicho mote vino lo de Arganzuela. De Sancha se llegó a decir que fue muy amiga de Isabel la Católica y que llevó una vida ejemplar, acabando con sus huesos en un convento de la V.O.T. Muchas cosas para alguien que real­mente no existió, ¿verdad? Arriesguémonos, y atrevámonos a decir que Arganzuela suena a diminutivo de Arganda -así lo indican Federico Romero y Manuel Montero Vallejo-, y que quizá la influencia de esta villa próxima a Madrid, tan importante en siglos pasados, pueda tener algo que ver con el nombre. Recordemos que el actual parque de la Arganzuela fue anteriormen­te dehesa boyal propia de Madrid. Y si Vicálvaro llegó en su día hasta la calle del Barquillo, ¿por qué no pudo llegar Arganda hasta la Arganzuela?

8.4.08

Arenal (Calle del)

La calle del Arenal, en una bulliciosa tarde navideña
Entre la puerta del Sol y la plaza de Isabel II. Distrito 1 (Centro). Barrios de Sol y Palacio.

Como muy bien indican los diversos cronistas de la villa, la calle del Arenal, una de las más tradicionales y conocidas de Madrid, siempre ha llevado este nombre. Esta zona fue, en su origen, un barranco arenoso por el que discurría un arroyo. En 1125 fue concedido el privilegio para la fundación de la puebla de San Martín, que creció al amparo del famoso convento del mismo nombre. La consecuencia fue la aparición de un arrabal cercado, una parte de cuya tapia o muralla seguía el curso de este barranco. Debió de tener un desnivel bastante considerable, que aún se puede apreciar en la diferencia de altura que hay entre la calle de la Escalinata y el final de nuestra calle. En el siglo XIV apareció un nuevo arrabal al otro lado del barranco, el de San Gi­nés, que ya era parroquia en 1358, pues en ese año está fechado un Breve de Inocencio VI en el que concede indulgencia a quien ayude con su limosna a la reconstrucción de la iglesia, que al parecer había sido profanada por moros y judíos. El rey Pedro I castigó ese sacrilegio arrojando a los reos al barranco de la Zarza, en la confluencia de nuestra calle con la puerta del Sol, de manera que es fácil imaginar que tal barranco debía de ser casi un abismo. De ese mismo barranco surgió el famoso lagarto, cuyo cuer­po, una vez cazado, pasó mucho tiempo en la iglesia de San Ginés. A mediados del siglo XV la calle estaba ya casi totalmente formada, aunque siguió siendo un profundo vallejo hasta que se terraplenó con lo proce­dente de los desmontes que se hicieron al abrir las calles de Jacometrezo y del Desengaño.

Torre de la iglesia de San Ginés
La ya nombrada iglesia de San Ginés es quizá el edificio más signifi­cativo de la calle. Para algunos cronistas antiguos, empeñados en situar el origen de nuestra villa en épocas remotas, está dedicada a un San Ginés madrile­ño, mártir bajo Juliano el Apóstata en el siglo IV, pero la advo­cación de esta parroquia, aunque no se puede afirmar con toda seguridad, es la de San Ginés de Arlés. Otros indican que pudo ser una iglesia mozárabe o incluso visigoda. Lo más apro­ximado a la realidad es que en principio quizá fuese una ermita que se con­virtió en parro­quia en el siglo XIV. Ya se ha citado un documento papal de 1358 que habla de su arreglo tras una profana­ción. Esta primera iglesia tuvo que ser derribada por ruinosa en 1642; los 60.000 ducados que costó la reedificación fueron apor­tados por un devoto parroquiano llamado Diego de San Juan. Fue Juan Ruiz el alarife encargado de levantar la iglesia, y tam­bién la aneja capilla del Santo Cristo. Francisco Ricci se ocupó de los reta­blos y de la decoración interior, y Juan Lobera y Sebastián Herrera Barnue­vo de los altares. A mediados del siglo XVIII sufrió otra importante reforma dirigida por un arquitecto desconocido. El 8 de agosto de 1824 la iglesia se quemó, incen­dio que destruyó su cabecera y en el que se perdieron muchas de sus obras de arte, especialmente un gran lienzo de Ricci, pintado en 1672 y que repre­sentaba el martirio de San Gi­nés. Tampoco se sabe quién arregló la iglesia tras este desastre.

Anagrama de 'esclavo' en la entrada de la capilla del Santo Cristo (C/ Bordadores)La capilla del Santo Cristo pertenece a la congre­gación del mismo nombre. Fue construida bajo la dirección de Juan Ruiz entre 1651 y 1659. Es un museo en miniatura que contiene obras de Alonso Cano, Francisco Ricci, y sobre todo, una maravillosa Expulsión de los mer­caderes del Tem­plo, del Greco. La Hermandad del Santo Cristo también regentaba la bóveda subterránea que hay bajo la iglesia y que es tan grande como ella. Allí se sometían los congregantes a severos ejercicios de discipli­na y mortificación difícilmente separables de un fanatismo ciego. Aún son testimonio de tan siniestras prácticas las dos incisiones en la piedra con una "S" y un clavo atravesado, que forman la palabra ESCLAVO, y que se pueden ver en la puerta que da a la calle de Bordadores.

Desde el siglo XIX la parroquia de San Ginés es una de las preferi­das por la alta sociedad madrileña. Al haber desaparecido la iglesia de San Juan durante la dominación francesa, se eligió San Ginés como parroquia de palacio, y fue muy protegida por Isabel II. A pesar de esto, tras la Revo­lución de 1868 se pensó en su derribo para formar una plaza con jardines, pero afortunadamente se desechó la idea. En lugar de esto, fue otra vez reformada por José María Aguilar entre 1870 y 1872, levantando toda la facha­da que da a la calle que nos ocupa, con un revoco y unos adornos de estilo neoplateresco, que se pueden apreciar en fotos antiguas. Tras la guerra civil desaparecieron adornos y revocos, y se le dio el aspecto que hoy conocemos, con ladrillo y mampostería en sus fachadas. Especialmente bella y esbelta es su torre, auténtico pararrayos natural que fue objeto de intensos estudios en el siglo XIX, desde el monje de San Martín que observó el fenómeno por primera vez, hasta el propio párroco de San Ginés, que publicó un par de opúsculos sobre el asunto en 1846, pasando por el marqués del Socorro, académico de Ciencias que en 1836 pudo por sí mismo comprobar tal propiedad del campanario y escribió una memoria al efecto.


Lonja de la iglesia de San Ginés

También se debe men­cionar que en esta parroquia fue bautizado Lope de Vega, que nació en la cercana calle Mayor; allí se casó Quevedo, y en su cemente­rio, donde hoy está la lonja, reci­bió sepultura Tomás Luis de Victoria.

Cuando la corte vino a Madrid, la calle del Arenal estaba totalmente consolidada, y en ella establecieron sus palacios diversas familias de alta alcurnia. Esta costumbre se mantuvo hasta el siglo XIX; hoy en día, de los muchos palacios que tuvo la calle sólo queda, y muy transformado, el de Gaviria, en el número 9. Fue levantado por el arquitecto Aníbal Álvarez Bouquel entre 1846 y 1847, basándose en modelos renacentistas italianos. De su estructura inicial sólo quedan la entrada, la escalera y el piso principal. Sus bajos han sido desfigurados al instalarse en ellos locales comerciales, y en su interior están las famosas tiendas de decomisos a las que muchos he­mos ido a com­prar cualquier aparato de radio, calculadora o reloj a un pre­cio bastante ajus­tado.

En la calle del Arenal, a la altura de la calle de Bordadores, sufrie­ron el 18 de julio de 1872 un atentado los reyes Amadeo I y María Victoria, cuando unos individuos dispararon contra el carruaje que conducía a los monarcas al palacio real tras pasar una tarde de recreo en los jardines del Buen Retiro. Los soberanos resultaron ilesos, y la policía repelió a los agre­sores, uno de los cuales resultó muerto.

En el número 26 de nuestra calle murió a causa de una pulmonía el día 8 de marzo de 1898 Salvador Sánchez Povedano, Frascuelo, eterna pareja taurina de Lagartijo, que representaba el valor ante el toro frente a la elegancia y gallardía del cordobés. Y en el número 20 falleció, el 25 de marzo de 1909, el maestro Ruperto Chapí, autor de zarzuelas tan importan­tes como La bruja, El rey que rabió o La revoltosa.