La calle de Alcalá es quizá la más conocida de nuestra villa y ostenta su nombre desde tiempo inmemorial, como camino que conducía -y conduce- a la patria de Cervantes. Sin embargo, y aunque parezca mentira, no siempre se ha llamado así. Bien es verdad que durante muy poco tiempo, durante los años centrales del siglo XIX, se denominó del Duque de la Victoria, algo que hoy puede resultar extraño, pero no en aquella época de algaradas y pronunciamientos tras los cuales se revisaba casi siempre la nomenclatura de nuestras vías en beneficio de los nuevos dirigentes. Y el Duque de la Victoria no era otro que Baldomero Espartero, gran especialista en sublevaciones, gobiernos y exilios.
El caso es que desde el momento en que Alcalá de Henares superó en importancia a Guadalajara, el camino que desde Madrid salía hacia el Este, pasó a ser el de Alcalá. Prueba de esta anterior supremacía de la capital alcarreña es que la puerta que en la pequeña Villa medieval daba a Oriente era la de Guadalajara y no la de Alcalá.
Más que un camino la calle era una cañada de la Mesta, y aún hoy lo sigue siendo. Testimonio de ello son los dos mojones que, en la plaza de la Independencia y cerca del cruce con la calle de Ayala, a la altura del número 181 de nuestra calle, lo atestiguan. Por eso no nos debemos extrañar los madrileños si algún día vemos pasar por la calle más importante de la villa recuas de mulas o rebaños de ovejas. Están en su derecho. Más cuestionable sería el que tiene el gran destructor, el automóvil, para destrozar los jardines, bulevares y fachadas de edificios en nuestra heroica villa.
Una calle tan larga e importante alberga muchísimos edificios notables con una gran historia entre sus muros, y por ello se hace necesario seleccionar, aunque sea injusto, porque quedará a elección del escritor y no del lector, como así debiera ser, qué es lo más interesante. Por eso, vayan por adelantado las disculpas del que esto escribe.
Empezamos nuestro paseo desde la Puerta del Sol. Nada más comenzar la calle, ocupando los números 5, 7, 9 y 11, hay un imponente edificio, primera obra de Francisco Sabatini en Madrid, que se construyó entre 1761 y 1769 para albergar la Real Aduana (ver calle de la Aduana). Allí se instaló en 1845 el Ministerio de Hacienda, y aún hoy está utilizado para contener dependencias relacionadas con el erario público. El año 1944 se llevó a cabo una gran reforma del edificio para su ampliación. Se creó una nueva fachada en la que el arquitecto responsable, Miguel Durán Salgado, utilizó la proveniente del derribado palacio del Marqués de Torrecilla, debida a Pedro de Ribera, que la delineó en 1710.
El edificio vecino alberga una de las instituciones más importantes de la cultura española, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. José Benito Churriguera levantó el Palacio Goyeneche entre 1724 y 1725, en su peculiar y hoy admirado estilo, pero cuando la Academia lo ocupó en 1774 el gusto artístico de la época había cambiado y Diego de Villanueva, el hermano del genial Juan, se encargó de limpiar de corruptelas arquitectónicas la fachada de la casa, adaptándola a las directrices que la propia Academia marcaba. Recientemente, entre 1974 y 1985, el edificio ha sido restaurado bajo la dirección de Fernando Chueca Goitia.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando posee un importantísimo museo que, con más de mil obras que abarcan los siglos XVI al XIX es considerado como la segunda pinacoteca madrileña. Su colección se empezó a formar prácticamente en el momento en que la institución empezó a funcionar, con las obras que exigía a los nuevos miembros para su admisión. También se nutrió de lo que se requisó a los jesuitas tras su expulsión y por copias realizadas por artistas extranjeros becados por la Academia. Destaca sobre todo la presencia de la obra del académico Francisco de Goya; el Gabinete de Estampas del Museo guarda las planchas originales de los grabados goyescos.
Casi enfrente de estos dos edificios dieciochescos nos encontramos con una obra fruto de la importante renovación que se pretendió llevar a cabo en Madrid durante la segunda mitad del siglo XIX. Una de las muestras significativas en ese sentido fue la regularización de la antigua calle Ancha de Peligros, hoy Sevilla, cuya acera izquierda y la esquina con la calle de Alcalá está ocupada por el majestuoso edificio del Banco Español de Crédito, antes de la Equitativa. Algo más sobre él se comentará al hablar de la calle de Sevilla. Al otro lado, donde hoy se levanta la sede del Banco Bilbao-Vizcaya, estuvo el famoso café Suizo, lugar de encuentro de escritores y toreros, cuyo mentidero estuvo en esta zona durante mucho tiempo. Este café fue centro de la llamada Tertulia de los médicos, encabezada por Santiago Ramón y Cajal.
Cambiando de nuevo de acera nos encontraremos con la fachada de la iglesia de las Calatravas. La traza del templo la hizo Fray Lorenzo de San Nicolás, gran arquitecto religioso del siglo XVII al que también se debe el convento de San Plácido. Se prolongaron las obras ocho años, entre 1670 y 1678, y fueron dirigidas por el propio Fray Lorenzo junto con Isidro Martínez y Gregorio Garrote. Tras la revolución de 1868 el convento fue derribado, y las mismas intenciones se tenían con la iglesia, pero la mediación de la esposa del general Prim salvó de la piqueta este bello templo, uno de los pocos que nos quedan de la época de los Austrias. En 1886 se realizó una nueva decoración de la fachada que da a nuestra calle, firmada por Juan de Madrazo y Kuntz. De su interior destaca especialmente el retablo barroco debido a José Benito Churriguera, que fue elaborado entre 1720 y 1724. Y en el exterior, su impresionante cúpula, una de las más grandes de Madrid.
Seguimos el paseo por la calle de Alcalá y llegamos a la esquina con la Gran Vía, gran cruce dominado por el edificio de Metrópolis, primero de los levantados en la nueva avenida sobre el solar de la Casa del Ataúd. Son autores de su proyecto los franceses Jules y Raymond Fevrier, aunque fue el español Luis Esteve el que dirigió la obra entre 1907 y 1910. Hasta 1975 fue propiedad de La Unión y el Fénix Español, cuyo símbolo escultórico coronaba el torreón del edificio. Cuando Metrópolis lo compró, en su lugar se puso una victoria alada obra de Lorenzo Collaut-Valera, escultor muy representado en Madrid.
Frente a la puerta de este edificio se ha colocado una estatua de Santiago de Santiago dedicada a las floristas que tanto han recorrido la calle de Alcalá. Este recuerdo, indudablemente merecido, sin embargo le parece al escritor José María Guelbenzu "una injuria al sentimiento y la estética" al considerar la obra como una "ridícula estatuilla".
Si cruzamos la Gran Vía, nos daremos de cara con la fachada de la iglesia de San José. Antes de la construcción del actual templo ya había aquí un convento de carmelitas descalzos con una iglesia que desapareció al erigirse la actual. Fue su arquitecto Pedro de Ribera, que entregó el proyecto en 1733. Las obras finalizaron en 1742. En principio su advocación era la de San Hermenegildo, pero tras la desamortización el convento fue derribado y la iglesia se convirtió en sede de la parroquia de San José. Aunque sobrevivió a la mencionada desamortización e incluso a la revolución de 1868, el momento más delicado para este templo vino con el proyecto de la Gran Vía. Escasos metros la salvaron de la piqueta, y al final sólo fue derribada la casa parroquial. Eso sí, la fachada sufrió una reforma para adecuarse al nuevo entorno, concretamente a la moderna casa del cura que hace esquina con la calle del Marqués de Valdeiglesias. De esta forma se pudo preservar una de las iglesias más hermosas de nuestra Villa y también una de las más ricas en obras de arte.
Precisamente ocupando parte del solar que dejó el convento de San Hermenegildo, y contiguo a la iglesia de San José, estuvo el que fue teatro más famoso de Madrid durante más de cincuenta años, el Apolo. Diseñado por el arquitecto Sureda, al parecer la primera intención de su dueño fue llamarlo Teatro Moratín. Las obras empezaron en 1873, y el 23 de noviembre de aquel año fue inaugurado, con la representación de dos obras: Casa con dos puertas mala es de guardar, de Calderón y Ella es él, de Bretón de los Herreros. Los primeros años del teatro se consagraron a las piezas dramáticas, y se especializó en el estreno de obras de Echegaray, pero poco después entró de lleno en él teatro lírico, de modo que llegó a ser conocido como la Catedral del Género Chico. Allí se estrenaron zarzuelas tan famosas como La verbena de la Paloma, La Revoltosa o Agua, azucarillos y aguardiente. Generalmente se daban cuatro funciones diarias, a las ocho de la tarde, a las nueve y cuarto, a las diez y media y a las doce menos cuarto. Los estrenos ocupaban generalmente la tercera función, y si la obra tenía éxito se pasaba a la cuarta. Fue muy famosa la Cuarta del Apolo, que muchas veces acababa muy avanzada la madrugada, y de la que salía la gente más bullanguera y golfante de Madrid. El teatro Apolo cerró sus puertas el 29 de junio de 1929 y posteriormente fue demolido. En su solar se levantó en 1933 la sede bancaria que hoy podemos ver.
Pasando de largo la plaza de la Cibeles, cuyas cuatro esquinas están ocupadas por importantes edificios dignos de mención, pero de los que se ha de hablar al llegar a esa plaza, nuestra calle se adentra en los terrenos del Ensanche, dejando a su derecha los jardines del Retiro. En sus aceras nos encontramos con imponentes y bellos edificios de viviendas cuya inigualable perspectiva sobre el Retiro los hace de los más gratos para vivir en nuestra villa, claro está, si se cuenta con posibles. Entre ellos hay una pequeña y bonita iglesia que ocupa el número 83. Es la de San Manuel y San Benito, de advocación extraña pero explicable al ser sus patrocinadores el matrimonio formado por Benita Maurici y Manuel Carriggioli. La iglesia, no muy admirada por Pedro de Répide, es obra de Fernando Arbós y Trenanti y se levantó entre 1902 y 1910. Su arquitectura es peculiar dentro de Madrid, y acusa una influencia del medievalismo italiano surgido como consecuencia del Risorgimento desde mediados del siglo XIX. La iglesia se construyó como templo funerario, y en ella están enterrados los fundadores. Junto a la misma, se previó la instalación de una escuela para obreros hoy inexistente.
Al otro lado, en la confluencia con la calle de O'Donnell, están las que todos conocemos como Escuelas Aguirre (ver la calle de este nombre), que actualmente albergan dependencias del Ayuntamiento de Madrid. Lucas Aguirre y Suárez dejó en su testamento fondos para la creación de unas escuelas cuyo edificio fue proyectado por Emilio Rodríguez Ayuso, en estilo neomudéjar con ladrillo visto. La nota más característica es su torre, con tres cuerpos y un ático de metal y vidrio desde el que se disfruta de una bella vista de Madrid.
La calle de Alcalá continúa cruzando en diagonal el Ensanche y se despide de él después de atravesar la plaza de Manuel Becerra. Desde ahí se hace cuesta abajo para llegar hasta la vaguada que antiguamente ocupaba el arroyo del Abroñigal y por donde hoy discurre la M-30. Y allí, a la izquierda, se encuentra uno de los puntos más significativos no sólo de la calle de Alcalá, sino de todo Madrid. La mole de ladrillo de la Plaza de Toros Monumental de las Ventas.
No habían transcurrido aún cincuenta años desde la inauguración de la plaza de Goya cuando se hablaba ya de su pequeñez e incapacidad. Dos soluciones se proponían. Una consistía en ampliar el coso existente reduciendo algo el ruedo y levantando otro piso, y la otra contemplaba la construcción de una plaza totalmente nueva. Al final fue el segundo proyecto el que prevaleció, y en 1920 comienzan las obras de la nueva plaza, según traza de José Espeliús.
Pero en 1920 las Ventas del Espíritu Santo eran aún un lugar inhóspito de las más lejanas afueras de Madrid, y por lo tanto no parecía muy oportuna la localización del nuevo coso, por la incomodidad que supondría para los aficionados el desplazamiento a través de descampados y barrizales. Aún así, las obras siguieron muy lentamente, para regocijo de los viejos taurinos que anhelaban la conservación de la antigua plaza, la plaza de Lagartijo y Frascuelo, de Guerrita, de Joselito y Belmonte y de tantos nombres fundamentales de la Fiesta. El diseñador del coso Monumental no llegó a ver su conclusión, pues murió en 1928 con las obras a medias. Se hizo cargo entonces del proyecto Manuel Muñoz Monasterio, que consigue acabarla en 1930, a pesar de que en la fachada diga AÑO 1929.
Sin embargo, los inconvenientes de la ubicación de la plaza antes citados impidieron su apertura inmediata, y no fue sino el 17 de junio de 1931 cuando por primera vez se corren toros en ella. Pedro Rico, alcalde de Madrid, quiso organizar un festejo taurino para recaudar fondos en favor de los trabajadores en paro, y pensó que el beneficio sería mayor si la corrida se celebraba en la Monumental. Y así fue. Ocho coletudos se ofrecieron a matar gratis ocho toros de diferentes ganaderías. Fueron Diego Mazquiarán Fortuna, Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Fausto Barajas, Luis Fuentes Bejarano, Vicente Barrera, Fermín Espinosa Armillita y Manuel Mejías Bienvenida, que lidiaron ganado de Juan Pedro Domecq, Julián Fernández, Manuel García, Concha y Sierra, Graciliano Pérez-Tabernero, Andrés Coquilla, conde de la Corte e Indalecio García. El toro Hortelano, de Juan Pedro Domecq, lidiado por Fortuna, fue el primero corrido en la nueva plaza.
Tras este primer intento nuevamente ha de ser cerrada, hasta que llegó el momento de su definitiva inauguración, que se llevó a cabo el 21 de octubre de 1934. En esa ocasión los diestros Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez Cagancho mataron reses de Carmen de Federico. Desde entonces, y con el obligado paréntesis de la guerra civil, la plaza ha funcionado ininterrumpidamente. Desde los años cuarenta, cuando se instauró la mal llamada feria de San Isidro, el mes de mayo es el mes taurino por excelencia de Madrid y de todo el planeta de los toros, al celebrarse la más importante serie de corridas del mundo. Muchas veces la calle de Alcalá ha servido de paseo triunfal a los contados toreros que han conseguido abrir la Puerta de Madrid de este coso.
Dejando atrás la plaza de toros hemos cruzado el arroyo del Abroñigal y nos hemos introducido en un tramo de nuestra calle que no contiene edificios monumentales ni aristocráticos, pero que es uno de los puntos más animados y bullangueros de todo Madrid. El Carmen y Quintana, dos característicos barrios cuya espina dorsal era la carretera de Aragón, y hoy la calle de Alcalá, siempre están, sea cual sea la época del año, rebosando gente que mira sus innumerables escaparates, pasea u observa las partidas de ajedrez y mus que las personas mayores juegan en la plaza de Quintana.
Desde aquí es mejor dejar seguir a la calle de Alcalá hasta su nuevo y lejano final que ingenuos ediles le han dado, pensando que para los madrileños de la avenida de Aragón sería un orgullo vivir en la calle más significativa de la villa. Y lo es, pero, ¿es aquélla la calle de Alcalá?
2 comentarios:
¡Qué majos los RRCC arrancando olivos! Si va a resultar que Gallardín desciende de sus Católicas Majestades. ¿O es que los RRCC estaban ya cumpliendo las directivas europeas en lo de arrancar olivos?
Por lo demás buenísimo todo el recorrido en el que guías al lector desde la Puerta del Sol a los confines del más allá ( o sea, Canillejas).
Las inmediaciones de la Iglesia de S Manuel y S Benito fueron frecuentadas por mi, en los años en que formé parte del coro de la iglesia, y luego nos tomábamos las cañas del domingo en "Chócala", bar de tradición, o en la taberna de Félix Pérez, antiguo jugador del primer Real Madrid.
Otros locales clásicos eran la "Cervecería de Correos" junto al Palacio de Linares, y junto a ella, el café "Lyon" que se hizo famoso por sus tertulias sobre ovnis. Ambos han sido tomados por cadenas multinacionales (que Dios confunda)
He echado de menos la mención a alguno de los edificios notables de la acera de la derecha, como el Círculo de Bellas Artes, pero supongo que ya hablarás de ellos cuando le llegue el turno a las calles con las que hacen esquina.
Espero con gusto la continuación de esta bitácora con la que estoy disfrutando tanto y con la que no dejo de aprender. Mil Gracias.
No tiene perdón lo de la "acera de la derecha", pero teniendo en cuenta el pie con que cojeo... De todos modos es que había que seleccionar y, como digo en el texto, toda selección es necesariamente injusta.
En cuanto al café Lyon tengo una anécdota curiosa. Cuando comencé mi carrera, allá por el curso 1984-85, un día decidí, junto con un grupo de compañeros, que ya era hora de ser un universitario de verdad. Y los universitarios de verdad estudiaban en los cafés (no eran como los "apuntófagos" de hoy en día). Así que, ni cortos ni perezosos, una fría y soleada tarde de enero de 1985 nos presentamos en el café Lyon. El camarero, un señor mayor, engominado, bigotudo y mal encarado, al ver nuestros libros y apuntes, nos espetó: "¡Aquí está prohibido estudiar!" Estupefactos, apuramos nuestros cafés (que ya habíamos pedido) y nos dirigimos a las fresquitas frondas del cercano Retiro a darle a las matemáticas...
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