29.3.11

Bordadores (Calle de los)


(La "S" y un clavo, "esclavo", inscripción a la entrada
de la bóveda de San Ginés, en la calle de los Bordadores)

Entre las calles Mayor y del Arenal. Distrito 1 (Centro). Barrio de Sol.

Esta hoy estrecha y algo empinada calle fue el lugar de asentamiento de los bordadores en nuestra villa cuando el entorno no era sino arrabal. Y es que fue Juan II quien concedió ese privilegio a los artesanos del hilo y la tela. La verdad es que el rey tuvo algún acicate, ya que los bordadores, para favorecer la decisión y anular a la competencia aderezaron un magnífico manto a la reina Doña María de Aragón. El favor del padre no fue heredado por el hijo, Enrique IV, que andaba mosqueado porque la reina Doña Juana había encargado un traje para el favorito Don Beltrán de la Cueva, lo cual negaron los bordadores. Y Santa Teresa de Jesús les mostró su agradecimiento con la frase "no toma oro quien da oro" cuando no quisieron cobrar a la santa andariega el vestido que pidió para un San José que llevaba con ella.

En la calle de los Bordadores estaba la entrada de la famosa bóveda de San Ginés (ver calle del Arenal), sita bajo la capilla del Santo Cristo de la parroquia y en la que en los pasados siglos se hacían ejercicios espirituales, aunque la verdad es que más bien eran fanáticos actos de mortificación.

Por cierto, no siempre se ha conocido la calle con este nombre, pues en el plano de Texeira se llama de San Ginés.

15.3.11

Bonetillo (Calle del)


Entre la plaza del Comandante Las Morenas y la calle de la Escalinata. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.

Calle breve y empinada, sin nombre en el plano de Texeira, y llamada de los Tintes en su segunda mitad en el de Espinosa, pues entonces acababa en la costanilla de Santiago. Y esto es así porque hasta 1876 existió la manzana 413, un angosto grupo de casas entre las que se encontraban las números 2, 4 y 6 de nuestra calle y que dio paso a la no muy grande plaza que hoy lleva el nombre del Comandante las Morenas y primero se llamó de la Caza.

Peñasco y Cambronero toman como explicación más lógica del nombre de la calle el hecho de que en ella estuviese la primera fábrica de sombreros que hubo en Madrid. Sin embargo, citan otra versión, dada por primera vez por Capmany con su habitual dosis de fantasía y que ha sido recogida posteriormente por otros cronistas, que se han adornado con ella. Y es que es una típica leyenda romántica, como acertadamente afirma Répide, que muy bien pudiera haber salido de la imaginación de un Zorrilla o un Espronceda. Dice que un tal Juan Henríquez (“con H, para dar carácter á la leyenda”, afirman Peñasco y Cambronero), beneficiado de la iglesia de Santa Cruz, joven de vida disipada, era amigo del príncipe Carlos, hijo de Felipe II. Con él compartía correrías y conspiraciones, por lo que el cardenal Espinosa le advirtió que volviese al camino recto. En vista que las recomendaciones de Su Eminencia no hacían mella en el clérigo, no se le ocurrió al cardenal otra cosa más sencilla que simular el entierro de Henríquez, así que, ni corto ni perezoso, organizó cortejo fúnebre, hizo partida de defunción en la parroquia de Santa Cruz, y convenció a los vecinos del beneficiado en la calle del Bonetillo para que cuando les preguntasen respondiesen que Juan Henríquez había muerto. La macabra broma culminó con su casa cerrada y en su tejado su bonetillo pintado de rojo y clavado en un palo (de ahí el nombre). La Santa Inquisición le prendió (¿y para eso tanto lío? ¿No hubiese sido más fácil prenderle primero? ¡Como si el Santo Oficio hubiera necesitado preámbulos para ejercer su misión purificadora!) y pasó cuatro años en una cárcel de Toledo; volvió hecho un santo.