30.11.13

Cardenal Mendoza (Calle del)


Entre las calles de Saavedra Fajardo y Santa Úrsula. Distrito 10 (Latina). Barrio de la Puerta del Ángel.

Muy cerca del lugar donde estuvieron la Quinta del Sordo y la Estación de Goya, ambas desaparecidas, se halla esta calle, dedicada a uno de los personajes más importantes del siglo XV en Castilla. Pedro González de Mendoza, nacido en Guadalajara el 3 de mayo de 1428, pertenecía a una de las familias más linajudas del reino, que le destinó a la carrera eclesiástica desde niño. Estudio en Toledo y Salamanca y en 1452 se convirtió en capellán real de Juan II de Castilla; dos años más tarde, con solo 27, se le concedió el obispado de Calahorra. Poco tiempo después, desde 1456, empezó a intervenir intensamente en la política de la corte. Su familia, fiel a Enrique IV –lo cual le valió el arzobispado de Sevilla-, apoyó primero a Juana la Beltraneja en su conflicto con Isabel I, pero luego cambió de bando y su participación fue fundamental para su triunfo final. Entretanto, en 1473, Sixto IV le había nombrado cardenal. En 1482 se convirtió en arzobispo de Toledo; siguió conservando su poder en la corte hasta su muerte, acaecida en Guadalajara el 11 de enero de 1495 en su misma ciudad natal; por ejemplo, consiguió que cierto fraile desconocido se convirtiese nada menos que en confesor de la reina Isabel. Tal fraile respondía al nombre de Francisco Jiménez de Cisneros.

4.11.13

Cardenal Cisneros (Calle del)



Entre las calles de Luchana y de Viriato. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Trafalgar.

La calle del Cardenal Cisneros se abrió en el siglo XIX, en los terrenos del Ensanche que poco a poco fueron haciendo crecer la villa hacia el norte, absorbiendo los suburbios que de forma espontánea habían crecido extramuros de la puerta de Santa Bárbara y habían dado origen al popular y populoso barrio de Chamberí. En principio llevo el nombre de Charcas de Mena, por unas balsas de agua que hubo por la zona. Hoy en día forma parte del Madrid burgués y por la noche se transforma en centro de uno de los muchos núcleos de diversión de que dispone la juventud madrileña. Muchos bares, discotecas, restaurantes y demás centros de ocio completan la oferta de una calle que en los últimos tiempos es de las más frecuentadas por quien escribe estas líneas, que habitualmente se reúne con sus amigos en la cervecería llamada L'Europe, donde es posible degustar diversos tipos de cervezas de muchos países, acompañadas de viandas quizá no muy suculentas, pero sí dignas de acompañar las bebidas citadas.

La vía está dedicada desde 1880 a una de las personalidades más destacadas de los comienzos del siglo XVI español, el siglo en el que la estrella de la monarquía hispana estaba llamada a brillar con más fuerza. Gonzalo Jiménez de Cisneros nació en la localidad madrileña de Torrelaguna en 1437. Cambió su nombre por el de Francisco al entrar en religión. Estudió en Salamanca, Alcalá y Roma. Estaba destinado a ocupar el arciprestazgo de Uceda, pueblo próximo al suyo, y al no querer renunciar a él sufrió prisión, decretada por el arzobispo de Toledo. Fue capellán de la catedral de Sigüenza, así como vicario general del obispo de esa diócesis. Ingresó en la orden franciscana en 1477 y se retiró al convento de Salceda. Fue elegido por Isabel la Católica como confesor, pero su carrera prosperó hasta el punto de ser propuesto para arzobispo de Toledo (1495), cargo de hubo de aceptar por orden pontificia. Fue regente del reino a la muerte de Isabel I, hasta el retorno a España de Fernando el Católico, que agradecido, le consiguió el capelo cardenalicio en 1507 y le nombró inquisidor general. Desde entonces intervino cada vez más en la política del reino; favoreció la expansión norteafricana de Castilla y volvió a asumir la regencia en 1516, tras el fallecimiento de don Fernando. Desde entonces y hasta su muerte se enfrentó a los preceptores extranjeros de Carlos V y consintió al deseo de éste de ser proclamado rey aun cuando su madre doña Juana aún vivía. Aparte de ser un gobernante enérgico y válido, el cardenal Cisneros también se destacó por ser un protector de la cultura. Fundó la Universidad Complutense y el Colegio de San Ildefonso, además de promover la elaboración de la Biblia Políglota Complutense. La muerte le sorprendió en el pueblo burgalés de Roa el 8 de noviembre de 1517, cuando Carlos V ya había decidido jubilarle o, dicho de otra manera, le iba a dar permiso para retirarse a su diócesis.

(P. S.- Esta entrada fue escrita hace muchos años, por lo cual servidor ya no puede afirmar categóricamente que esta calle sea un "núcleo de diversión" y, mucho menos, que quien esto escribe la frecuente mucho últimamente... Al menos la cervecería L'Europe sigue existiendo.)

17.10.13

Cardenal Belluga (Calle del)


Entre la calle de Alcalá y la avenida de los Toreros. Distrito 4 (Salamanca). Barrio de la Guindalera.

En los aledaños de la plaza de toros de las Ventas se halla esta vía, que recuerda a un eclesiástico y político andaluz que vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII. Nació Luis Antonio de Belluga y Moncada en Motril el 30 de noviembre de 1662; huérfano muy pronto, a una edad temprana tomó los hábitos y desempeñó cargos eclesiásticos en numerosos lugares de España. Durante la guerra de Sucesión rindió numerosos servicios a Felipe V, lo que le sirvió para obtener la sede episcopal de Cartagena en 1705 y a ser nombrado poco después virrey de Murcia y Valencia. Mucha y muy benéfica labor realizó en aquellas tierras. Abandonó el cargo en protesta por la pretensión del rey de trasladar la capital del virreinato de Valencia a Orihuela; poco después pasó a Roma, donde fue nombrado cardenal por el papa Clemente XI en noviembre de 1719. En 1724 renunció al obispado de Murcia y marchó a vivir definitivamente a Roma, donde murió el 22 de febrero de 1743.

25.9.13

Carbonero y Sol (Calle de)



Entre el paseo de la Castellana y la plaza de la República Argentina. Distrito 5 (Chamartín). Barrio de El Viso.

Esta es una vía de apertura relativamente reciente, dentro del llamado a principios del siglo XX Parque Urbanizado, y que recuerda al escritor y periodista León Carbonero y Sol, que nació en la localidad toledana de Villatobas en 1812 y murió en Madrid en 1902. Fue catedrático de la Universidad de Sevilla y decano de su Facultad de Filosofía y Letras. Se destacó como orientalista y publicó un Diccionario y una Gramática árabes.

20.8.13

Caravaca (Calle de)


Entre las calles de Lavapiés y del Mesón de Paredes. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.

Tardó en formarse esta calle, que no aparece en el plano de Texeira y de la que empieza a tenerse noticia ya entrado el siglo XVIII, pero con el nombre de Cruz de Caravaca. Se debe el nombre a la presencia de una cruz de brazos dobles o cruz de Caravaca en la zona, perteneciente a una capillita vecina a la gran finca que el cardenal Zapata poseyó allí. Había gran veneración por la capilla y la cruz; muchas damas se hacían llevar ante ella para adorarla. Se convirtió además en el centro de las célebres fiestas de la Cruz de Mayo, cuando las majas o mayas pedían dinero a los transeúntes. Esta en principio simpática costumbre se acabó convirtiendo en un abuso y los regidores de la villa legislaron contra ella. Ya en 1769 la Sala de Alcaldes de Corte sentó jurisprudencia contra ellas. Porque las mayas se sentaban en una especie de trono o altarcillo, con sus mejores galas, de modo que hacían de reclamo mientras las amigas pasaban el platillo. La fiesta fue definitivamente prohibida por el alcalde José Abascal, ya a finales del siglo XIX, pero se recuperó en 1988, por iniciativa de diversas asociaciones vecinales apoyadas por la concejalía del distrito Centro.

Pero volvamos a la capilla con su cruz de Caravaca. Un inoportuno incendio en un campo vecino la destruyó y, aunque las damas dejaron de venir a adornarla con flores y a unirse a las alegres veladas que se organizaban junto a ella, las mozas comenzaron a ornar sus puertas con cruces floridas cuando la primavera llegaba a su esplendor, en mayo, y de allí vino la fiesta de la Cruz de Mayo de la que se ha hablado antes. Mucho tiempo después, cuando se abrió la calle, en recuerdo de aquel humilladero, se denominó de la Cruz de Caravaca, aunque en nuestros días, y ya desde mediados del siglo XIX, sólo aparece el nombre de Caravaca en su rótulo.

8.7.13

Caramuel (Calle de)



Entre el paseo de Extremadura y la Vía Carpetana. Distrito 10 (Latina). Barrios de Los Cármenes y Puerta del Ángel.

Pocas historias que contar sobre esta calle, salvo que en su día se conoció como del Cerro de los Cuervos, por un paraje que por esta zona llevaba tal nombre. Recuerda a un eclesiástico madrileño de origen luxemburgués y bohemio y de saberes enciclopédicos. Nació Juan Caramuel Lobkowitz el 23 de mayo de 1606. Estudió en Alcalá de Henares e ingresó en la orden cisterciense. Viajó por toda Europa dando clases y ocupando diversos cargos eclesiásticos hasta que fue llamado a Italia por el papa Alejandro VII. Murió en Vigevano, cerca de Milán, donde era obispo, el 8 de septiembre de 1682. Fue humanista, filósofo, teólogo, amante de las matemáticas desde su niñez y gran polígloto (se dice que llegó a dominar más de veinte lenguas). Era tal su sapiencia que se decía que si Dios hacía desaparecer todas las ciencias de la faz de la Tierra Caramuel solo se bastaría para restablecerlas.

11.6.13

Caracas (Calle de)


Foto: Jérémy Pierot

Entre las calles de Santa Engracia y Almagro. Distrito 7 (Chamberí). Barrio de Almagro. 

Todos los cronistas repiten lo mismo. El Ayuntamiento de Madrid no pretendió homenajear a la capital de Venezuela al poner su nombre a esta calle, sino que un señor llamado Victor Peñasco y Otero, constructor de sus primeros edificios, tomó la iniciativa en agradecimiento al país que le servía de fuente de ingresos, ya que además de ser concejal en el municipio se dedicaba a vender ultramarinos.

Capuchinos (Costanilla de los)

Entre las calles de las Infantas y San Marcos. Distrito 1 (Centro). Barrio de la Justicia.

Esta pequeña calle recibe su nombre por hallarse próxima al lugar donde estuvo el convento de capuchinos de la Paciencia, demolido en 1837. Cuando lleguemos a la plaza de Vazquez de Mella (algún día será) hablaremos más sobre ese convento.

29.5.13

Capitán Salazar Martínez (Calle del)


El Barranco del Lobo en la actualidad
(Wikimedia Commons)

Entre las calles de Toledo y de la Arganzuela. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.

Desde 1911 recuerda esta plaza a un militar muerto en el desastre del barranco del Lobo, durante una de las guerras de África, pero en otros tiempos llevó nombres diferentes. En el plano de Texeira se llama de San Lorenzo, sin duda a causa del cercano albergue del mismo nombre que hubo allí. En el siglo XVIII, cuando Espinosa trazó su mapa, ya recibe el nombre de calle de los Cojos, al que alude Répide como apelativo popular que no lograba ser desbancado por el recuerdo del heroico militar. Lo de los cojos se explica por los cinco tullidos que solían frecuentar el albergue de San Lorenzo en los primeros años de su existencia. Dos de ellos encontraron su desgracia en la gloriosa batalla de Lepanto y los otros tres ejerciendo como alarifes en magnas obras como el monasterio de El Escorial o el Alcázar de Madrid. De tanto ir los cojos al albergue, la gente empezó a conocer la calle así. Cuentan los cronistas, con Capmany a la cabeza, que Miguel de Cervantes era conocido de los dos cojos de Lepanto y que de vez en vez los acorría en la medida de su modestia. Peñasco y Cambronero son más prosaicos e indican que tal vez el nombre se deba a una familia, todos lisiados, que por allí vivió.

10.5.13

Caños Viejos (Calle de los)


Foto: Basilio
(Wikimedia Commons)

Entre las calles de la Morería y de Bailén. Distrito 1 (Centro). Barrio del Palacio.

Madrid, ciudad de aguas y pedernal, surgió a la vera de un arroyo que discurría por lo que hoy es la calle de Segovia. De las aguas se surtían diversas fuentes y una de ellas estaba canalizada mediante unos caños que son los que dan nombre a esta calle del barrio de la Morería. Fuente situada en principio en Puerta Cerrada y que poco a poco fue bajando el curso del arroyo de San Pedro hasta situarse más o menos donde hoy está nuestra calle. Su nombre no aparece en ninguno de los planos habitualmente usados como referencia, pero Mesonero Romanos la nombra en su Antiguo Madrid, indicando además que la fuente, conocida como Caños Viejos de San Pedro se apoyaba en la fachada de la famosa Casa del Pastor. Dice Capmany que la alcantarilla de San Pedro citada en la Ley LXXXII del Fuero de Madrid salvaba el arroyo que formaban estas fuentes. Los cronistas posteriores han recogido esta opinión, diciendo simplemente que la antigüedad de esta fuente queda demostrada por su nominación en un texto fechado en 1202.

2.4.13

Caños del Peral (Calle de los)


Foto: Tamorlan

Entre la costanilla de los Ángeles y la plaza de Isabel II. Distrito 1 (Centro). Barrio de Palacio.

Le viene el nombre a esta calle por unos caños que aquí había, pero hay cierta confusión a la hora de indicar cuáles. Durante un tiempo sólo se denominó de los Caños, y aunque Peñasco y Cambronero dicen que son los del Peral, Répide habla de otros dos caños diferentes que existían cerca de la puerta de Balnadú y surtían unos baños árabes. Alfonso VIII los suprimió, según la tradición porque no gustaba al rey que sus mesnadas se bañasen, cosa que debilita al cuerpo, pero es más creíble que lo hiciese para suministrar agua a la llamada Huerta de la Reina, quinta de recreo que regaló a su esposa Leonor.

El caso es que en 1565 se construyó aproximadamente en la esquina de la calle del Arenal con la plaza de Isabel II una fuente que fue llamada de los Caños del Peral. En el siglo XVII se levantó otra fuente bastante mayor, ya que constaba de cincuenta y siete pilas que eran aprovechadas como lavaderos. Cuando en el siglo XIX se igualó el nivel de estos terrenos, la fuente fue sepultada, y no reapareció hasta que en 1991 unas obras en la estación del metro de Ópera la sacaron de su escondite. Veinte años después, en marzo de 2011, aprovechando el arreglo de la plaza de Isabel II y la consiguiente reforma de la estación del metro de Ópera, se han mostrado al público en lo que se ha llamado “Museo de los Caños del Peral”, dentro de la propia estación, que no sólo permite ver uno de estos míticos caños, sino también otros restos que también aparecieron en el transcurso de las obras: fragmentos del acueducto de Amaniel y de la alcantarilla del Arenal.

6.3.13

Cañizares (Calle de)


Cañizos

Entre las calles de Atocha y de la Magdalena. Distrito 1 (Centro). Barrio de los Embajadores.

Hasta el siglo XVIII esta pequeña calle se conocía con el nombre de San Sebastián, sin duda a causa de la cercanía del la iglesia homónima. Pero antes de que se formase la calle hubo aquí un gran cañizar, perteneciente a varios dueños. Entre ellos, un tal Juan Antonio de Luján, señor de Almarza, miembro de uno de los linajes madrileños más nobles y antiguos. Las fuentes habitualmente consultadas hablan de esta calle de forma muy desigual. Peñasco y Cambronero poco más se extienden; sólo mencionan el oratorio del Olivar, del que más adelante se hablará. Sin embargo Capmany narra, de una forma un tanto prolija, una leyenda que Répide recoge casi con las mismas palabras. Parece ser que en la finca de Juan Antonio de Luján, conocida como Los Cañizares hubo un crucifijo iluminado por una lamparilla, uno de los muchos humilladeros que tuvo Madrid. Un caballero, amigo del propietario de la heredad, tal vez compañero de juergas y lascivias, llevó a una moza del partido por aquellos pagos para satisfacer sus más instintivos deseos. No tuvo ocurrencia más feliz que llevarse a la meretriz al pie del humilde oratorio para consumar su pecaminosa idea. La mujer, que aunque meretriz debía de ser temerosa de Dios, apagó la lamparilla para que al menos el Cristo no viese el irrespetuoso espectáculo. En plena faena se les cayó encima la corona de espinas de la imagen, a lo que la mujeruca respondió con un agudo grito. Se espantó el caballo, se espantaron el caballero y su amante, vamos, se espantó todo el mundo. El equino no paró hasta la puerta del cercano convento de la Trinidad -asombra la capacidad de los caballos y los borricos de las leyendas madrileñas para detenerse en la puerta de los establecimientos religiosos-, su amo le siguió y se lo llevó de vuelta al lugar de los hechos, ya solitario. De la finca salió un sirviente que entregó al caballero su olvidado chambergo y, junto con él, la corona de espinas prueba del enojo divino con la desvergonzada y sacrílega actitud del noble. Éste, que como en toda leyenda que se precie empezaba a estar compungido y arrepentido, dejó hacer a su montura, que, ¡cómo no! se volvió al convento y ya no contento con pararse a su entrada, llamó con su pata a la puerta. Salió San Simón de Rojas, que allí se hallaba haciendo penitencias, y aceptó de las manos del caballero la corona. Al día siguiente la volvió a colocar en la imagen, a la vez que encendía de nuevo la lamparilla. Allí quedó el crucifijo hasta el reinado de Carlos II, cuando fue trasladado por iniciativa de los marqueses de Cerralbo al cercano hospital de los Aragoneses.

San Simón de Rojas está asimismo implicado en la fundación del oratorio del Olivar que antes se ha nombrado. Como desagravio al ultraje que unos herejes ingleses hicieron a las Sagradas Formas en una iglesia de Inglaterra, pidió San Simón a Felipe III la elevación de una pequeña iglesia; se hizo cargo de ella la congregación de esclavos del Santísimo Sacramento, a la que perteneció Cervantes. Capmany cuenta otra historia, que casi es un chascarrillo, acerca del gran cañizar que en su día ocupó estos terrenos. Aparte de la finca de Luján y de lo tomado para construir el oratorio, otro trozo sirvió para edificar el convento de la Magdalena, cedido por su dueña, doña Prudencia Grillo, y de la última parte del cañizar, que era conocido como el Capón, se detiene a dar una explicación de tan chusco apelativo. Parece ser que en una ocasión estaba el dueño del terreno charlando con un amigo cuando sintió una imperiosa necesidad fisiológica. Como estaba en su propiedad, no tuvo inconveniente en aliviar esa necesidad con tan mala suerte que en ese momento pasó por allí una mujer que, viendo el grotesco espectáculo llamó capón a nuestro hombre. Cuando más adelante crecieron más cañas en tal sitio, al moverlas el viento creían las gentes oír que decían capón y eso sirvió para hacer perdurable el nombre del paraje, que además fue el último en desaparecer.

19.2.13

Cánovas del Castillo (Plaza de)


Entre el paseo del Prado, las calles de Felipe IV y Cervantes y la carrera de San Jerónimo. Distritos 1 (Centro) y 3 (Retiro). Barrios de las Cortes y los Jerónimos.

Esta plaza forma parte de un grupo de parajes madrileños que casi nunca es nombrado por su denominación oficial. La plaza de la Independencia, la glorieta del Emperador Carlos V, la propia calle de Alcalá desde la plaza de toros son más veces llamadas Puerta de Alcalá, Atocha o carretera de Aragón. Pues bien, la plaza de Cánovas del Castillo que, así dicha, realmente no dice nada, si se nombra como Neptuno, será otra cosa, para todos los madrileños, pero acaso con más significado para los seguidores del Atlético de Madrid.

¿Y por qué el nombre popular? Por la estatua del dios Neptuno, diseñada por Ventura Rodríguez, que preside esta plaza. De ella se hablará con más detalle cuando nos detengamos en el Prado, pero no se ha dejar de nombrar aquí al majestuoso dios, en su carro de paletas tirado por dos hipocampos. Estatua que hoy dirige su mirada hacia la carrera de San Jerónimo, pero que hasta 1895 cruzaba miradas con su vecina y, contemporánea y futbolísticamente eterna rival Cibeles.

Durante muchos años fue esta zona un extremo de la villa, un límite archiconocido por toda la sociedad madrileña, un punto de encuentro donde ver y dejarse ver. Formó parte sin fisuras de este Prado que para el poeta debería ser pacido por muchos de los que era pisado, esa agradable arboleda que separaba el caserío de Madrid del palacio del Buen Retiro. Donde hoy está nuestra plaza se hallaba la subida de entrada al palacio; a su orilla, había una pequeña torre que claramente aparece en el plano de Texeira, y muy cerca, la fuente del Caño Dorado, tan nombrada por los autores de los siglos de oro.

La urbanización del barrio de los Jerónimos, esto es, el espacio que había entre los actuales paseo del Prado y calle de Alfonso XII, fue lo que formó esta plaza. Viejas fotos de finales del XIX y principios del XX nos muestran el pavimento adoquinado del paseo, la enorme taza de la fuente de Neptuno abarrotada de paisanos que se deleitaban con el rumor y la frescura de las aguas o que simplemente se tomaban un pequeño reposo en el duro transcurrir de la jornada.

Si bien hoy en día el edificio que domina esta plaza es el del Hotel Palace, antaño a ella daban las espaldas de uno de los más suntuosos palacios que hubo en la Corte, el del duque de Lerma, levantado en el siglo XVII y destruido poco a poco en la segunda mitad del siglo XIX. Su enorme solar empezó a ser horadado por nuevas calles, principiando con la de Lope de Vega, a la que se dio salida al Prado en 1857, y después con las prolongaciones o creación de las calles de Cervantes, duque de Medinaceli y maestro Tellería. Parte de este solar fue, como antes se mencionó, ocupada por uno de los más lujosos hoteles madrileños, el Palace, propiedad en principio de la cadena belga del mismo nombre. El proyecto, firmado en 1910 por el arquitecto Eduardo Ferrés y Puig, fue modificado antes de ponerse en práctica por los belgas Leon Monnoyer, Max Sinola y Léopold Gheunde. Las obras terminaron en 1913, y al año siguiente el Ayuntamiento lo premió como el edificio mejor construido. Entre 1925 y 1926 sufrió una reforma que dirigió Martín Domínguez, y muy recientemente ha sufrido nuevas obras, algunas de las cuales fueron buenos modos de poner a prueba la paciencia de los conductores y los propietarios de los locales comerciales ubicados en los bajos del hotel.

Antonio Cánovas del Castillo, el titular oficial de la plaza, se mudó aquí en 1895 desde el anterior emplazamiento que se le había otorgado, nada grato por cierto en aquella época, pues la primitiva plaza de Cánovas del Castillo que hubo, hoy plaza de la Moncloa, no era sino el frente de la antigua prisión Modelo. El Ayuntamiento, en un gesto adulador según Répide, homenajeó al político malagueño trasladándole aquí.



El político que marcó toda una época en España, cuya influencia se prolongó varias décadas tras su muerte, nació en la localidad de Coín el 8 de febrero de 1828. Su primera ocupación fue la Historia, y llegó a convertirse, con sólo treinta y dos años, en académico. Entró en política en la Unión Liberal de O'Donnell, y fue ministro de la Gobernación en 1864 y de Ultramar entre 1865 y 1866. Durante el Sexenio se puso a la cabeza de los partidarios de la restauración borbónica, que se llevó a cabo tras el pronunciamiento de Sagunto, bien denostado por cierto por nuestro protagonista. Desde la entronización de Alfonso XII Cánovas se convirtió en el motor del régimen, en el inspirador de la ley fundamental que lo rigió, la Constitución de 1876, que consagraba una monarquía liberal sobre el papel, pero que era poco homologable a lo que hoy se entiende por democracia. Esto parece ser desconocido por muchos políticos de hoy en día, que, al faltar referentes válidos, rápidamente se declaran herederos o depositarios de legados como el de Cánovas. Junto a Sagasta, se inventó un sistema de alternancia pacífica de dos partidos, un verdadero simulacro democrático controlado por las oligarquías y los caciques, que trajo estabilidad social durante algunos años. Presidió el Gobierno entre 1875 y 1881, excepto durante algunos meses de los años 1875 y 1879, y luego otra vez en 1884-85, 1890-92 y 1895-97. En plena preparación del conflicto ultramarino que causó el desastre de 1898, Cánovas fue asesinado en el balneario de Santa Águeda, en Guipúzcoa, por el anarquista italiano Angiolillo. Era el 8 de agosto de 1897.

11.2.13

Canarias (Calle de)


La Charca de Maspalomas
(Foto: Paco López)

Entre el paseo de Santa María de la Cabeza y la calle de Méndez Álvaro. Distrito 2 (Arganzuela). Barrio de Palos de Moguer.

Cuando el Ayuntamiento de Madrid, en vista del gran número de nuevas calles que el Ensanche iba proporcionando a la villa, decidió dedicar una a cada provincia española, también lo hizo con Canarias. Y es que hasta el año 1927 las Canarias constituían una provincia única; sólo desde ese año se puede hablar de provincia de Las Palmas de Gran Canaria y de provincia de Santa Cruz de Tenerife. Así que aquí nos referiremos a la Comunidad Autónoma. Las siete islas mayores y los seis islotes que forman el archipiélago ocupan 7.651 kilómetros cuadrados y son la morada (con fecha 1 de enero de 2012) de 2.118.344 almas. La capital está repartida entre las dos mayores ciudades, Las Palmas, uno de los primeros puertos españoles, con 382.296 habitantes, y Santa Cruz de Tenerife, con 206.965. Superan los 50.000 habitantes San Cristóbal de la Laguna, antigua capital de la isla de Tenerife, con 153.224, Arona, en la misma isla, con 77.718, Telde, en Gran Canaria, con 101.300 y la capital de Lanzarote, Arrecife, con 56.284.

Las Canarias son conocidas desde la antigüedad. Las islas Afortunadas o el jardín de las Hespérides fueron muchos siglos después objetivo principal de los castellanos, que iniciaron su conquista en los primeros años del siglo XV para completarla en el reinado de Isabel y Fernando. Tradicionalmente abandonadas y utilizadas más bien como lugar de deportación que para unas paradisíacas vacaciones, las islas resurgieron con el turismo que busca su eterna primavera. Las Canarias gozan de autonomía desde 1982. Cincuenta años antes, en la Segunda República, se esbozó un primer proyecto de Estatuto que no prosperó.